Ni la lluvia torrencial ni el frío privarían a Abascal de su gran noche ante decenas de patriotas enfervorizados. Mientras la sede de Soria Ya! recordaba a las jornadas electorales del primer Podemos y en el resto de partidos predominaban caras de abatimiento (o, peor, de aburrimiento), banderas de España ondeaban al ritmo de los conquistadores del barrio de Salamanca en una etílica sesión de sus cañas por España: Vox lo había vuelto a hacer y desde Valladolid, dominando la escena mediática, el líder de su partido lanzaba dos mensajes. El primero, que había llegado su hora de entrar en los gobiernos. ¡Boom y sudores fríos para Pablo Casado! El segundo, que ellos, el partido más centralista, iban a representar las demandas de la España vaciada. El Castillazo se acababa de producir y desde entonces todo ha cambiado.
La desdiabolización de Vox
Vox ha superado el 17% de los votos y ha obtenido 13 diputados en Castilla y León, mejorando los 12 de Ciudadanos en 2019 y los 10 de Podemos en 2015. ¿Es causa simplemente de su normalización en los medios de comunicación? ¿Nos encontramos ante una desgracia sobrevenida que “va a pagar Castilla y León” o “el precio por decir las verdades”, como plantearon los portavoces de Podemos?
Desdiabolización. Es la palabra clave de las extremas derechas europeas. Lo explica Guillermo Fernández, que analizó las estrategias del Front National ante el cordón sanitario francés. Tanto Marine Le Pen como Santiago Abascal buscan la cuadratura del círculo: provocar y marcar la agenda, expresando barbaridades, para afianzar los temas de los que quieren que se hable, mientras generan un sentido común nuevo que les hace parecer como fuerzas razonables en nuevos espacios sociológicos. Dicho de otra manera, ¿es posible ‘normalizarse’ mientras se mantiene una estrategia comunicativa de provocación constante? Vean su posición sobre la violencia sexual: cargan contra las leyes de violencia de género, pero se arrogan el papel (punitivista) del único partido que defiende a las mujeres al exigir penas mayores en casos de violación y mano dura ante los inmigrantes que cometan estos delitos.
El problema con Vox no se basa en cómo construir un nuevo cordón sanitario, sino en entender las causas de que ya lo hayan roto. El partido de extrema derecha creció como reacción al procés catalán. “Necesitamos más Gallardos y menos Rufianes”, recordaba Abascal en su noche electoral. Y es que, para una parte significativa de la población española, Gabriel Rufián o Arnaldo Otegi son personas más indeseables que Santiago Abascal. Y cuando se llama a la defensa de la democracia, hay millones de personas (especialmente en el bloque de las derechas) que dudan de dónde está la mayor legitimidad democrática.
“Para una parte significativa de la población española, Gabriel Rufián o Arnaldo Otegi son personas más indeseables que Santiago Abascal”
Su esquema se repite una y otra vez. Primero: dicen una barbaridad. Segundo: el escándalo hace que se les escuche por nuevos sectores sociales. Tercero: proponen una solución mágica (ineficaz), pero transgresora. Cuarto: una gigantesca infraestructura de comunicación (bots, youtubers, manejo de redes sociales), financiada por decenas de fundaciones internacionales, se pone a trabajar y amplifica sus mensajes. Quinto: impregnan un nuevo sentido común que les acerca a nuevos grupos sociales. Sexto: señalan que es la manipulación informativa la que impide que se escuchen sus propuestas razonables sobre otros ámbitos.
Durante los últimos dos años, Vox ha encontrado nuevos filones que progresivamente han banalizado su presencia. No los pasemos sin más por alto. El primero, la pandemia. Si bien el negacionismo del COVID-19 (y el seguidismo de Donald Trump) jugaba en su contra, su posición criticando las restricciones derivadas de la pandemia (pero sin cuestionar demasiado la vacunación o el incremento de gasto sanitario), les ha permitido ser voz del cansancio pandémico. Esto ha incluido entre sus nuevas afinidades a un amplio sector de hosteleros y pequeños empresarios, pero también a una parte de la ciudadanía a la que cada vez le parecía más razonable pasar página del COVID-19. La cuestión no es si tenían o no razón, o si sus soluciones mágicas suponían un riesgo sanitario, sino si una parte significativa de la población percibió como ‘razonable’ su posición y, por tanto, normalizada dentro del debate público. ¿Sorprende la penetración de Vox entre los jóvenes en un país donde se puede ganar las elecciones prometiendo abrir los bares?

