Cuando el 14 de junio de 1920 la neumonía vírica de aquel año de pandemia acababa con la vida de Max Weber la repercusión de la noticia fue escasa en el mundo académico donde el apellido se asociaba a Alfred, hermano menor de Max Weber también catedrático en Heidelberg y por entonces más conocido. Cuando se publica la biografía-panegírico de Marianne sobre Max Weber que termina con la frase “con su obra la tierra se ha transformado” un chiste universitario circula por Heidelberg lamentando que la costumbre de quemar a las viudas con sus maridos haya sido abolida.
Felipe González recurriría a Max Weber para legitimar su golpe de timón hacia la derecha
Y sin embargo Marianne acierta: la obra de Max Weber no solo es la más citadas como autoridad en la academia, sino que sus teorías políticas dan y quitan poder confirmando un dicho que afirma que, quien posee la interpretación de Weber posee el poder. Un ejemplo de esa capacidad en la política española ocurrió cuando Felipe González dio un golpe de timón hacia la derecha legitimándolo con la referencia a las políticas de la responsabilidad frente a los políticos del carisma mesiánico de Weber como verdad irrefutable.
En febrero de ese terrible 1920 y en Pankow, un distrito de Berlín, moría, también de neumonía, Otto Gross tras haber sido recogido en la calle con síntomas de drogadicción, hambre y vestido con harapos. Gross era famoso en esa época tanto por representar a nivel teórico la izquierda freudiana repudiada por la asociación psicoanalítica internacional, como por inspirar movimientos artísticos de vanguardia. Fue también un personaje importante de la primera comuna anarquista de Mont Verita en Ascona y se construyó en su entorno una mitología de héroe romántico-libertario con base en dos relatos escandalosos. Esto le ocasionó múltiples ingresos en manicomios, acusaciones judiciales de colaboración a suicidios, protección a desertores de la guerra mundial y un largo etcétera de conspiraciones libertarias. Otros escándalos intimo-privados con una lista de relaciones sexuales múltiples que puede ejemplificarse como veremos con el revuelo orgiástico que ocasionó en Heidelberg o Mont Verita y que prolongó hasta poco antes de su muerte.ç

Más allá del cotilleo D.H. Lawrence relata, en la inacabada novela Mr Noom, la historia apenas disimulada del choque que esa conducta sexual de Gross provocó tanto en aquella pacata sociedad universitaria de Heidelberg como en el entorno de los Weber cuando Gross tiene un hijo –Peter, apadrinado por Weber- con Else Jaffe (esposa del catedrático, editor y mecenas de la Revista de Sociología que dirige Weber y la mejor amiga de los Weber) y relaciones sexuales con su hermana Frieda que abandonará a su erudito esposo para fugarse con el propio Lawrence.

Mariana Weber describe, en la biografía de su esposo, la vida buena de aquella comunidad universitaria turbada por la llegada de Otto Gross. Desde el primer trabajo empírico sobre los trabajadores polacos al servicio de los Junker, Max Weber trascendía el ámbito académico influyendo en decisiones sociopolíticas de largo alcance. Hasta su muerte Weber hace política de catedra y pontifica sobre la Paz de Versalles o la represión de los consejos obreros y nada parece ajeno al dictado del genio. La sorprendente tesis de que el capitalismo no tiene psicología y que las motivaciones para cambiar la buena vida de un comerciante por la azacaneada del capitalista no es la avaricia y el deseo de lucro sino la ascética luterana que busca la salvación lejos de las disciplinas del convento en una vocación mundana que practica el cálculo, el ahorro o la racionalización de lo económico, como las disciplinas del monje en su monasterio resultó a la vez deslumbrante por su novedad y útil para oponer un dique al marxismo.
Esa visión weberiana del ethos capitalista es poco complaciente y desencanta sin piedad a sus visitantes románticos a Heidelberg que buscan llevar una vida unificada en la que, como Goethe, lo bueno, lo bello y lo verdadero coincidan. La modernidad está regida por el azar y de ahí el sinsentido del mundo. La belleza no tiene en absoluto que coincidir con la bondad porque pertenecen a espacios sociales distintos. De ahí que la vieja Diosa Razón de la ilustración sea un ídolo anacrónico y cada hombre deba elegir entre dioses menores como científico, artista, funcionario … sin ninguna guía objetiva. Sólo su daimon particular le dicta la elección sabiendo que ella sí cohesionará y determinará su personalidad como deber profesional ineludible una vez comprometido.

