Santiago Abascal se fue a Brasil. Y está muy bien que viajen y que conozcan mundo los cenutrios a los que solo les entra en su limitada mollera el mapa anquilosado de la España imperial de Felipe II. Pero el caso es que Abascal cruzó el charco con un único objetivo: hacerle la ola a su admirado Jair Bolsonaro, mendigar una foto con él, pasarle el brazo por el hombro a ese fascista redomado que de momento sigue gobernando en Brasil sobre los cadáveres de una pandemia a la que no prestó atención, sobre las víctimas de la indiscriminada violencia militar y policial que él incentivó, sobre los cuerpos de la población indígena exterminada en la Amazonía con la connivencia de su Gobierno fascista…
Con todo, Abascal fue corriendo a hacerse la foto con el presidente Bolsonaro, un criminal de Estado que más pronto que tarde acabará en una cárcel brasileña. Y no es difícil imaginar lo que pasó antes o después de esta fotografía, en la que pactaron que posarían de igual a igual. Seguramente el españolísimo Abascal hizo una genuflexión ante su admirado ultraderechista brasileño. Y seguramente le confesó que lo envidiaba porque Bolsonaro es un fascista sin filtro, sin medida y sin vergüenza, mientras Abascal debe limitarse a representar el papel de esa ‘ultraderechita cobarde’ que tiene que morderse su envenenada lengua para seguir vendiéndole a su electorado (en parte cabreado y en su mayor parte aborregado) que a este lado del charco la extrema derecha defiende libertades y derechos. Pero las libertades y los derechos viven muy lejos de esos dos individuos que se retrataron en esta foto con la pestilente ideología que comparten y que representan.