Su segundo filón ha sido la batalla cultural sobre el medio rural. Aunque desde la izquierda se les ha señalado (con razón) como señoritos que iban de paseo al campo, su penetración ha sido casi virgen, al haber mimetizado su discurso al de un segmento del electorado de esas zonas, que se oponía al discurso hegemónico urbano. Una reacción rural que se resume en “nos habéis abandonado durante décadas y sin embargo no paráis de decirnos qué está bien y qué está mal, a la vez que tenemos que buscarnos la vida por nosotros mismos”. No es de extrañar que Soria, donde existe un movimiento social organizado que señala certeramente otras causas de los problemas (infraestructuras, servicios públicos, reparto de fondos), haya sido precisamente la única provincia donde Vox no ha logrado representación.
Ante eso, Daniel Guisado propone “profundizar en contradicciones concretas, no la que ensalza relatos caducos. Acudir al policy (las políticas públicas) y no solo al politics (la campaña, el relato, las alianzas). Subrayar las leyes que Vox impulsa, los derechos que recortan, la parte de la sociedad que expulsa o no reconoce”. Reforzar sus contradicciones, que se acrecentarán si entran en gobiernos.
Mañueco no es ni Feijóo ni Ayuso
Pablo Casado intentó construir una sucesión de trampas al Gobierno de coalición, adelantando elecciones en los territorios más favorables para sus intereses. Un ciclo que había abierto Galicia en 2020, continuó Madrid en 2021 y debía seguir con Castilla y León y Andalucía. Aunque se va a garantizar 4 años más de Gobierno en tierras castellanas, la situación es hoy más controvertida que hace unos días. Revela un cambio de ciclo: sin Ciudadanos, el único aliado posible del PP es Vox.
Casado deberá responder a una decisión estratégica que ha esquivado durante 4 años: ¿opta por Ayuso y Aznar y achica el espacio de Vox con una línea pro-libertades en la gestión de la pandemia, ultra-liberal y anti-impuestos en lo económico, y teatral (ideológica) en las batallas culturales? ¿O continúa la senda de Feijóo y construye un espacio donde engulla al centro, empatice con los sectores más envejecidos y defienda unos servicios públicos mínimos? ¿De cuál de las dos formas se encoge más el espacio de Vox, una vez desaparecido Ciudadanos, sin desplazar voto hacia el PSOE? No hay una respuesta concluyente por una sencilla razón: Mañueco no es ni Feijóo ni Ayuso, los dos líderes más en forma de los populares. Tampoco puede serlo, porque las estrategias de Ayuso y Feijóo revelan la diferencia sociológica entre las derechas de las dos Españas: una, en Madrid, más joven y dinámica, más neoliberal ideológicamente; otra, más periférica, provincial y envejecida, que necesita de más inversión pública en sanidad y apoyo al medio rural.

Ante esta encrucijada, Vox tiene vía libre para movilizar un voto de derechas ‘con ilusión’, algo que Casado parece que no puede garantizar hoy en día. Continúa Daniel Guisado recordando que Casado tuvo en Castilla y León “una doble ambición personal: la de reforzarse internamente (mirando de reojo a Ayuso) y la de fortalecerse externamente (intentando mirar de frente a Sánchez)”. No logró ninguna. ¿Consecuencia? La guerra civil en el PP se va a recrudecer.
Lo vintage vuelve a estar de moda
La Unión del Pueblo Leonés sigue la senda del BNG, Esquerra, Bildu, PRC o Compromís, partidos anteriores al ciclo del 15M, que vivieron su mejor época en la primera década del 2000, y que, tras años perdiendo posiciones ante el empuje de Podemos, vuelven a estar de moda.
