En 2020, el 65,2% de la población residente en España vivía en hogares compuestos por tres o más personas. De los 18.754.800 hogares que existían el año pasado, un tercio de ellos estaba compuesto por una pareja con uno/a o más hijos/as, el 20,1% lo formaba únicamente una pareja y el 26,1% eran hogares unipersonales. Dentro de los hogares monoparentales, que ascendían a 1.944.800 –un 10,4% del total–, la inmensa mayoría (el 81,4%) los encabezaba una mujer, por lo que quizás sea mejor hablar de hogares monomarentales. Según un informe del Instituto de las Mujeres, los hogares que cuentan con un solo progenitor registran una tasa de riesgo de pobreza del 46,8%, frente a la media del 25,3% del total de familias. Cuando los encabeza una mujer, esa tasa asciende al 52%.
Aproximadamente un 14,9% de las mujeres residentes en España en 2020 con edades comprendidas entre los 16 y 64 años –2.282.300 en términos absolutos– se encontraban inactivas en el mercado laboral debido principalmente a su dedicación a las ‘labores del hogar’. Pocas si lo miramos en perspectiva histórica, demasiadas si el objetivo es alcanzar la igualdad real y efectiva entre hombre y mujeres.
Según la Encuesta de Fecundidad elaborada por el INE en 2018, el 42% de las mujeres residentes en España de edades comprendidas entre 18 y 55 años había tenido su primer hijo más tarde de lo que consideraban ideal. De media, el retraso ascendía a 5,2 años. En cuanto a los motivos que alegaban para el retraso de su maternidad, la suma de las razones laborales, de conciliación de la vida familiar y laboral y las económicassuperaban el 30% en las mujeres de todas las edades y llegaban a sobrepasar el 36% para las de 35 a 39 años y para las de 45 años y más.
Reinaldo Giudici. Lo Sguazzetto (La sopa de los pobres en Venecia). 1884-85
La última Encuesta sobre Opiniones y Actitudes sobre la Familia elaborada por el CIS en 2014 arroja datos muy interesantes acerca de la visión que la sociedad española tiene sobre la familia. La salud es el único aspecto al que la población española le concede más importancia que a la familia, que se encuentra muy por encima de cuestiones como el trabajo, las amistades o el dinero. En cuanto a la satisfacción que sienten con distintos ámbitos de su vida, es la familia, con diferencia, el ítem que alcanza una valoración más positiva. Las tres funciones más importantes que la sociedad española atribuye a la familia son: proporcionar amor y afecto a todos sus miembros; criar y educar a los/as niños/as; disfrutar de sus hijos/as y de su pareja. Por último, respecto al tipo de atención y cuidado que consideran más adecuado, se observa todavía cierta reticencia a dejar en manos de instituciones o de profesionales el cuidado de sus familiares, especialmente el de las personas mayores.
España es uno de los países de la Unión Europea con mayor tasa de riesgo de pobreza infantil: 26,8% en 2018, frente a la media UE-28 del 20,3%. Pese a que las políticas familiares son una de las herramientas más potentes en la lucha contra la pobreza infantil, el gasto público en prestaciones a la familia en España en 2016 tan solo alcanzaba un 1,3% del PIB. No solo es insuficiente en términos cuantitativos, sino que a nivel general la capacidad redistributiva de todo nuestro sistema de impuestos y prestaciones por tipos de hogar es muy limitada. Tan solo consigue reducir la desigualdad de ingresos entre las familias con menores en un 23% (en Reino Unido esa cifra asciende al 40%, y en Alemania o Francia supera el 30%).
La sociedad española entiende la familia como un espacio de confianza, de amor, de afinidad
Todo este entramado de datos y cifras –al que se podrían añadir muchas más– ¿qué lecciones nos aporta? ¿Qué discursos y estrategias políticas deberían implementar los partidos políticos de izquierdas y los movimientos sociales en torno al concepto familia? Vamos por partes:
Si bien es cierto que el número de personas que viven solas ha aumentado en los últimos años y que la soledad no deseada –sobre todo entre personas mayores– es hoy un problema social de primer orden, la inmensa mayoría de la sociedad española sigue organizando su vida cotidiana a través de grupos familiares diversos. Este último adjetivo es fundamental para entender la realidad de las familias en 2021. Las familias no son solo diversas en su composición o apariencia, sino también y sobre todo en sus necesidades. Hay un tipo de familias que es mucho más probable que sufran pobreza, aislamiento social y abandono institucional. Integrar este importante matiz en el diseño de las políticas públicas implicaría dejar de utilizar de una vez por todas a la típica familia de clase media con dos sustentadores como modelo para pensar qué políticas de conciliación y qué reorganización social de los cuidados necesitamos. Si las soluciones que se ofrecen a la crisis de los cuidados no son universalizables, no merecen llamarse soluciones.
