Desde la derrota (I). Experiencias de resiliencia para la participación política y social

La gente salió de sus casas y por primera vez muchas personas sintieron que podían ser algo más que un voto una vez cada cuatro años

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Eva Del Fresno
Eva Del Fresno
Trabajadora social, militante feminista y de EQUO.

Hay una plaza anodina en Gijón, en el barrio del Llano, que la gente cruza para atravesar dos calles cuando sale del Centro Comercial Los Fresnos. Es una plaza sencilla de forma ovalada donde nunca pasa nada, aunque si te fijas está azulejada con cerámica de colores y las flores que adornan las esquinas son hermosas, durante todo el verano predominan las rosas silvestres. Aquella primavera ya habían florecido la mayoría y ocurrió además otra cosa que transformó la plaza por completo. La gente acudía para encontrarse, era mayo de 2011 y el 15M se había convertido en un tsunami político que desde su epicentro en la acampada de Sol hacía vibrar cada rincón de España. No tardaría en cruzar fronteras e internacionalizarse.

Desde el Centro Comercial un vigilante observaba fijamente  la concentración con la cabeza erguida, y las manos a la espalda. Durante el breve rato que llevaba inmóvil  en esa posición el número de personas seguía aumentando  para su disgusto. Hizo un chasquido con la lengua y levantó la voz para hacerse oír aunque no dejó de mirar en dirección a la plaza. “Míralos. A mí no me parece mal que se junten, qué más me da. Pero no tienen por qué ponerse en la calle que ye de todos”. Las dos mujeres a las que supuestamente se dirigía intercambiaron una mirada y una de ellas respondió, “por eso se juntan en la plaza porque es el único sitio de todos, para que vaya cualquiera”. Al poco una quicemayista de unos 20 años entró en el centro portando una pancarta. De un lado anunciaba  la asamblea que iba a comenzar invitando a la gente a unirse. La otra cara bien podría haber sido la icónica ilustración en que un pez grande se come al chico, y un enorme pez colectivo formado por cientos se come al grande.

“El 15M se había convertido en un tsunami político que desde su epicentro en la acampada de Sol hacía vibrar cada rincón de España”

El vigilante no pudo evitar su entrada,  pero tras un gesto resignado de despedida se dispuso a seguirla por todo el centro para evitar que incumpliera alguna norma. La joven y él recorrieron así “en equipo” las dos plantas. Antes del crack de 2008 hubieran sido cuatro, pero los años de crisis económica habían arrasado la cuarta planta en la que no quedaba literalmente nada. Si intentabas subir a lo que antes era un hervidero, cuando había cines y un karting de coches, encontrabas ahora un cordón que impedía el paso. Por no haber no había ni luces, para qué, era una planta fantasma. El silencio había ido filtrándose implacable hasta  el tercer piso en el que sólo sobrevivían un par de establecimientos que todo el mundo daba por muertos. Para aquella mañana de 2011 la segunda planta mostraba a su vez  claros  síntomas de la misma enfermedad, varios locales habían enmudecido o albergaban exposiciones para ocultar la debacle,  y la incertidumbre se cernía sobre los pequeños autónomos de la primera. La mayoría estaban con el agua al cuello, en serias dificultades para  poder cumplir las exigencias del centro.