Karl Jaspers, cuya obra psicopatológica es la guía permanente de la psiquiatría, fue un devoto visitante de la casa de los Weber y a posteriori uno de los mejores intérpretes elogiosos de su obra. Marianne describe así a la pareja: “los Jaspers son una pareja intimidada y reverencial ante el gran ambiente de la cohorte weberiana pero encantadores en su sencillez”. La amistad de la pareja se mantiene durante toda la vida de Weber quien, en una de sus últimas cartas desde Múnich, recomienda a su esposa apoyar su soledad y sus dudas en sus capacidades de la crianza de sus sobrinos recién adoptados “a la compañía de la fiel pareja Jaspers”. La biografía de Jaspers enfatiza el apoyo que supuso para un joven profesor como él y su esposa judía la admisión en el elegante salón de los Weber cuando había sido recibido de uñas por los celos gremiales contra un psiquiatra en el departamento de filosofía al que pertenecía. Este rechazo perduró durante toda su carrera y le hizo llevar durante el terror nazi el cianuro por si el ejército americano no llegaba a tiempo de evitar su deportación al campo de concentración al que estaba destinado. Frente a su desilusión frente a Heidegger, que le llevo a escribir sobre la necesidad de individualizar la culpa nazi, Jaspers es agradecido con Weber hasta su muerte y en la monografía que le dedicó1 llega a comparar su genialidad con la de Darwin.
La novedad del genio weberiano consistirá, según él, en la aceptación de lo Fragmentario de la Razón dividida en racionalizaciones diversas, del nihilismo de la ciencia por su inanidad para dar sentido a la vida y del decisionismo liberal en política y ética con la renuncia a ser el salvador de la Alemania Weimeriana que le demandaban. Tanto ese pensamiento como esa praxis le parecen a Jaspers una hazaña intelectual y moral comparable a la de los grandes del pensamiento.
La biografía de Karl Jaspers enfatiza el apoyo que supuso para un joven profesor como él y su esposa judía la admisión en el elegante salón de los Weber
No autoengañarse sobre el carácter politeísta de la sociedad moderna buscando guía en una teoría racionalizadora como el marxismo o un líder carismático como Hitler fue el gran legado weberiano que permitió, según Jaspers, a los mejores de su generación no caer en los caminos de servidumbre y perdición que propiciaba el desastre alemán. Que lo cierto, lo verdadero, lo bello y lo bueno no coinciden y que hay que buscar criterios de juicio independientes en cada uno de esos espacios no ha dejado de confirmarse para Jaspers: que el filósofo del siglo sea un amigo desleal cercano al nazismo al que debemos seguir aprendiendo o que uno de los mejores escritores franceses sea un delator fascista no ha dejado de inquietarnos desde entonces.2
La producción teórica de Otto Gross es incomparablemente menor pero no así su popularidad e influencia en los círculos de vanguardia político cultural. Hijo único de Hans Gross -el criminólogo más famoso de su tiempo- Otto tuvo una educación privada muy esmerada que logra convertirlo en doctor en medicina con un Tratado de Farmacoterapia para Jóvenes Médicos que le habilita como profesor. Se aleja del proyecto universitario con un trabajo como médico de la línea marítima que une Hamburgo con Sudamérica. Entonces parece comenzar su adición al opio, la morfina y la cocaína. A su vuelta comienza a trabajar como psiquiatra en Múnich bajo la tutela de Kraepelin y Jung que hace a la vez de psicoanalista y amigo.
Los escritos de Otto Gross están mal recogidos en Mas Allá del Diván y algunos de los títulos más influyentes en los círculos que frecuentó –Diario sobre los problemas psicológicos del Anarquismo, La función del cerebro– no figuran en las antologías o están dispersos en la correspondencia con Freud. También están semiperididos sus escritos polémicos contra Bleuler, al que acusa de plagio de su concepto de la Demencia Desuntiva.
Sus técnicas psicoterapéuticas afirman una sexualidad dionisiaca que anticipa las teorías de Reich y la necesidad de invertir la función del análisis prescrita por el fundador de poner yo donde había superyo por la del libre paso al acto desde el deseo a lo real que sustentaría más allá de los sentimientos de posesión y celos las uniones libres antipratarquiales.

Su influencia trasciende desde luego a su obra escrita y fue un inspirador de escritores como Kafka o del surrealismo y Kandinsky y un claro antecedente de posiciones anti-psiquiátricas en su doble papel de psiquiatra y psiquiatrizado.
Weber y Gross: un encuentro traumático
La recepción al psicoanálisis por Weber anticipó el rechazo que preside los círculos universitarios hasta nuestros días. Se evidencia nítidamente en la carta de devolución de un artículo de Gross en el que Weber fija ácidamente sus posiciones de “científico libre de valores” frente a la confusa mezcla de hallazgos clínicos, juicios de valor e interpretaciones globales sobre el mundo y la vida llamado psicoanálisis. Como voy a tratar de detallar, una descalificación tan rotunda e ineducada de Gross sólo se explica en el contexto del torbellino de pasiones que supuso la presencia del matrimonio en la mojigata sociedad alemana de principio de siglo.