En casos como el BNG, Esquerra o Bildu su fortaleza se basa en el arraigo construido socialmente durante décadas: implantación territorial, presencia en medios de comunicación y sindicatos, fiestas del partido, etc. Compromís y el PRC añaden a esas variables el liderazgo carismático de Mónica Oltra, forjada en la época dura de la corrupción de Camps, y de un Revilla que convirtió Cantabria en un fenómeno estatal. La novedad de este ciclo electoral es que, incluso sin esas variables, un partido como la Unión del Pueblo Leonés sin liderazgos consolidados, con una implantación social decreciente y en crisis estructural (sus resultados en 2019 fueron de los peores de su historia), puede recuperarse de nuevo, una vez que Podemos cae en el olvido y el bipartidismo se resiente. ¿Es el empuje territorial -regionalista o nacionalista- lo que está creciendo? ¿O la confianza con los partidos que estuvieron siempre y que siguen ahí? El “neocantonalismo” o “neoregionalismo” de la despoblación, al igual que el crecimiento de los partidos nacionalistas, tiene que ver con la crisis de soberanías que vive Europa. Pero también con la confianza de quien siempre estuvo allí. Por eso es previsible que el efecto ‘vintage’ beneficie a otros partidos que han resistido el ciclo 15M-Podemos con mayor o menor glamour (en muchos casos, arrimándose a los gobiernos socialistas). Compromís puede lograr la presidencia de la Comunidad Valenciana dentro de apenas 13 meses, pero la Chunta Aragonesista en Aragón, Izquierda Unida en Asturies o los partidos nacionalistas canarios pueden sumarse a esa ola ‘vintage’.
Vaciados sí, pero arraigados mejor
Soria Ya! repite el patrón de Teruel Existe. Un movimiento social que se ha ganado la legitimidad durante más de 20 años y que, al dar el salto a las instituciones, arrasa. Lo hace impulsado por el voto de la capital de su provincia, la que más activamente se moviliza contra la despoblación. Si Teruel Existe obtuvo en la capital turolense el 42,75% de los votos (14 puntos más que la media provincial), Soria superó el 50% en su capital (8 puntos más que en el resto de su circunscripción). El éxito de este modelo no es sólo debido a que la España vaciada haya entrado en la agenda, sino a las dificultades para construir mayorías de gobierno en un sistema que ahora es de cuatro partidos. En una España que históricamente se había gobernado con alianzas entre PP y PSOE con los partidos catalanes y vascos, de repente, un escaño en el Congreso, como el de turolenses y cántabros se convierte en un voto útil, fácilmente convertible en inversiones.

España Vaciada, una mezcla de activistas rurales y oportunistas venidos a menos, intentó arrimarse al efecto Soria Ya! y concurrir en otras provincias. Burgos estaba marcado en rojo en su mapa, una provincia donde históricamente Tierra Comunera y más recientemente Podemos, habían logrado representación. No han tenido éxito. Estas elecciones demuestran que no sirve con estar vaciado, debes también estar arraigado.
Volvamos al principio. ¿Por qué Vox lanzó un mensaje a las plataformas de la España Vaciada? ¿El partido más centralista de todos se había vuelto regionalista? Para nada. Abascal no lanzaba flores a Soria Ya! Y a UPL porque esperase pescar en ese electorado (que rechaza a Vox), sino para ganar votos en todas las provincias de la España vaciada donde no hay plataformas ciudadanas o partidos consolidados. Su mensaje no era para Soria y León, sino para Huesca, La Rioja, Zamora o Jaén. Ahí se va a jugar la batalla de las siguientes elecciones generales. Y es que Vox acierta en el diagnóstico para, como no podría ser de otra forma, manipular las soluciones. Según ellos, las demandas provinciales reflejarían el abandono causado por el estado de las autonomías. Correcto. Pero en una pirueta argumental, apunta a catalanes y vascos y propone una recentralización: defienden una relación directa “en igualdad” con el Estado central, evitando la horda de “élites corruptas” de las comunidades autónomas (“prefiero que me robe 1 que 19”). Es evidente que los sorianos y turolenses (y los asturianos, riojanos, o extremeños) saben que hay una crisis del modelo autonómico, pero lo que exigen estos territorios no es devolver su autonomía a Madrid, sino descentralización e inversiones y una discriminación positiva a territorios que pierden actividad económica y población.
