Neofeudalismo catódico

Cuando oigo decir a alguien que el público votará, decidirá, elegirá, con énfasis democrático y popular, me siento terriblemente abatido.

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Víctor Guillot
Víctor Guillot
Víctor Guillot es periodista y adjunto a la dirección de Nortes. Ha trabajado en La Nueva España, Asturias 24, El Pueblo de Albacete y migijon.

Ayer, poco antes de la media noche, se cargaron al público. No fue de un disparo. Tampoco fue de una puñalada al corazón. Se acercó más bien a  una noche de cuchillos largos, pero sin sangre, porque la sangre es muy escandalosa y distrae nuestra atención de la pantalla del televisor. Mientras Rigoberta Bandini observaba el marcador que anunciaría al próximo representante español en Eurovisión, en alguna oficina de TVE se decidía quién iba a ser realmente nuestra representante en Eurovisión.

Cuando oigo decir a alguien que el público votará, decidirá, elegirá, con énfasis democrático y popular, me siento terriblemente abatido. Sobre todo si es un amigo y cree que el Parlamento asturiano se sancionará definitivamente la oficialidad de la llingua… No hubo en la historia de la infamia personaje más traicionado que el público (incluso por encima de los asturianistas). Lo sé porque formo parte de él desde mi más tierna infancia. Efectivamente, crecí con esa caterva desalmada y descerebrada que le habla al televisor, se ríe de él y con él se acuesta, después de envenenarme con su permanente demagogia y constante manipulación del lenguaje. Me río, me enfado y lloro con todo lo que vomita la pantalla plana anclanda a la pared del salón. Vómitos en 25 frames por segundo que me alimenta y me nutren como una mamá nutricia, mi otra mamá.

“Desde hace mucho tiempo reconozco que la televisión no cree en mí, aunque ella desconoce que yo tampoco creo en ella”

Desde hace mucho tiempo reconozco que la televisión no cree en mí, aunque ella desconoce que yo tampoco creo en ella. A partir de ahí, hemos forjado una amistad indestructible, un idilio catódico, basando en el amor y la dependencia emocional. La televisión es una hija de puta perversa y narcisista con la capacidad de seducir y arrebatar todo lo que me ha sido dado. Mi amor por la televisión es tóxico. Logra que sienta fascinación por su cutrez, delectación en su basura, autentica necesidad de estar ahí, dentro de ella,  en su seno en su plató para convertirme en ellaa, para que me embriague la fama y  el resto del público me ame, me siga, le gusta, para maltratarlo tanto como hasta ahora, la televisión me ha maltratado a mi.

Quizá se deba a la música, a ese barroquismo de luces y sonidos manejados desde un set de realización. Quizá se deba a la vorágine de cámaras en movimiento empalmando un primer plano con otro general, antes de que un travelling le siga a un plano americano y así en este plan. Quizá se deba a sus presentadores lacados, auténticos bufones,  que siempre halagan el criterio del público y su poder soberano. Siempre me han parecido auténticos trujamanes catódicos, genuinos estafadores, catedráticos del trampantojo y el artificio. Los amo.

En cualquier caso, todo iba bien hasta que llegó la última perversion televisual, esos infames instantes en los que al voto de 6 miembros de la nobleza que integraba el jurado del Benidorm Fest le siguieron los votos de 350 señoros que formaban parte de un jurado experto y siniestro que le arrebata el 50% de su poder soberano al voto del jurado popular, o sea, al voto del público. Los presentadores siguen pronunciando la palabra público convencidos de que están diciendo pueblo, creyendo que tratan con los ciudadanos del reino. Y el público está encantado con recibir ese trato. Quien dijo que la televisión no es ilusión y una fábrica de sueños. Lo que no sospechaba el público es que lo iban a manipular nuevamente, después de haber participado en un producto que resucitaba nuestras esperanzas en los contenidos de TVE. Pero no. Que un buen final no estropeé una catástrofe.

Rigoberta Bandini en Benidorm Fest.

Porque esta semana Rigoberta Bandini nos había enamorado con su feminismo, sus declaraciones rogando por la ilegalización de Vox, porque su estilo puramente maternal y Delacroix nos había convencido y la canción, bueno, pues ni tan mal. Las había mucho peores. Pero no, la televisión estafa al público y de paso, recupera un neofeudalismo que no se había vuelto a ver en este país desde que se convocaran las Cortes de León en el año 1020, aunque en propiedad era un concilio ampliado al poder civil.  Las primeras compuestas por «los tres brazos» (nobleza, clero y «pueblo llano») fueron las Cortes de León de 1188. Y en esas estamos. Hemos pasado de ser público a tercer estado, sin previo aviso, con nocturnidad y alevosía. Quiere decirse que nos están arrebatando derechos, que de espectadores hemos pasado a ser falsos espectadores. El televoto delataba hasta ahora nuestra presencia con precisión de relojero. Esa soberanía se ve interrumpida por la interposición de los expertos. A la hoguera con ellos. Viva la Bandini. Muera la sinrazón. Arriba el público. Viva la Revolución. 

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