Bien es verdad que el Circulo Weberiano distaba de la plácida descripción de Marianne Weber. Lo integraba amigos tan extravagantes como L.G. Luckas que, antes de convertirse en el filósofo predilecto del comunismo, comisario de guerra o ministro de cultura, convive en la misma casa con su esposa y el amante de ésta en pleno brote psicótico. Los Weber coexisten también con grupos tan esotéricos como el de George al que D.H. Lawrence novela3 como una fraternidad homosexual. Norbert Elias, en su autobiografía, también nos descubre como la virulencia de las discusiones académicas entre Alfred Weber, Max o Manheim racionalizaban los celos sexuales bajo las peleas teóricas.
El matrimonio Gross pasó por Heiddelberg como aquellos ángeles de Passolini que en base a una actividad sexual desaforada transformaban el devenir previsible de las prosperas y tradicionalistas familias que rodeaban a los académicos haciéndolas interesarse por el psicoanálisis, las prácticas libertario-naturistas o incluso visitar a Asconsa.
Especialmente dolorosa para los Weber fue la relación de Otto Gross con Else Jaffé -la amiga preferida de Marianne- que, sin romper su matrimonio tuvo un hijo con Otto que a la vez tiene sexo con su hermana. Escandalosa para los Weber fue también la relación de Frieda Gross con el filósofo Emil Lask catedrático, amigo y visitante asiduo de la casa.
Especialmente dolorosa para los Weber fue la relación de Otto Gross con Else Jaffé, que sin romper su matrimonio tuvo un hijo con Otto
Marianne es discreta en su relato y encubre los nombres reales de la historia al describir el impacto de los Gross en su medio social “de fuera llegaban corrientes de vida radicalmente diferentes, jóvenes románticos que buscaban una ley individual o negaban toda ley dejando que solo el sentimiento rigiese sus vidas…” “Las fuerzas de la disolución recibieron nuevas armas intelectuales de las teorías socialistas del matrimonio o del psiquiatra Sigmund Freud” … “Un joven psiquiatra con la magia de un cerebro y un corazón brillantes, sacaba conclusiones: el valor del erotismo como intensificador de la vida es tan grande que debe mantenerse libre de leyes. La sexualidad debe practicarse con varias personas a la vez fuera de toda limitación matrimonial. Los celos son un sentimiento ruin y la limitación monógama reprime el impulso natural y pone en peligro la salud emocional. El amor libre salvara el mundo” (…) “Weber profundizó en las enseñanzas de Freud. Comprendió su importancia, pero percibió lo imposible de llegar a un acuerdo con quien comprometía los valores más altos de la vida.”
Peligro de Adiáfora: psiquiatrizar la ética
En la discusión con Gross es Weber quien anticipa proféticamente el desastre que la psiquiatrización de la ética va a ocasionar en modernidad. “Estoy devolviendo la copia del ensayo del Dr. Gross con la sugerencia de que no se publique. (….) Las teorías del Dr. Freud, con las que estoy ahora familiarizado por sus principales escritos, han cambiado mucho a lo largo de los años y tengo la impresión de que no han recibido una forma definitiva ni siquiera hoy. Por desgracia conceptos importantes –por ejemplo, el de abreacción – han sido diluidos y desfigurados hasta el punto de ser completamente nebulosos… En lugar de una obra especializada y científica, vemos a los partidarios de Freud entregarse a unas especulaciones metafisicas o, lo que es peor, a una cuestión disparatada: ¿Podemos formar con eso una Weltanschaung practica?” “Ética psi que según la terminología del Dr. Gross es demasiado cobarde para reconocer ante sí misma que su ideal debería ser la persona orgullosa de sus nervios, frívola y saludable. Una ética que cree puede desacreditar algunas normas probando que su observancia no es benéfica a nuestros queridos nervios” … “Si como tal, la represión es el mal absoluto (supuestamente porque conduce a una falsedad interna, pero en realidad porque desde el punto de vista de un especialista en higiene nerviosa implica el peligro de histeria, fobias, compulsiones) entonces esta ética nerviosa tendría que llevar este mensaje a los hombres que luchan por la libertad: corred, pues de otra manera reprimiréis vuestros impulsos y os puede invadir la risa floja”. Dicho en términos menos técnicos: sed cobardes en el sentido convencional y al huir, abreaccionad vuestros sentimientos de cobardía para que no vayáis a ser cobardes en el sentido neurológico del Dr. Gross.