“El vaciamiento es importante en la España vaciada, pero lo es más la distribución del poder”
En el seno de la España vaciada estamos asistiendo a una batalla política de primera magnitud, que va más allá de exigir inversiones o cuestionar (certeramente) a las macrogranjas. Entendamos bien la cuestión. Primero, debido a los procesos previos de despoblación, el electorado más movilizado ante los problemas del vaciamiento no está ya en los pueblos, sino en las capitales de provincia y comarcales, los lugares donde menos se vive del campo y donde sienten la amenaza de que serán los siguientes en el ciclo de la despoblación y la crisis económica. Segundo, hay una tensión derivada de atender a los problemas de las zonas rurales con conceptos que están en entredicho en esas zonas. Un ejemplo: defendemos la ganadería extensiva frente a las macrogranjas, pero una plataforma como Asturias Ganadera, que recoge las demandas de ganaderos en extensivo, está movilizada por una regulación más estricta del lobo, algo inaceptable para el electorado de izquierdas urbano. Eso provoca que incluso en el territorio con el modelo más extensivo, que usamos como ejemplo, la izquierda no ha ganado posiciones significativas. Y es que estamos ante una profunda batalla cultural que cuestiona la legitimidad de muchas de las claves ideológicas empleadas históricamente. Es la escala de valores hegemónica lo que está en cuestión. Tercero, el vaciamiento es importante en la España vaciada, pero lo es más la distribución del poder. ¿Qué respuesta damos ante la pérdida de peso de ciudades como Soria, Teruel o Jaén, o de comarcas como el suroccidente asturiano, a nivel autonómico? ¿O ante la situación de Logroño, Coruña, Santander u Oviedo en el mapa estatal? No podemos representar a la España vaciada hablando de políticas demográficas, sin tener en cuenta que lo que se está exigiendo es un nuevo reparto de poder entre los territorios: mientras nuestras tertulias las llene el problema catalán o vasco, y no el problema asturiano, castellano o andaluz, estaremos yendo en dirección contraria. No podemos representar a la España vaciada con políticas demográficas, porque es una cuestión de reparto de poder: Es una batalla por la soberanía.
¿Hay espacio en Asturies para un fenómeno como el de la España vaciada? Sí lo parece, especialmente en los territorios que más se han movilizado durante los últimos años, desde el suroccidente a los valles del Navia, o a las propias cuencas mineras. Pero, sin estructura previa de activación y legitimidad social, estas candidaturas se quedarían en brindis de buenas intenciones. Su reto será impulsar no nuevos planes demográficos, sino nuevos repartos del poder y nuevas lógicas que marquen la agenda pública.
La crisis del icono rojo
El Gobierno de coalición es el gran perdedor de la noche electoral en Castilla y León. Dejarse 8 escaños entre Podemos y PSOE supone un baño de realidad. Poco queda del icono rojo de Sánchez y sus resultados excepcionales en abril y mayo de 2019. Se tendrá que navegar entre dos tendencias de fondo.