Movimiento 15 M, mayo 2011. FOTO: Iván G. Fernández

Un centro comercial funciona como una pequeña ciudad donde se aplica  la ley de la gerencia, que a su vez es una personificación de la sociedad propietaria. Hay multitud de normas  a seguir que rigen la vida cotidiana y aseguran que el engranaje se ponga en marcha cada mañana para recibir una afluencia de público de miles personas  al día. Son normas frente a las que existe una sujeción legal y que responden a la voluntad de los legítimos dueños. Para una pequeña empresa el poder de la gerencia es indiscutible, pero todo el mundo asume que sus abusos son innegociables porque  cualquier límite a los mismos de un poder externo  hubiera sido interpretado como una injerencia sobre la libertad y la propiedad privada con regusto a “comunismo“.  Y el “comunismo”  es inadmisible. Sin embargo, hay  algo detrás de muchas decisiones de  la sociedad propietaria que ella no controla. Hay decisiones incluso que le hacen perder dinero. Pero debe hacerlo. Solo aparenta tener el poder cuando en realidad limpia el centro comercial, organiza los recursos humanos y se lleva un porcentaje sobre su inversión para que el verdadero dueño siga ganando dinero. El tiburón son las empresas grandes que constituyen el motor del centro. Sin ellas la afluencia de público se desploma y nadie gana, así que las condiciones de verdad las imponen ellas. Ellas deciden con un amplio margen  cuánto y cuando pagan, los horarios de apertura, o quién puede alquilar los locales libres. Deciden todo lo que les interesa y dejan que los dueños se encarguen de la logística para ahorrarse trabajo. En los centros comerciales a los que vamos a comprar, el dinero está de facto por encima de cualquier gobierno legítimo y el 15M denunció que eso era precisamente  lo que estaba pasando en todo el país. Los temores que nos infundieron sobre el comunismo el capitalismo los hizo realidad. La democracia se mostró como la mano ejecutora de los intereses del gran capital en vez de velar por el bien común. Se habló de golpe de Estado financiero, y  de que el bipartidismo nos hacía vulnerables, porque cuantos menos actores políticos estuvieran en el tablero más fácil resulta al poder económico  moverlos a su antojo. Las asambleas ciudadanas empezaron a autorganizarse desde abajo para denunciar las causas de la crisis, la irresponsabilidad del mercado bancario que nos había precipitado al abismo y el enriquecimiento pese a todo de una élite cuyos beneficios seguían creciendo. Se pidió implicación a la gente de los barrios en la creencia de que la democracia real tenía que contar de verdad con la participación de la mayoría social. Y funcionó. La gente salió de sus casas y por primera vez muchas personas sintieron que podían ser algo más que un voto una vez cada cuatro años. Era la ciudadanía contra la mecánica del sistema, las personas reales frente al pensamiento del crecimiento infinito. Se incorporó el sujeto nosotras y empezó a hablarse usando el femenino genérico. Con un paro del 20,6%. El bullicio de las tiendas se trasladó a las calles. Conceptos del ámbito académico se hicieron populares, por ejemplo la criminalización de la protesta, cuando empezaron a promulgarse  normas  para tratar de frenar las movilizaciones. En una ocasión se prohibió hacer ruido y desde entonces el 15M adoptó en todas partes el aplauso silencioso de la lengua de signos agitando las manos alzadas. Desde arriba lanzaban desesperadamente  un mensaje a través de los medios “no hay nada que podáis hacer “. Y una afirmación recorría las asambleas “sí se puede“.

“La gente salió de sus casas y por primera vez muchas personas sintieron que podían ser algo más que un voto una vez cada cuatro años”

¿Fracasó la nueva política heredera de los valores del 15M? ¿Funcionan la horizontalidad y la democracia interna? ¿La participación ciudadana consigue mejores resultados ? ¿Son los partidos instrumentos útiles para mejorar nuestra vida ? ¿Merece la pena la movilización social? Este artículo es el primero de una serie dedicada a rescatar la memoria del activismo durante la primera década tras el 15 de mayo. Sobre todo para cuestionar la sensación de fracaso que se está asentando con la idea de fin de ciclo tras el auge de la extrema derecha y la nueva desafección de las bases sociales. También para buscar respuesta a la primera pregunta que deberíamos plantearnos antes de todas las demás. Si nunca hemos vivido en una democracia participativa y carecemos de referencias, ¿de qué modo podemos progresar sin que eso conlleve un proceso de experimentación? ¿Cómo se pueden eludir los tiempos necesarios para el aprendizaje? Obviamente es un problema sin solución porque está mal planteado. Ninguna persona puede saber algo que no haya aprendido antes. Resulta tan irracional como cruel exigírselo y más todavía hacerle creer que los errores de la inexperiencia son definitivos. Patologizar los procesos naturales  es negar nuestra propia humanidad, incluidas nuestras limitaciones y  nuestro potencial. Pero precisamente demonizar los caminos que conducen al fortalecimiento de la conciencia individual y colectiva ha sido siempre una estrategia del poder para  someter a la mayoría social. Si hace diez años percibíamos que la implicación de la gente era imprescindible para proteger el bien común ante la crisis económica, hoy frente a la crisis ecológica la participación informada de la ciudadanía es la única esperanza para conseguir una transición medianamente eficaz, un decrecimiento justo, y un reparto proporcional de los recursos que previsiblemente  empezarán a escasear en los próximos años.

Hay una voz sin embargo que todas y todos hemos escuchado alguna vez, y que últimamente grita más fuerte y más alto que nunca. “Es demasiado tarde. No pierdas el tiempo. Da marcha atrás. Abandona. Las plazas son para cruzar las calles”.

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