En otras palabras se me considera capaz de ser tan injusto que pregunte antes de actuar como creo le debo a mi dignidad humana ¿Cuánto cuesta?
La ética psiquiátrica solo exige “reconoce ante ti mismo lo que eres y lo que deseas. No hace nuevas exigencias de naturaleza moral y es aún menos ética que los confesores que vendían sus indulgencias”. Establecen un imperativo categórico que dice “Ve a Freud o a nosotros sus discípulos para aprender la verdad acerca de ti mismo y de tus acciones; de otra forma serás un cobarde…”
La fidelidad al programa weberiano conducirá a Jaspers, y con él a toda la psiquiatría clásica, a posiciones muy críticas con el psicoanálisismo
“Las curas freudianas podrán tener para él un valor higiénico, pero yo no sé qué haría tendido en el diván para recordar mi conducta aberrante o el sexo con una criada o un impulso sucio que hubiese reprimido “… El párrafo final es demoledor para Gross “Todo el ensayo está lleno de juicios de valor mezclados con descubrimientos clínicos y yo no tengo ningún respeto a ninguna investigación clínica que no esté libre de valores. No hay lugar en la revista para quien mezcle sin sobriedad técnica con valores y ofrezca una weltanchauung”.
La fidelidad al programa weberiano conducirá a Jaspers, y con él a toda la psiquiatría clásica, a posiciones muy críticas con el psicoanálisismo. Anticipa Jaspers que “de tener éxito de masas constituirá una plaga iatrogénica” … “El hombre que hace un Dios de su psique por haber perdido a Dios y al mundo, se encuentra en la nada de un egocentrismo que le impide cualquier auto esclarecimiento”.
El uso de drogas que Gross propaga tampoco deja indiferente a Jaspers; “Quien pretenda ahuyentar las angustias existenciales con drogas o tranquilizantes psicoterapéuticos se impedirá madurar y se adentrará en una servidumbre voluntaria muy superior del que busca confesión y guía espiritual en el papismo”.
Un caballero liberal en Libertaria
En Astona a finales del siglo XIX el teósofo suizo Alfrdo Pioda había fundado una especie de comuna-convento laico que sería desarrollado en el siguiente siglo por varios intelectuales y artistas de ideología libertaria encabezados por Graeser e Ida Hofmann bautizada como Monte Verita.
Eran jóvenes anarquistas que deseaban una vida sobria, comunitaria y en conexión con la naturaleza. En 1910 el matrimonio Gross vive allí y desarrollan algunas terapias orgiásticas contextualizadas en una ideología antiautoritaria que pretendía volver al matriarcado defendido por Bochoffen como forma familiar anterior al patriarcado grecocristiano.

Por Monte Verita pasaron intelectuales como Bakunin, Hesse o Kafka, libertinos como André Gide o D.H. Lawrence y gurús como Krishnamurti y fue calificada por sus críticos como la capital mundial de la psicopatía. ¿Que pintaba en esa comunidad un visitante como Weber que se había burlado del matriarcado como fantasía esotérica o que creía que el puesto de Rosa Luxemburgo estaba en el zoológico?
La historia de nuevo tiene que ver con el apellido Gross y más en concreto con Frieda Gross que en 1913 ya había roto con Otto y cuidaba de sus hijos con su nueva pareja, el pintor y militante anarquista Ernst Frick. Ya hemos descrito a Hans Gross como uno de los criminólogos más influyentes de su tiempo y cuando se entera tanto de las condiciones en que su nieto está siendo educado como de que la pareja tiene una hija llamada Eva Gross inicia un proceso judicial para incapacitar a su hijo ingresándolo en un psiquiátrico y tutelar a sus nietos separándolos de Frieda y de Ascona. Consta una carta de Hans Gross al fiscal general de Suiza en la que afirma “Es mi deber liberar a mi nieto del ambiente en que esos degenerados pretenden hacerle crecer” que es respondida por Kronauer con la promesa de máxima colaboración y peticiones de testimonios contra los anarquistas que rodean a su nieto. La denuncia lleva a Frick a la cárcel y cuando todo parece ponerse en contra de Frieda, recuerda que los Weber son amigos de su tío y tutor de Alois Riehl y que aunque ella y Otto se habían burlado de las reuniones de Heidelberg donde “se invitaba a te y moralina”, conoce la fama europea de Max Weber como abogado y le pide ayuda. Marianne precisa en su biografía como el sentido de la justicia, el placer de la lucha y el compromiso con personas de ideas completamente ajenas a las suyas impulsan a Weber a la defensa de Frieda.
