Una constante angustia e incomodidad está presente en mi vida desde que soy investigadora en formación al sentir que yo no termino de encajar en este espacio siendo migrante de zona rural, de un país del Este de Europa, de clase trabajadora y mujer pobre. Esta sensación ha hecho que, como buena investigadora en formación, dedicara algún tiempo a entender cómo salían a flote algunas de mis emociones al ocupar determinados espacios o prácticas. Por ejemplo, mi incomodidad ante aspectos que a primera vista son inofensivos, incluso positivos: un despacho compartido en una universidad pública, una reunión con otros investigadores e investigadoras, unos hablares y vocabularios que se alejan de mi cotidianidad, o unos tiempos lentos y pausados a los que no estaba acostumbrada viniendo de un ambiente de precariedad y veranos con jornadas interminables en el sector servicios, donde cada minuto cuenta no para ganar un dinero extra, sino para conseguir lo justo para subsistir lo que queda del año. Ya lo decía Mar Gallego en ‘Como vaya yo y lo encuentre: feminismo andaluz y otras prendas que tú no veías’ (2020), que nos resulta mucho más interesante, cómodo, amable hablar con las limpiadoras al compartir realidades, vivencias y problemáticas que con quienes son de la ‘alta’ esfera académica, en este caso.
Serigne Mbayé, diputado de Unidas Podemos.
En el último mes han salido a la luz, de forma mucho más evidente, la negación de determinados espacios a ciertas personas. Este es el famoso caso de las amenazas de VOX con deportar a Serigne Mbayé. Ante este hecho Pablo Iglesias preguntaba, al ser Mbayé ciudadano con nacionalidad española, si lo harían “por ser negro, o por ser de Unidas Podemos”. Añadiría, en este caso, no sólo ser de Unidas Podemos, sino también atreverse a presentar su candidatura a unas elecciones. Si eres negro, pobre y migrante no puedes presentarte a las elecciones, ese espacio público y político no es para ti.
El espacio que se construye desde las relaciones de poder para las personas empobrecidas y subalternas es el de la pobreza y subordinación. Incluso si llegas a ascender en la escala social (ni siquiera materialmente, es decir, cobrar más o tener un puesto de trabajo mejor, sino ascender culturalmente: cobrando poco pero en un trabajo bien valorado socialmente), como bien dice Brigitte Vasallo en su libro: ‘Lenguaje inclusivo y exclusión de clase’ (2021), sufres un castigo. El castigo por ocupar un lugar que no te corresponde, por hablar de temas que no deberías conocer, por relacionarte con gente que están en otras posiciones, por sacar a la luz problemas que ya existían y de los que ahora parece que eres responsable, como si tú los crearas al darles visibilidad, afirma Sara Ahmed en ‘Vivir una vida feminista’ (2017).
“Si eres negro, pobre y migrante no puedes presentarte a las elecciones: ese espacio no es para ti”
Se crea así un muro invisible que opera como resistencia a la transformación de las instituciones, explica Ahmed (2017), en este caso al intentar representar políticamente un candidato negro, migrante y de clase trabajadora a la población de la Comunidad de Madrid. Según esta autora: “[u]n muro es funcional: para el cuerpo con permiso para cruzarlo, la función de este muro es impedir que otros lo crucen” (Ahmed, 2917: 200). Este muro dejaría de existir si no se intentaran transgredir las normas preestablecidas, si no se presentara a las elecciones, por ejemplo.
Pero. en la actualidad, se nos amenaza incluso con expulsarnos de espacios que ya habíamos conseguido a través de la lucha y la ‘normalización’ de nuestra presencia en ellos (no se me malinterprete con esta palabra tan peligrosa: ‘normalizar’). Alicia Ramos lo explica en este artículo ‘De la convivencia a la supervivencia’ exponiendo que, en la actualidad, es necesario afirmar constantemente ser ‘trans’, ‘negra’, ‘migrante’, ‘de pueblo’, y demás identidades que construyen la diversidad de nuestras vidas, pues esta afirmación ha cobrado un significado que antes no tenía. Es decir, aspectos que antes podían pasar desapercibidos en nuestros barrios, en la actualidad, pueden parecer … ¿amenazantes? ¿Será que estamos perdiendo nuestros espacios? Ya no sólo tenemos que luchar contra estructuras y esos muros en ámbitos que aún no nos pertenecen, sino la necesidad de reafirmarnos y agarrarnos a aquellos espacios en los que ya somos aceptadas o normalizadas, es decir, que ya son también nuestros.
Cartel de VOX en las elecciones madrileñas.
Esta tendencia de expulsar nuestra existencia ya la vamos viendo desde hace varios años en otros contextos y otros países. Y me atrevería a decir que incluso aquellos territorios, instituciones e incluso colectivos sociales en las que no ha llegado a calar de forma tan violenta esa expulsión mediante la construcción del otro como amenaza, sí podemos encontrar la duda, el dudar del otro. Este cuestionamiento se constituye como poner en duda la existencia o presencia del otro en determinados espacios, actividades o ámbitos que se verbaliza en una serie de elementos sutiles, a lo que Johan Galtung llamó violencia simbólica. Esta violencia simbólica o cultural se caracteriza por prácticas diarias que expulsan de forma sistemática los cuerpos empobrecidos y subalternos de esos espacios aunque no desde una forma evidente. Comentario a comentario, subida de alquiler a subida de alquiler, piropo a piropo, mirada intimidadora a mirada intimidadora, pintada de odio a pintada de odio, gota a gota. Estas actitudes son los pilares de las otras formas de violencia propuestos por este autor: estructural (reproducida por las instituciones) y directa (física o psicológica).
Es necesario, por un lado, que sigamos alcanzando espacios ‘inalcanzables’ para nosotras, no tanto para satisfacer nuestros deseos individuales, sino construir conjuntamente estructuras más plurales, diversas y complejas que puedan romper colectivamente con esos muros que se nos imponen y transformar la realidad hacia la justicia social. Romper esos muros, tal y como ha hecho Mbayé en las elecciones de la Comunidad de Madrid representando al conjunto de la clase trabajadora, personas empobrecidas y precarias, siendo él negro y migrante. Por otro lado, habitar nuestros barrios poniendo la vida en el centro, reafirmarnos en nuestra diversidad, compartir conocimiento desde lo cotidiano, continuar manteniendo nuestro espacio haciéndolo florecer y crecer desde una realidad cada vez más plural. Vivir los barrios colectivamente en diversidad como forma de resistencia.