La valoración social de la familia en España es muy positiva. Y no lo es por cuestiones meramente instrumentales, es decir, la gente no tiene una visión muy ‘bonita’ de la familia simplemente porque sea consciente de que es su principal colchón de seguridad económica. Aquí entran aspectos mucho más afectivos y emocionales: la sociedad española entiende la familia como un espacio de confianza, de amor, de afinidad. Sabemos que la realidad es mucho más compleja, y que el ámbito familiar puede estar también cargado de violencias y sumisión, pero esta visión aporta unos ingredientes muy interesantes que si se saben conducir en una determinada dirección pueden ser muy útiles para luchar contra el individualismo neoliberal y la atomización social. La gente en España quiere formar familias y, además, quiere tener tiempo para cuidar y disfrutar de sus familiares. Si se entiende que el cuidado es solo una carga y que por tanto es necesario profesionalizar todos los cuidados, la ‘cultura española’ se verá como un obstáculo. Si se entiende que el cuidado también puede ser una capacidad humana a potenciar y que el tiempo dedicado a ello no debería estar supeditado a los ritmos frenéticos del mercado laboral, entonces esa misma cultura es una potente aliada.
Nuestro sistema de bienestar es familiarista: se sobrecarga en las familias la responsabilidad de proveer cuidados a sus miembros
Una cosa es el familiarismo y otra muy diferente son las políticas familiares (sobre todo si tienen una buena capacidad redistributiva). En España, la izquierda, si quisiera, tendría todos los elementos a favor para ganar en la disputa política por las familias. Nuestro sistema de bienestar es familiarista. Esto quiere decir que se sobrecarga en las familias la responsabilidad de proveer cuidados a sus miembros, con un escaso apoyo de las instituciones públicas y con la ausencia de estructuras y redes comunitarias sólidas y sostenibles. La consecuencia de esto la conocemos: desigualdad social y de género. Entre las principales propuestas programáticas de los partidos de izquierdas deberían aparecer urgentemente las siguientes medidas: prestaciones económicas condicionadas a familias monomarentales, prestaciones universales por hijo/a a cargo, universalización del acceso al cuidado/educación infantil y a los distintos servicios recogidos en la Ley de Dependencia. En definitiva, desvincular la protección social de la participación en el mercado de trabajo. Difícilmente la derecha podría ofrecer esto a la ciudadanía, pues implicaría básicamente renunciar a su visión sobre el papel del Estado en la economía.
Por último, una lección para los movimientos sociales. En España, la familia es a día de hoy un potente vehículo de reproducción de desigualdades y privilegios. Aunque nuestro régimen de bienestar se comenzase a parecer al de los países nórdicos, el capital económico, social y cultural familiar seguiría siendo fundamental para determinar la calidad del cuidado físico y emocional que recibe una persona. A esto, además, habría que añadirle que, pese a la valoración tan positiva que se hace de la familia en España, el ámbito familiar también puede ser un espacio profundamente hostil, opresivo y violento, alejado de la armonía con la que a menudo se representan las relaciones familiares. Teniendo todos estos elementos en cuenta, ¿existe alguna alternativa a la familia? Quizás más que en una alternativa, ¿podríamos pensar en otro tipo de instituciones o estructuras que vengan a complementar la función de la familia? La reciprocidad, el apoyo mutuo, los cuidados más cotidianos en general, ¿se pueden establecer en otro tipo de redes y relaciones sociales que no sean necesariamente familiares? Es muy difícil imaginar algo así como el fin de la familia, quizás en las circunstancias actuales no sea ni siquiera deseable, pero si pretendemos potenciar el cuidado como una capacidad humana básica será necesario imaginar cómo se podrían socializar actividades y tareas que en la actualidad se desarrollan de forma cotidiana en la privacidad de los hogares, cargándolas sobre las espaldas de las mujeres. Atender diariamente a una persona con graves dificultades de movilidad y/o con alteraciones cognitivas necesariamente requerirá una serie de recursos materiales y de competencias profesionales, pero cuestiones como la soledad, la falta de tiempo para cocinar y limpiar o el malestar emocional, problemas que cada vez más se tratan de corregir a través de la compra de servicios lowcost y de la medicalización, quizás podrían atajarse a través de la creación y potenciación de infraestructuras sociales y redes comunitarias de cuidados. Generar las condiciones para que se haga efectivo ese lema que hoy en día acompaña la actividad de muchos colectivos y sindicatos de vivienda: el barrio es familia.