La comunidad de Monte Veritá fue calificada por sus críticos como la capital mundial de la psicopatía
La pelea legal lleva a Weber a visitas al Mont Verita en las que su incapacidad para relacionarse con feministas “mujeres cautivadoras, llenas de astucia y ansia de felicidad” no le ciega para verse a sí mismo como un Ulises que debe amarrarse a su no idoneidad como hombre erótico para eludir los asedios de Calipso encarnada por la Condesa Francisca Zu Reventow (definida por la chismografía de la época como hetaira libertaria). Sus cartas también contienen quejas del hospedaje y la dieta vegerariana que ni siquiera le hace adelgazar a pesar del hambre.
De cualquier forma, junta una eficaz defensa de la causa de Frieda en los juzgados. Max Weber no deja de tratar de educarla en los principios del liberalismo maquiavélico. Con los enemigos y los tribunales -le enseña- no hay ningún deber de verdad sino de defensa. También intenta que Frieda actúe por prudencia y no por principios, aceptando vivir en una casa separada de su amante, aunque se vea con él cuando quiera y exigir a cambio que su adinerado suegro siga pagando el escaso pecunio que tiene asignado su nieto. La decisión de esa postura, ciertamente cínica, insiste Weber, pertenece a Frieda y él, de todas formas, respetará una elección basada en principios y estará incondicionalmente en su defensa “aunque esta sea más difícil legalmente”.

Max Weber no elude la crítica a una forma de vida que considera ingenua y sustentada por una fe en una sociedad del futuro, libre de miserias materiales o celos sociales que parecen a nuestro autor más utópicas que el reino de los cielos. Cuando lamenta que Frieda y sus compañeros derrochen su energía e inteligencia en una opción vital imposible ironiza sobre amor “acósmico” y obtiene una respuesta tolstoyana de Frieda que registra esa imposibilidad de la razón para luchar contra el carisma que le servirá en el futuro. Ni la dieta vegetal, ni el ejemplo de vida sencilla ni las ofertas de sexo, convencen a Weber ni en su última visita a Ascona, cuando intenta “desencantar” a Frieda regalándole dos libros: Los Hermanos Karamazov y Los pobres de Espíritu.
Manicomios y Sanatorios: las enfermedades mentales de Gross y Max Weber
Freud decía que si alguien era capaz de amar y trabajar no debería considerarse enfermo mental. Ni Weber ni Gross tuvieron esas capacidades y sufrirían de rigurosos tratamientos psiquiátricos.
La psicopatología de Gross fue tan grave que le llevó a sucesivos ingresos en manicomios donde permanece intermitentemente en un curioso estatus de loco-psiquiatra desde su juventud hasta su muerte. Su biografía es inseparable de sus internamientos que culminan en un ingreso por orden judicial a petición de su padre en base a ser declarado “un peligro para sí y para otros”,
Ni la dieta vegetal, ni el ejemplo de vida sencilla ni las ofertas de sexo, convencen a Weber
Si la peligrosidad para sí está basada en el consumo de drogas y el desorden amoroso, la peligrosidad para otros se basa en dos procesos judiciales por ayuda al suicidio de dos de sus amantes. La colaboración con uno de esos suicidios es reconocida por Gross en una carta de 1914 a un periódico donde afirma “a principios del año 1914 le he dado a Lotte Chattemer en Ascona el veneno con el que se suicidó. Lo he hecho para hacer lo más dulce posible una muerte para la cual estaba resuelta absolutamente…”. La versión policial sostiene, en cambio, el relato de un asesinato en el contexto de un complot anarquista y el miedo a las denuncias que Lotte podía facilitar dicha conspiración. El otro es el suicidio de la pintora anarquista Sophie Benz de quien Otto Gross fue pareja durante cierto tiempo; nuestro autor siempre negó cualquier participación en el mismo. El éxito del proceso de incapacitación a Otto le libró de la responsabilidad criminal de otra acusación policial sobre la ayuda a un desertor (Franz Jung) en Berlín.
Otto Gross fue tratado por los psiquiatras más famosos de su época que no se pusieron de acuerdo en su diagnóstico. En su primer contacto con Freud, recién llegado de sus viajes a Sudamérica, fue diagnosticado de Paranoia Cocainica y confinado por primera vez en la Clínica Burgholzi donde trabajaban Bleuler y Jung, recibiendo tratamiento del propio Kraepeling por petición paterna.
