“Hay un desprestigio del conocimiento, en el que una mentira repetida pasa a ser verdad”

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Rita Álvarez Tudela
Rita Álvarez Tudela
Fotoperiodista viajera. De vuelta en Asturias tras pasar por Madrid, Iowa, Pekín y Londres. Le gusta contar pequeñas historias. Publicó en Al Jazeera English News, La Voz de Galicia, Deia y Atlántica XXII.

La novelista madrileña Marta Sanz participó este jueves en el festival mierense FIASCO en un noche de reencuentro con Asturias, la tierra de su abuela paterna, natural de Pravia, y a donde había venido en julio para participar en la Semana Negra de Gijón, una cita que no acostumbra a perderse y donde comenzó un periplo, pandemia mediante, por toda la Península para presentar su penúltimo libro, pequeñas mujeres rojas, que llegó a las librerías un 3 de marzo y apenas pudo tomar vuelo cuando todo se paralizó once días más tarde con el estado de alarma.

Portada de la última obra de la novelista.

También porque Sanz compartía mesa con el escritor, profesor de escritura y rastreador de lecturas, Fernando Menéndez (Oviedo, 1966), con quien había charlado en el último acto público antes del confinamiento. La presentó como “una corredora de fondo”, a la que “la crítica trataba bien pero que los jurados no conocían tanto” hasta que se hizo, precisamente en Asturias, con el XXXV Premio Tigre Juan, en 2013, de la mano de la novela Daniela Astor y la caja negra, año en el que también compartió reconocimiento con La hora violeta, de Sergio del Molino.

A Sanz lo de “corredora de fondo” le gustó, pero no lo dejó ahí, puntualizando que no había nacido con un grano en el culo y añadiendo que lo suyo es “un ejercicio de persistencia”. De hecho, acaba de publicar La vida secreta de los gatos, un poemario sobre gatos junto a la ilustradora Ana Juan, con quien comparte un sentido del humor parecido.

Foto: Rita Tudela.

Por los felinos también comparte afición con el japonés Natsume Sōseki, autor de Soy un gato, una novela satírica escrita a comienzos del siglo XX, en la que la modernización de las costumbres niponas y la ruptura de las convicciones sociales tienen un profundo eco dentro de la obra. Y también con su escritora favorita, Patricia Highsmith, y sus Crímenes bestiales, quien es capaz de sentir a través de los animales y de relativizar el límite entre el bien y el mal.

Su amor por los animales queda también reflejado en pequeñas mujeres rojas, donde no son humanizados, ni tienen voz, ni colaboran, asisten impasibles a lo que sucede a su alrededor. Hay terneros, hay cerdos, hay pájaros. Estos últimos como símbolo religioso, como metáfora de una moral católica rancia y de espiritualidad mala, pero también para permitir al lector subir arriba y tener una visión amplia hasta adentrarse en el fondo de las fosas.

La intervención de Sanz en la cuarta edición de Fiasco, el Festival independiente asturiano sobre comunidad cultural, pronto se centró en ese pequeño diamante que título en minúsculas, pequeñas mujeres rojas, como un acto voluntario para reivindicar que la literatura puede ser retórica, para denunciar que las mujeres son devaluadas y son empequeñecidas.

Sanz revela la proyección de miedos sobre las mujeres, como las más libres se hacen pequeñitas

Sanz revela la proyección de miedos sobre las mujeres, como las más libres se hacen pequeñitas, denuncia la violencia contra sus cuerpos, la recreación en morbo de la mujer maltratada, o estrofas de más de una canción que la dignifican: “Mi oficio es el de escribir, me interesan las formas de representación y los significados”.

Sanz quería centrarse en esta novela en hablar del presente, de Donald Trump y de la importancia de la poesía. Las tres van unidas, pero en el trasfondo, también sabe que el presente está habitado por el pasado, y se acuerda de las fosas que quedan repartidas por tantísimos lugares de la Península, de las acumulaciones de capital en la época del Franquismo y de la violencia contra los más vulnerables y las mujeres.

La escritora describe el pasado de los pueblos de España como “particularmente doloroso” y siente que muchos lo pensaban como una cosa lejana, de los argentinos, hasta que les tocó más de cerca. Un concepto de memoria que tiene que ver con la bruma y con los rumores y que está presente en su novela con cosas tangibles como el sonajero, los anillos, las gafitas o las monedas.ç

La escritora describe el pasado de los pueblos de España como “particularmente doloroso”

Lamenta que ahora se use la memoria para blanquear lo ocurrido y apunta con el dedo hacia la ultraderecha usando un discurso malsano: pequeñas mujeres rojas habla de lo que nos está pasando hoy, un desprestigio al conocimiento, en el que una mentira repetida pasa a ser verdad, un mundo marcado por los ruidos y la prisa”.

Sanz aboga por un pacto con los lectores para que lean despacio. Lo define como “un acto revolucionario”, que conecta con la poesía. El resultado es hacer de la lectura un acto fácil y placentero, para dejar a un lado la idea de que los lectores son únicamente clientes y la impresión de que todos los libros son iguales. De no conseguirlo, cree que perdemos el relieve del lenguaje y las capas de profundización de los buenos libros.

Foto: Rita Tudela.

Para muchos, su libro pequeñas mujeres rojas tiene ambos. Menéndez tiene claro que en él han confluido, de manera ordenada, muchas virtudes literarias de libros anteriores y ve también una novela llena de negritudes. Menciona Cosecha roja, de Dashiell Hammett. Sanz la define como un “maravilloso juego de corrupción”, en la que se quedó prendada de Dinah, el personaje que actúa como mujer fatal desastrosa, con un largo historial de amantes a sus espaldas, con varias cogorzas de ginebra a sus espaldas y una gran ansia de dinero.

En Sanz ve también un “gusto por la polifonía de voces distintas”, al más puro estilo de de Agatha Christie , con un guiño teatral, que obliga al lector a discernir y a ver el carácter de cada de estas voces. Sanz se declara su lectora compulsiva y destaca la idea de que los seres humanos somos un conglomerados de voces, un mosaico que nos configura y que está lleno de contradicciones.

Y tampoco se olvidan de Benito Pérez Galdós, un escritor al que Menéndez cree que hemos maltratado. Sanz se declara Galdosiana de cuna gracias a su abuelo paterno mecánico y se muestra sorprendida de “lo mal que se le ha leído en este país”, pese a tener libros llenos de polifonía, de retratar como nadie las clases sociales y la incapacidad del país de generar una clase media.

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