Un fantasma recorre Occidente: el fantasma de la clase trabajadora, que ha vuelto para quedarse. Bueno, en realidad no se había ido nunca. Entre los 70 y los 80 el movimiento obrero de Europa y EEUU (partidos, sindicatos y corrientes autónomas) fue derrotado manu militari por el capitalismo: cambios en los modelos productivos, fuertes crisis económicas, legislación antisindical y en general una ofensiva ideológica arrolladora desbarataron los cimientos sobre los que se asentaba la clase trabajadora y sus organizaciones.
El testigo de sus estructuras e identidades fue recogido, de manera paulatina, por otro tipo de movimientos sociales que ponían el acento en diferentes cuestiones o escenarios más o menos amplios o concretos según el caso. El paso era lógico y natural, tras dos décadas de derrotas consecutivas y de fragmentación de la clase trabajadora nadie tenía interés en reivindicar una identidad perdedora y que además, decían, estaba en extinción. Se abrían multitud de alternativas, luchas e identidades con las que identificarse y que ofrecían escenarios de avances y victorias en lugar de polvo y cenizas.
Entre los 70 y los 80 el movimiento obrero fue derrotado
Para colmo, sindicatos y partidos quedaban anquilosados, retraídos sobre sí mismos, desconfiando de todo y de todos e inmersos de lleno en lógicas de gestión laboral de tipo neoliberal. No es que el movimiento obrero haya sido tradicionalmente un adalid de integración de determinadas luchas, como las de liberación sexual, pero hasta hace unas dos décadas fue directamente rancio, expulsando de facto, no poca veces, a quienes planteaban cuestiones no relacionadas con el mundo del trabajo o con la política obrera.
Esta idea tampoco puede llevarnos a confusión. La clase trabajadora siempre ha sido diversa y ha estado atravesada por multitud de identidades que se combinan con ella. La más evidente son las identidades nacionales, pero las de género, etnia o más recientemente las ecologistas, por citar una, también han estado ahí y el movimiento obrero, a pesar de sus deficiencias en este sentido, les ha prestado atención, unas veces con más tino y otras con menos, aunque fuera de manera subsidiaria es muchas ocasiones.
Tras estos apuntes quiero retomar el asunto central: a partir de los años 70 buena parte de la izquierda decidió hacer las maletas y abandonar la lucha obrera por los movimientos sociales, o por lo menos repartir los huevos en diferentes cestas. Más allá de cuestiones estratégicas o de posicionamientos morales una reflexión que comenzó a extenderse fue la siguiente: en la sociedad actual, de capitalismo avanzado, la mayor contradicción del sistema no se da en los centros de trabajos sino en la vida cotidiana, las ciudades, etc. ¿Les suena familiar? De ahí, con el paso de los años y la evolución del sistema productivo, se pasó a afirmar que las batallas debían de ser otras, que la lucha de clases estaba superada, que no representaba a amplias capas de la población, que las emergencias, sensibilidades e identidades sociales iban en otra dirección…
Y en esto llegó el Covid-19 y todas estas teorizaciones (por cierto, e insisto, fuertemente eurocéntricas) pasaron a mejor vida. Resultó que la clase trabajadora estaba ahí y no solo no se había ido sino que era esencial. Toma ya. Y resultó que los sindicatos podían estar anquilosados, pero justo cuando se les necesitó ahí estuvieron, presionando al gobierno para los ERTEs y las campañas de inspección de trabajo, asesorando trabajadores, reclamando medidas de seguridad, donando material sanitario… en fin, dando el callo. Toma ya (otra vez).
Mural dedicado al Centenario del Casino de Trubia. Foto: Parees Fest.
Desde entonces resulta obvio que la clase existe, que está muy presente, que es la principal y más antagónica fuente de conflictos sociales y, posiblemente, al igual que antaño, que es llave de cambio y transformación social. Y llegamos al quid de la cuestión ¿Y ahora qué pasa con el resto de luchas que sustituían a la clase? ¿Debemos volver a los buenos viejos tiempos de luchas subsidiarias? Tiempos que por cierto, ni eran tan buenos, tan viejos ni tan simples.
Evidentemente no. Ahora toca integrarlas en el quehacer diario de las organizaciones de la clase trabajadora y superar los manifiestos, programas o declaraciones ¿Y cómo se hace esto? Pues en cuestiones tan sencillas como los convenios, las peleas diarias en los centros de trabajo y en la realidad de los barrios. La lucha de clase ofrece múltiples escenarios para incorporar en lo inmediato las reivindicaciones, por ejemplo, ecologistas. Otro día entramos en más detalles.
La lucha de clase ofrece múltiples escenarios para incorporar las reivindicaciones ecologistas
Solo un apunte más y tirando a dar. Hay que ser honestos, las organizaciones de clase trabajadora tienen mucho por andar y por integrar, muchísimo, pero quienes tienen que dar el mayor paso no son los sindicatos. Es la militancia de los movimientos sociales quien tiene que llevar sus reivindicaciones al barro y a lo cotidiano. Algunas de estos movimientos, por supuesto, ya lo hacen (otros muchos no), pero la clave está en hacerlo en un medio que es, por definición, de masas: el mundo del trabajo y/o de la clase trabajadora (su barrios, sus ejes de sociabilidad, etc.). Un medio que es el eje central de la vida en sociedad, ya sea esta agrícola, pre-industrial, industrial o post-industrial. Y por supuesto teniendo en cuenta que las organizaciones de trabajadores tienen potencial y disposición para asumir muchas de estas demandas que por cierto, en no pocas ocasiones ya van siendo integradas.
¿Por qué? Porque en los sindicatos tienen claro que la clase trabajadora somos nacionalistas, feministas, LGTBQ, racializados, interseccionales, trans, ecologistas, antifascistas, pero que por encima de todo somos la puta clase trabajadora. El resto de movimientos sociales tiene que empezar a actuar igual. Ese día arderá Troya.
Tien bemoles que en la región con más precariedad y paro temos falando de que los MMSS fracasan en llevar sus demandas al mundo CENTRAL del trabajo. A ver qué me cuentan nel sindicato si me pongo a debatir sobre graneles en suspensión de EBHI. Mucha interseccionalidad salvo en las ejecutivas y los vídeos, que paez no visteis ni un migrante o currela del SAD, sólo lo industrial-fabril existe. Como autocrítica maravillosa: la culpa ye del resto aunque nos falte mucho por integrar.