Hay dos maneras de entender la frase que da título a estas líneas. En una la Filosofía es el sujeto, es quien huye. En la otra, es el objeto, es de quién se huye. Y ése es el sentido que he pretendido darle.
Lo curioso es que tanto `sujeto´ como `objeto´ son dos conceptos filosóficos bastante complejos. Son categorías, esto es: son formas del ser, maneras de relación.
El lenguaje nunca es aleatorio.
Que se relegue la Filosofía a un rincón cada vez más lejano no es por pretender denostarla. No es un menosprecio (ni un desprecio), es más bien un intento de esconderla. Es una huída, y sólo se huye de aquello que se teme. Fíjate bien, una palabra que comienza con filo (amor, interés) y que genera tanta fobia (odio, temor). Es curioso, ¿no?
La Filosofía está detrás de todas las grandes revoluciones de la Historia (tanto sociales como científicas), de todas las grandes rupturas sin las cuales no habría sido posible ninguna clase de avance. Las ideas empujan la acción humana. Es lógico temerla si se enfoca como la responsable de una gran devastación, pero detrás de toda revolución hay siempre un renacer. La Filosofía, en ese sentido, nunca devasta, sino que edifica, construye, alza. Es el motor del desarrollo humano (y de lo humano). Pero sobre todo, actúa como guardiana, pues nos mantiene alerta y nos aporta las herramientas necesarias para prevenir, por ejemplo, desastres políticos. Por eso no deberíamos temerla.
El estudio de la Filosofía es necesario para el desarrollo del individuo en la sociedad, del individuo y de la sociedad.
El contacto con otras mentes, todas diferentes, provoca un necesario cuestionamiento. Las materias de Filosofía ofrecen el espacio adecuado para la confrontación de ideas. Las preguntas planteadas cobran la misma importancia que la manera de preguntar. Así, surge la pregunta filosófica.
“La pregunta por el qué, por el cómo, la pregunta que llevó a nuestros ancestros a dominar el fuego, a conservar los alimentos, a desarrollar la agricultura. Todo surge de la pregunta”
El cuestionamiento es inherente al pensamiento humano, y sucede a través del lenguaje, de la razón. Gracias a ello puedo escribir estas líneas y tú puedes leerlas. No es sino por la necesidad humana de dar sentido al mundo que hemos desarrollado un lenguaje de una complejidad mayúscula, representado en cientos de idiomas. La capacidad simbólica humana (la que permite la comunicación entre tú y yo, aún sin vernos ni conocernos, sin compartir contexto ni -tal vez- tiempo) es grandiosa. La comunicación es tan importante como la alimentación o el sexo. Así que, ¿cómo habría podido desarrollarse la capacidad humana sin la capacidad lingüística? El cuestionamiento surge lingüísticamente a través de la pregunta. La pregunta por el qué, por el cómo, la pregunta que llevó a nuestros ancestros a dominar el fuego, a conservar los alimentos, a desarrollar la agricultura. Todo surge de la pregunta.
Tanto por su estructura como por su contenido, el aula de Filosofía es al entendimiento lo que el gimnasio al cuidado del cuerpo. Poco o nada se cuestiona la importancia de ejercitar el cuerpo, pese a que todos tenemos uno. Poco o nada se cuestiona la necesidad de mantener una alimentación saludable, pese a que todos debemos alimentarnos para sobrevivir. Si entendemos que este par de ejemplos deben ser no sólo habilidades innatas sino también destrezas adquiridas, aprendidas, y siempre susceptibles de mejorar, ¿por qué no sucede lo mismo con las habilidades mentales y racionales?

A través de la pregunta y el diálogo filosófico se desarrollan paulatinamente una serie de destrezas mentales, de herramientas de razonamiento, relacionadas directamente con lo lingüístico. Ocurre de diferentes formas: por un lado, se aprende a diferenciar la opinión del conocimiento (episteme), a establecer criterios para evaluar adecuadamente los diferentes razonamientos, a mejorar una capacidad argumentativa que al hacer que sea necesario que te entienda el de enfrente, hace que te entiendas mejor a ti mismo, se aprende a diferenciar un argumento bien formado de un argumento falaz, y a diferenciar una falacia de una mentira, de un engaño o de un error. Hace que sepamos enfocar la atención e ir a la raíz de lo que se nos plantea, lo que nos lleva a poder desarrollar una de las destrezas más difíciles: ser capaces de cambiar de opinión, al ser capaces de reconocer que no siempre tenemos razón.
Por otro lado, aprender a escuchar nos pone enfrente otras visiones del mundo que tal vez no habíamos considerado o que son diametralmente opuestas a las nuestras. Un aula de Filosofía nos insta a vencer el rechazo inicial, a salirnos de la caja y no tener más remedio que ver que, al igual que nos consideramos siempre portadores de razón y de verdad, así también lo siente la mente más ajena a la nuestra. Aprendemos a tener que oír aquello que no queremos oír, lo que nos remueve o nos cabrea. Y eso nos enseña mucho sobre la censura, sobre la libertad de expresarse, sobre los derechos y libertades y su universalidad.
“Que se arrincone la Filosofía en un sistema educativo no es nuevo, pero nunca es un buen síntoma”
Y es inevitable que suceda.
La clase de Filosofía es el lugar al que vamos a aprender a pensar. Por eso nunca puede ser dogmática, porque no es dócil, porque no es (meramente) un contenido, sino una puerta abierta a comprender los mecanismos de la razón y a ejercitarlos. Nos ayuda a crecer.
Esta disciplina enseña de manera específica a desarrollar el pensamiento propio, porque ese es su principal contenido, y a poder encajarlo dentro de un sistema mayor en un contexto específico, aprendiendo a confrontarlo con otros tiempos y otras culturas. Y con la propia.
Que se arrincone la Filosofía en un sistema educativo no es nuevo, pero nunca es un buen síntoma. En este caso, es más sorprendente y (tal vez) más preocupante que en ocasiones anteriores, al haber adquirido el actual ejecutivo el compromiso de protegerla. Compromiso claramente roto en la Ley que actualmente se está tramitando.
En un tiempo en que el diálogo parece estar en riesgo, con la consecuente polarización de ideas y la generalización de la falacia “o conmigo o contra mí”, salvar la Filosofía se hace, si cabe, más necesario que nunca.
#Salvemoslafilosofía