Pasados quince días de las elecciones en Portugal, echamos la vista atrás sobre las grandes derrotas de esta convocatoria electoral y, sin duda, entre las más destacadas se sitúan las encuestas y la otra gran pata del bipartidismo: el PSD. Las empresas demoscópicas llevan dando por ganador al PS desde las anteriores legislativas del 2019 y situando como segundo, sin nunca opciones de victoria, al PSD. Y esta ha sido la línea general durante toda esta breve legislatura menos, precisamente, en la campaña electoral. Ha sido durante la larguísima precampaña, y sobre todo en la campaña, en donde han fallado transmitiendo el falso espejismo de un empate técnico entre los dos grandes partidos, que la realidad ha desmentido con creces. De hecho las encuestas realizadas en las semanas previas a que se tumbara el Orçamento de Estado -los presupuestos generales- acertaban más con el resultado final de lo que lo hicieron posteriormente. Hay que tener en cuenta que esta votación perdida por parte del gobierno de Antonio Costa se produjo el 27 de octubre provocando que el presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, anunciara el 4 de noviembre que habría elecciones el 30 de enero, a pesar de que no disolvió el Parlamento hasta un mes más tarde. Un retraso motivado por el calendario festivo, para que las elecciones no coincidieran en plena Navidad, pero también porque el PSD se encontraba en pleno proceso congresual que se resolvería a finales del mes de diciembre. Así, con la disolución de la Assembleia da República el 5 de diciembre, el presidente garantizó que su propio partido pudiera realizar su congreso y escoger nuevo líder o mantener a Rui Rio, al tiempo que cumplia el mandato consitucional que indica que una vez disuelto el Parlamento las elecciones se tienen que celebrar antes de sesenta días.

Este enorme interregno, de más de tres meses, resultó una mina para los sondeos electorales que fueron perfilando una bajada del PS, al que situaban bastante por debajo del 40%, que se complementaba con una supuesta subida del PSD que, por primera vez en muchos años, superaba el 30%. Hasta el punto de que dos de estas encuestas, publicadas al finalizar la primera semana de la campaña, situaron al PSD como vencedor. Nada más lejos de la realidad. En la noche electoral se demostró que todo había sido una ficción, el PS alcanzaba el 41,5% y la mayoría absoluta distanciándose de su gran rival en más de 12 puntos, un PSD que no alcanzaba ni el 30%. Perdía una de las patas del bipartidismo a pesar de que este se reforzaba y alcanzaba más del 85% de los escaños, con lo que el llamado Bloco Central recuperaba un peso equivalente al de las convocatorias electorales previas a la crisis del 2008. Aún a pesar de estos buenos resultados, y de un claro refuerzo del bipartidismo, ya que ambos partidos subieron en número de votos, los medios de comunicación transmiten, desde la noche electoral, la sensación de un PSD moribundo del que se duda sea capaz de regenerarse y reformularse. Existe ahí una cierta tendencia al sensacionalismo político, tal vez del que se alimentaron las encuestas, que sitúa a los naranjas -color oficial de los social–democratas– como un partido en caída y que no será capaz de volver a cumplir su función de recambio o alternancia con el PS. Algo que no es de extrañar puesto que este partido ha sido tremendamente inestable en lo relativo a sus liderazgos desde la época de Cavaco Silva como primer ministro hasta mediados los 90, con la única excepción de la etapa de Pedro Passos Coelho, líder del partido durante casi ocho años, del 2010 al 2018, de los cuales cuatro ejerciendo como primer ministro en la legislatura 2011-14.