“El Gobierno de coalición es el gran perdedor de la noche electoral en Castilla y León”
La primera es una transferencia inter-bloques. Parece existir un descontento de fondo con el Gobierno de coalición, del que sus integrantes aún no han determinado la causa. Parece como si, después del ciclo victorioso de Sánchez en 2018-2019, se estuviera moviendo una parte del electorado del bloque progresista al bloque de las derechas. La gestión de la pandemia, con unas restricciones prolongadas y una oposición feroz de Vox y PP, ha podido causar desgaste. La encuesta publicada por El País y la SER hace apenas un mes debía haber marcado una alerta en rojo. Que más del 60% de la población crea que el Gobierno de coalición favorece a las grandes empresas, mientras que sólo un 25% piense que se preocupa por trabajadores o pensionistas revela una crisis profunda de legitimidad. No es extraño que las medidas más apoyadas (los ERTE y la subida del SMI, con más de un 60%) tengan el sello de Yolanda Díaz. La inflación de los precios (gasolina, luz, calefacción, alimentos básicos) podría estar evitando que las buenas tendencias macroeconómicas calen en la base social del PSOE y de UP. La dependencia de los partidos independentistas provoca otro problema irresoluble. Sin Bildu y Esquerra, no hay mayoría de Gobierno posible, pero con ellos se incrementa el desgaste en la España interior. Lo explica Iglesias en Ctxt: “Es indudable que las alianzas con independentistas e incluso con UP le restan base electoral en la España castellana. Pero un problema que no tiene solución no es un problema”. No se puede entender la existencia de Podemos sin su función histórica de hacer de puente entre las izquierdas del norte y del levante y las del centro y el sur peninsular.
Hay una segunda tendencia dentro del propio bloque progresista. Parece como si el electorado de Podemos y PSOE votara a cualquier opción razonable que no fueran estos partidos. Es decir, que quien votó a Podemos en 2015, y a Sánchez en 2019, ahora vuelven a elegir a UPL, BNG, Compromís, Más Madrid, etc. Lo podríamos decir de formas más enrevesadas, pero la causa es simple: hay desgaste en Podemos y PSOE y, cuando existe alternativa, se vota a ésta. Podría sugerirse que es una maniobra de los medios de comunicación para debilitar a Unidas Podemos, pero la realidad es que este efecto también lo sufre el PSOE y pone en riesgo la viabilidad futura de Pedro Sánchez. Entre las buenas noticias, el espacio electoral de Podemos del 2015, prestado al PSOE en 2019 (o viceversa), puede volver a ser aglutinado bajo una alternativa al bipartidismo.
El lento declive de Podemos
Pablo Fernández, durante dos legislaturas diputado por su León natal, hacía las maletas y se convertía en candidato por Valladolid. Era la emigración ‘a la morada’. Como no podía ser de otra forma, Podemos perdería la representación en León y salvaba, por los pelos, el escaño en Valladolid, merced a los votos de Izquierda Unida y a una estatalización de la campaña que, en este caso, le favoreció.
Podemos había logrado diez escaños siete años atrás, un resultado histórico, del que ahora queda un único representante. Por el camino han desaparecido todos los compañeros de bancada de Fernández, que, a pesar de ello, ha ascendido a portavoz estatal del partido morado. Si los resultados de 2019, donde Podemos mantuvo su escaño en Burgos y León, eran un patrón novedoso en la historia de la izquierda castellana, los resultados de 2022 sí se asemejan a lo ya conocido: un escaño, y por los pelos, por Valladolid, como Izquierda Unida en 1991, 1999 y 2011 (sólo en 1995 IU fue capaz de obtener representación en otras provincias). La campaña estuvo centrada en la emigración, las macrogranjas y la despoblación: la paradoja es que muchos de los votantes de Podemos receptores de los discursos sobre la despoblación, no se encuentran en las zonas vaciadas, sino en las ciudades. La clave no era tanto cómo conseguir voto en los pueblos, una hipótesis lejana incluso en los mejores momentos de la formación morada, sino cómo movilizar el voto en las capitales de provincia y comarca afectadas por la pérdida de peso político y económico, donde sí llegó a penetrar el primer Podemos. Parece que no se logró nada de ello.