En su primera salida del manicomio Otto Gros publicó algunos textos sobre la función del cerebro que interesaron a Freud, que los elogió con matices por contener “mucha teoría y poca información clínica”. Sus siguientes trabajos sobre La función Social del Psicoanálisis si bien le permitieron participar en el primer congreso internacional de psicoanalisis recibieron una mayor descalificación freudiana, que inicia así los límites de exclusión de la izquierda psicoanalítica señalando que “los psicoanalistas queremos ser médicos y no reformadores sociales”.
A pesar de ello Freud recomendó y agradeció a Jung que se hiciese cargo del análisis y tratamiento de Otto Gross. Jung inicialmente traba una magnífica relación etiquetando sus trastornos de Neurosis Obsesiva y dedicándole varias horas al día y “considerando a Gross una especie de hermano gemelo que me permite ahondar en mi propio análisis”.
Cuando Otto Gross rompe sin explicación la relación y se fuga, la desilusión es mayúscula y el diagnostico cambia a Demencia Precoz -nuestra Esquizofrenia- acompañada de una poli- adición a cocaína, opio y morfina que descalifica ya a Otto como futuro psicoanalista.

Otto Gross fue internado a lo largo de su vida en casi una docena de hospitales librándose de un internamiento permanente, como su padre solicitaba, gracias a una gran campaña del movimiento libertario en su favor que le libera de un largo secuestro en Berlín.
Esta libertad no impidió sus sucesivos ingresos psiquiátricos hasta el final de su vida en un psiquiátrico a donde llega por síntomas mixtos de adiciones -extenuaba a psiquiatras conocidos con peticiones de recetas- y delirios paranoides que arruinaban cualquier vínculo estable hasta el punto de tener que intentar vivir con su madre en sus últimos años.
En uno de esos ingresos vuelve a tener contacto con un miembro disiente del psicoanálisis, Stekel, que le diagnostica una homosexualidad latente y una fantasía central parricida debido a que Gross le había contado que, poco antes de la muerte de su padre. la fantasía de superar su Edipo mediante un atentado contra algún juez perseguidor del anarquismo, en una acción en que la que él mismo moriría (el proyecto-fantasía aparece más o menos disfrazado en un texto de Gross que se publicó bajo el título de El Conflicto Interior).
Más allá del etiquetado psiquiátrico, la biografía de Otto Gross estuvo presidida por la contradicción entre su cotidianidad imposible de aguantar y el encanto e inteligencia que irradiaba. Sobre la difícil convivencia, su primera esposa Freda la describe así: “Se acostaba a horas totalmente irregulares. Una noche no dormía, la siguiente dormía 16 horas seguidas, no podía quedarse quieto ni sentado y tenía que deambular constantemente … Lo peor era su manera de hacer teoría constantemente y perpetuamente interrogarse sobre el porqué y el cómo de todas las cosas”. Al final el intento de vivir con su madre tampoco fue posible y Otto Gross murió como un vagabundo asilado.
La biografía de Otto Gross estuvo presidida por la contradicción entre su cotidianidad imposible de aguantar y el encanto e inteligencia que irradiaba
Respecto a su capacidad de seducción el propio Freud lo describe como “un paciente inteligente y valioso de cuyo psicoanálisis deseo quede como residuo una buena amistad”. Kafka, por su parte, escribe a Malena “Apenas conocí a Otto Gross pero noté en él la presencia de alguien muy importante del que emergía una mano desde la muchedumbre ridícula”.
Los Nervios de Weber
La enfermedad que devastó la vida intelectual y familiar de Weber nunca fue diagnosticada con seguridad. Quien mejor conoció esa psicopatología fue Jaspers que tuvo acceso a una auto patografía destruida en los años 40 por Marianne para que no fuese utilizada por los nazis. Según Jaspers “de haber sido publicada hubiese anticipado nuevos modelos de registrar el enfermar psicopatológico” pues se trataba según él “de algo distinto a una depresión o un proceso psicótico pero si un trastorno que se hubiese repetido si Weber hubiese vivido más tiempo e intentado volver a su endiablado ritmo de trabajo universitario”.

La descripción parece apuntar a que Weber sufría un agotamiento de ser él mismo y por ello un deseo de dejar de representar el papel de sabio, catedrático o esposo, anticipando la patología que está detrás del síndrome del quemado y de los trastornos disociativos postmodernos4.
La enfermedad se inicia cuando todo parece ir bien en la carrera y la vida de Max Weber. Repentinamente, tras acentuársele un insomnio radical, su capacidad de trabajo cesa abruptamente debiendo darse de baja de su catedra. Tras un periplo de 4 años buscando cura por tres sanatorios para enfermos de los nervios -nada que ver con manicomios5– y consultas psiquiátricas que emporan su síndrome, renunciar definitivamente al trabajo universitario porque cualquier obligación docente le produce tal excitación que le impide dormir.