Passos fue sustituido por el hasta ahora presidente del partido, Rui Rio, que representaba la tendencia más centrista y llegaba con la pátina de haber sido alcalde incontestable de Porto durante tres mandatos municipales, del 2002 al 2013. Rio ha tenido en frente una importante oposición interna, que además ha sido muy notable y virulenta con él, que le obligó a superar tres primarias internas en menos de cuatro años. Desde el año 2006 el PSD elige en elecciones directas a su presidente, unas primarias en las que participa toda la militancia y que en enero del 2018 auparon a Rio como líder con un 54% de apoyos frente al 46% de su rival Pedro Santana Lopes, que había sido alcalde de Lisboa y primer ministro. En enero del 2020 repetía victoria con un 53% en segunda vuelta -en la primera se había quedado en el 49%- venciendo a Luis Montenegro con el 47%. Y, recientemente, en noviembre de 2021, en pleno proceso electoral nacional, el PSD se tomó ‘el lujo’ de unas nuevas directas a dos meses de las elecciones. Rui Rio volvió a salir vencedor, a pesar de que el aparato del partido se posicionó en su contra, con un 52,5% de apoyos, frente a los 47,5% del eurodiputado Paulo Rangel. Ahora, y con el anuncio de que no va ha continuar, otra vez, el PSD tendrá que escoger una nueva presidencia del partido. Toda esta inestabilidad, unida a la pujanza de las nuevas derechas del Chega (ultra) y de la Iniciativa Liberal (neoliberal), transmiten una enorme sensación de derrota que es magnificada en cada tertulia política. Todo esto, a pesar de que el PSD fue uno de los partidos vencedores de la elecciones municipales de 2021 en las que arrebató el bastón de mando al PS en la simbólica Lisboa, pero en las que también se mantuvo o recuperó plazas importantes como Braga, Aveiro, Coimbra, Faro, Santarém y Viseu, y siendo el partido gobernante también de dos únicas regiones autónomas de Madeira y Azores. A lo que se le une que tanto el actual presidente de la República como el anterior también son del PSD.
“Las empresas demoscópicas han fallado transmitiendo el falso espejismo de un empate técnico entre los dos grandes partidos, que la realidad ha desmentido con creces”
Pero es que estas elecciones ha puesto patas arriba a la derecha en Portugal y han sido también la tumba del más humilde CDS-PP, partido demócrata-cristiano, también encuadrado en el Partido Popular Europeo, y que se ha presentado en coalición con el PSD varias veces, sobre todo en las municipales, pero también en las legislativas. El CDS ha funcionado como el hermano pequeño de la derecha portuguesa, o como la muleta del PSD para alcanzar las mayorías absolutas. De hecho, desde las mayorías absolutas de los 90, los naranjas sólo han podido gobernar nuevamente en coalición con los populares. Paulo Portas ha sido su último líder carismático, presidente del partido y viceprimer ministro tanto de los gobiernos de la etapa Durão Barroso y Santana Lopes, como de la de Passos Coelho. Precisamente la coalición PàF que integraron ambos partidos en 2015 y resultó la candidatura más votada, le garantizó 18 actas parlamentarias que se vieron reducidas a cinco en el 2019 para pasar a ser ahora una fuerza extraparlamentaria. Algo que no ha cogido por sorpresa, pero que sí ha supuesto un auténtico revolcón en el espacio político de la derecha que mediáticamente está muy protagonizado por la extrema derecha del Chega y su líder, André Ventura, hasta ahora el único diputado, así como por la IL, de discurso menos histriónico pero que, tal vez, a la larga sea el más efectivo para dar realmente un vuelco al arco parlamentario de la derecha. Ambos partidos entraron en el Parlamento en las elecciones de 2019 con unos resultados muy parejos de sólo el 1,3% del voto, y 1 diputado que ahora han pasado a 12 en el caso de la ultraderecha y 8 para los neoliberales, sustituyendo a las fuerzas de izquierda, tanto al BE como a la CDU como las fuerzas ‘pequeñas’ con más apoyos. A pesar de esta eficacia y del espectacular rendimiento, de sus únicas actas, en la asamblea de la República, aún es muy temprano para aventurarse sobre los nuevos equilibrios en la bancada derecha. En las municipales de septiembre del año pasado ambos obtuvieron unos resultados muy modestos sin ganar en ningún municipio y sólo el Chega consiguió elegir vereadores, sin alcanzar la veintena, de más de dos mil en todo Portugal.