Un púgil con duende

Puños de harina presenta dos historias trenzadas en una exposición pugilística de 10 rounds.

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Roberto Corte
Roberto Corte
Roberto Corte (Oviedo, 1962). Vinculado al teatro asturiano desde 1980, y ligado a la autoría y dirección en el ámbito escénico, en la actualidad colabora como crítico en revistas especializadas.

Puños de harina

Texto, dirección e interpretación: Jesús Torres

Centro Niemeyer, sábado 19 de junio

Golpe a golpe, hasta la victoria o la derrota. Dar puñetazos o recibirlos. Así se revela el boxeo como metáfora de la vida. El cine trató el tema con prodigalidad. El teatro también ha dejado un puñado de espectáculos memorables. A bote pronto yo recuerdo a Fermín Cabal, o a Pavlovsky con su Cámara lenta, historia de una cara, en un soberbio montaje del Teatro Estudio de Gijón, en los años 80. Marginalidad, violencia y un torrente de sentimientos que se anudan en la garganta del espectador hasta ponerle la carne de gallina. En su día la inconmensurable y maravillosa Million dollar baby metió a la mujer en el ring, amplió la exposición de campo y la metáfora se volvió más poética y dolorosa, más cruel –yo que voy de racionalista empedernido salí del cine noqueado–. Ahora Jesús Torres utiliza el cuadrilátero en el teatro con excelentes resultados para abordar el racismo en un episodio histórico y, de paso, por extensión y superposición metonímica de golpes y asaltos, denunciar las cornadas que les dio la vida a muchos homosexuales por el mero hecho de querer vivir en libertad. Aunque hay que señalar también que al utilizar el boxeo como metáfora de la violencia que padece el personaje Saúl, se tocan tangencialmente otros temas importantes que generan controversia por su complejidad de tratamiento, como son el feminismo de la diferencia, la no-violencia en la identidad de género, etc., o incluso el cuestionamiento del mismísimo boxeo como deporte. No hay que olvidar que una buena parte de la sociedad todavía lo considera un espectáculo propio de bestias y primates, y que Antonio Masip llegó a prohibirlo en Oviedo durante muchos años.

Puños de harina presenta dos historias trenzadas en una exposición pugilística de 10 rounds. Por un lado está la vida del boxeador alemán Rukeli, de origen romaní. Víctima del racismo nazi al que le fue arrebatado el título en la categoría de semipesado y, posteriormente, la vida en el campo de concentración de Neuengamme, en unas circunstancias que aún hoy no están esclarecidas. Tenía 36 años. Y por el otro se nos narra la infancia y adolescencia de Saúl –también gitano, hijo y nieto de boxeadores y feriantes– que vive y construye su sensibilidad homosexual por descarte, bajo la violencia y el terror de un padre maltratador empeñado en inculcarle unos valores ancestrales a machamartillo. Una historia real y otra ficticia sobre xenofobia y homofobia, que al espectador le llegan con el mismo grado de pavor y verosimilitud merced al alto voltaje que tiene Jesús Torres como intérprete. El texto, que transita por la estructura un tanto reiterativa y previsible de los diez asaltos y fue Premio Autor Exprés de la SGAE, describe los hechos en un lenguaje coloquial directo, salpicado de metáforas y referencias evangélicas, tan propias y presentes en la vida gitana.

No sé si Jesús Torres además de ser un excelente autor, actor y director, es también boxeador. Pero a juzgar por su preparación física y su dominio técnico –a ojo de buen profano, todo hay que decirlo– podría serlo. Verlo sudar, saltar a la comba o pegarle al saco sin perder texto, ritmo o compostura, es un primor que pone el listón muy alto y muy pocos alcanzan. Es tal la perfección y la sincronización conseguida que por un momento yo he llegado a preguntarme si no estaríamos ante un playback con una precisión ejemplar. Pero no, todo es en un riguroso vivo y en directo de mucho peso y quilates. El cubo con proyecciones que sirve de cuadrilátero resuelve favorablemente la propuesta escénica.  

Yo no soy muy aficionado al deporte, pero al finalizar el  espectáculo, no sé por qué, recordé los nombres y las caras de los boxeadores de mi infancia que salían en los cromos. Estaban Urtain, Pedro Carrasco y… cómo no, el asturiano Gitano Jiménez. A mis amigos les encantaba seguir sus proezas.

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