El síndrome se acompaña de vértigos, movimientos involuntarios, trastornos alimentarios (durante el insomnio hay que cerrar la despensa porque se puede comer kilos de queso) y ataques de ira.
En la base de la psicopatología weberiana parece existir un trastorno sexual: el matrimonio con Marianne se acompaña de una impotencia sexual absoluta y los breves sueños que logra conciliar de unas eyaculaciones acompañadas de fantasías masoquistas tan dolorosas para Max que Marianne debe velar su reposo para despertarle. Según la correspondencia de Marianne con su suegra el sueño mejora viajando, y en Italia por ejemplo Weber duerme bien sin necesitar los venenos que le han prescrito para el insomnio. Cualquier exhortación materna a poner voluntad para volver al trabajo provoca la ira de Weber que viene a decirle ¿que parte del No Puedo no entiendes?
Etiquetado inicialmente de Neurastenia Weber fue internado durante meses en varios sanatorios especializados en esa fatiga nerviosa que parecía afectar a las elites del trabajo industrial moderno sin obtener mejoría. La farmacoterapia del insomnio en esa época, aparte de los bromuros que potenciaron la impotencia sexual, llevaron a Weber a ser un consumidor habitual de venenos como veronal, trional o incluso heroína publicitado por la Bayer como un somnífero sin efectos secundarios.
Cualquier exhortación materna a poner voluntad para volver al trabajo provoca la ira de Weber que viene a decirle ¿que parte del No Puedo no entiendes?
Quizás la vivencia de la Jaula de Hierro sobre la que escribe al final del La ética protestante y el espíritu del capitalismo describa mejor su estado que las psiquiatrizaciones de Jaspers: en la sociedad capitalista, la vivencia de agobio temporal, de exigencia a movilizar todas las energías en favor del trabajo, junto a la postergación de las satisfacciones inmediatas ahogadas por el deber profesional generan esa sensación de “reptar en una jaula de hierro”.
Tampoco el descanso del guerrero, que constituía el matrimonio de la época, contribuyó a mejorar ese balance vital de continuo esfuerzo y nulas satisfacciones. En su caso la elección de una pariente que vivía en el hogar familiar bajo un pacto de camaradería espiritual lo convierte, según Jaspers, “en un lisiado sexual” hasta que la sucesión de amores con la pianista Mina Tobler y Else Jaffe le permitiesen recuperar el sueño y la capacidad de enseñar en una nueva cátedra justo cuando le alcanzó la muerte.

La interpretación psicoanalítica canónica sobre la enfermedad weberiana es la de Artur Mitzan que interpreta las crisis de Weber como depresiones secundarias a un proceso de duelo patológico sobre una estructura caracterial fijada a un Edipo rígido. El cuadro se descompensa por la muerte de su padre, tras ser expulsado de la casa de Max Weber. Según esa tesis la protección del derecho a la autonomía de su madre frente a las exigencias machistas de Weber padre, generaron una brutal ruptura familiar que terminó con la separación irreconciliable de padre-hijo. Esa muerte en soledad del padre, desterrado mientras se mimaba a la madre sacrificada, conduciría a Weber hijo a un proceso de autocastigo masoquista que bloquearía, tanto cumplir el proyecto materno para ser el maestro de Alemania como de consumar su matrimonio con la esposa, aliada y sustituta de la madre. El conflicto entre la madre ascética y el padre cínico-hedonista habría sido resuelto, según Mitzan, mediante la asunción de un carácter bipolar en Max hasta que la guerra le castigó lo suficiente para “restaurar sus fuerzas intelectuales” volviendo al trabajo como jefe administrativo militar de hospitales y como el político e intelectual carismático que conocemos a posteriori.

Contra esa tesis de clásica de Mitzan sobre el duelo y el conflicto edipal en la etiología de la enfermedad weberiana se oponen, a mi juicio, varios hechos de difícil inclusión en esa interpretación. El estudio del discurso fúnebre ante el féretro paterno no expresa ninguna represión: Weber es capaz de hablar de la bronca con su padre confirmando lo justo de defender el derecho materno sin expresar culpa alguna.
Otro argumento contra Mitzam es la entereza del comportamiento de Weber ante otras desgraciadas muertes de la familia. El discurso fúnebre por su madre es una consoladora disertación sobre la vida lograda sin ninguna queja neurótica por la pérdida. Cuando Weber pierde a su hermano menor a su cuñado todas sus cartas de pésame no traducen ningún sentimiento melancólico y enfrenta dichas muertes sin manifestar ninguna recaída en su malestar depresivo. Por el contrario traducen un sentimiento de conformidad con las bellas muertes que culminan vidas buenas. Incluso el suicidio de su hermana más querida es aceptado con un enorme estoicismo que incluye la decisión de adoptar y recriar a sus sobrinos a pesar del horror hacia los niños que nunca ocultó.
La única terapia que mejora a Weber es viajar y alejarse de las responsabilidades laborales. Dejar correr el tiempo como un viajero despilfarrador hacía países soleados que frente al Homo Faber sigue la receta de Baudelaire – “cambiarás de patria y de comarca tan a menudo como tu fantasía te pida; te embriagarás de voluptuosidades sin fatiga en países embriagadores donde siempre hace calor y las mujeres huelen a flores”- le mejora cien veces más que los termalismos o la electroterapia de los sanatorios.
Ese viaje desde Homo Faber al Hedonismo de alguien que veía en el ascetismo mundano la esencia del ethos de su tiempo no pudo resultarle fácil. Él había descrito el imaginario que descubría en el éxito social la vía para conocer la predestinación divina hacia la salvación o la perdición. Weber resiste ese juicio de perdición y frente a las llamadas al deber y la fuerza de voluntad por la coalición de esposa y madre afirma de forma rotunda su renuncia a la catedra.
Y paradójicamente su lúcida distancia al deber profesional en que había basado su biografía quizá le hizo desencantarse y desvelar el mundo vacío de sentido e incoherente al que se atrevió a mirar sin miedo para poder enseñárnoslo. Lucidez y coraje que le permite descubrirnos el nihilismo de la ciencia por su inanidad para dar sentido a la vida y el decisionismo liberal en política y ética con su mandato moral para el justo de Incumplir y Defraudar las demandas sociales. El sabio no es ni una guía, ni un ejemplo vital frente al Profeta o el Diletante como argumenta en lasdos conferencia sobre La vocación de la ciencia y la política que no han dejado de ser la referencia más citada en sociología o política desde su enunciación en Munich.
Otra amarga verdad socaba los viejos ideales faustianos que habían fundamentado su biografía: no hay vidas logradas por la ciencia debido a su progreso ininterrumpido y por ello ningún moderno puede morir como Noe “saciado de días y saberes”. Otro de los desencantos confirmados por la vejez de cada sabio contemporáneo que ve su obra quedar obsoleta por el siguiente descubrimiento.
Por todo ello hay que olvidar a Goethe y no pretender biografías coherentes en ciencia, ética y estética: hay que buscar criterios de razón y actuación independientes en cada uno de los escenarios sociales en que participamos.
Tampoco el contacto con el matrimonio Gross y las visitas a Mont Verita dejaron de contribuir a la cura de Weber, el choque con las seductoras posibilitó el levantamiento de la prohibición sexual primero con una figura tan espiritualizada como la pianista Mina Tobbler con quien deleitarse a la vez con Wagner y la alcoba. Con ella logró convertir la teología en amor escribiendo de paso un perspicaz texto sobre el proceso de racionalización de la música desde lo religioso a lo teatral.
Tras ese amor de transición el viejo asceta, toleró el suficiente hedonismo como para morir satisfecho en la casa de su amiga del cuerpo y del alma Else Jaffe que le permitió transitar sin horror por la fantasía de ser azotado que perturbaba sus sueños. A Else sí que nada humano le era ajeno y frente a Mariane contuvo esos terrores. Quizá la consideración y lectura de un corto escrito freudiano titulado precisamente “Pegan a un Niño” 6 hubiese permitido a Max Weber ahorrarse angustias, sanatorios y somníferos al saber de la frecuencia de esas fantasías masoquistas que se transforman en inofensivas cuando se descubre el amor simbólico inconsciente que transforma el “me pega” en “me quiere”. Pero bien está si bien acaba: el relato de Marianne de sus últimas horas en casa de Else Jafre nos muestran a un Max Weber cantando un aria de Mozart para demostrar al médico su valeroso enfrentamiento a la neumonía que terminará con su vida.
1 Karl Jaspers: On Max Weber, NY Paragon House, 1969.
2 Me refiero a Heidegger y Céline coincidiendo con la reflexión que sobre ambos hace Steiner.
3 Mr Noon, Barcelona, Versal 1986, es una novela inacabada sin otro interés que el cotilleo que trasmite una visión bohemia del aparente mundo burgués de la universidad alemana de aquellos años.
4 Desaparecer de si es el título de un libro de David Le Breton que describe múltiples manifestaciones del cansancio de si que soportan demencias o fugas disociativas.
5 Weber siempre insistió en que lo suyo no era mental sino de los nervios en una curiosa distinción entre mente-cuerpo debida seguramente al terror posterior a una meningitis infantil.