El mapa territorial de Podemos en los parlamentos autonómicos es desolador. En todo el noroeste peninsular (Asturias, Cantabria, Castilla y León y Galicia), únicamente existen siete diputados del espacio de Podemos e IU. Seis de ellos están en Asturies (4 de Podemos y 2 de IU), donde el porcentaje de voto superó en 2019 el 17%, casi cuatro veces más que en Castilla y León (5%). Lejos de aprender de la excepcionalidad asturiana, la dirección estatal de Podemos lanzó una operación en 2021 para cambiar el rumbo de su organización asturiana, la que más porcentaje de inscritos y participación tenía. El proceso se saldó con denuncias de pucherazo, una intervención de las cuentas sin respaldo legal, despidos de su plantilla y alteración de las mayorías de la dirección con la creación de círculos ‘piratas’. No se asombren: encaja con la estrategia territorial del partido morado en su lucha por el control. En 2019, en plena campaña electoral de las autonómicas, la dirección del partido optaría por tomarse vacaciones, evitando así el surgimiento de baronías territoriales y reforzando el liderazgo central de Iglesias. Cuanto peor, mejor, se creía, semanas antes de desaparecer de varios parlamentos autonómicos.
Pero sería un error pensar que los resultados del 13-F son un problema derivado de la escasa implantación territorial de Unidas Podemos. A día de hoy, cuesta vislumbrar un escenario donde, en unas futuras elecciones, la coalición entre Podemos e IU no empeore sus resultados. Los votantes de Unidas Podemos son, según las encuestas, los más satisfechos con el Gobierno de coalición y, sin embargo, la apatía puede aún crecer. Las bases de Podemos tienen una alta fidelidad, pero falta la motivación para convertirla en ir a las urnas a votar. La ausencia de organización, control democrático y militancia, una bendición para las audaces maniobras de Iglesias en su acceso al poder, es ahora una maldición. Se resistirá en algunos parlamentos y ayuntamientos, sí, pero no parece que existan condiciones para revertir el lento declive de Unidas Podemos.
Es necesaria una patada en el tablero de juego. Alerta Lys Duval: “Despierta, Podemos, despierta: recapacita; sal de una trinchera cada vez más pequeña y más agotada”. Esto no va de un pequeño cambio cosmético en el nombre o en los liderazgos: si no hay un cambio estructural y profundo, estaremos condenados a mantener durante la próxima década un espacio menguante y resistencialista. Un apunte: Si una candidatura de Unidas Podemos camina directa a un fuerte retroceso electoral, una plataforma de Yolanda Díaz atada de pies y manos -o sometida al ‘fuego amigo’- podría encontrarse con dificultades similares (y repetir los 11 escaños de IU en 2011, frente a los 35 actuales). Lo digo con mayor claridad: una plataforma de la Ministra de Trabajo que no actúe ante los déficits democráticos y de movilización que existen en el espacio actual, ante su ausencia de conexión y de impulso del tejido social ampliado (centros sociales, medios de comunicación y empresas de carácter cooperativo, movimientos sociales, sindicatos) y ante la necesidad de un rearme ideológico y de discurso, contará con límites objetivos en su despliegue. Recuerden: la experiencia de las elecciones gallegas o madrileñas nos muestra que una parte significativa del electorado de 2015-2019 votará a cualquier cosa (vieja o nueva) que no sea Unidas Podemos ni PSOE. Pero si no existe esa alternativa, es muy probable que se queden en su casa.
El TikTok del PSOE
El PSOE tenía un plan. Desgastar a Unidas Podemos en el Gobierno de coalición, sin llegar a ahogarles, mientras reclamaba el voto útil para frenar a la futura coalición entre el PP y Vox. El clásico ‘miedo a la derecha’ agitado desde los 90, aderezado con un nuevo actor que supone una amenaza aún mayor a los derechos y libertades. El problema es que esta estrategia de tensionamiento se mantiene con dificultad en el tiempo. Para ello necesita nuevos ingredientes. Castilla y León puede ser, desgraciadamente, un laboratorio donde visualizar lo que nos deparará el futuro. Y es que el PSOE necesita mantener vivo a Vox como herramienta movilizadora para reclamar el voto útil a los votantes. Por eso en Asturies Adrián Barbón habla sin parar de cordones sanitarios a Vox y romperá relaciones con el nuevo ejecutivo castellano-leonés, pero aquí le dio grupo parlamentario propio y un millón de euros en financiación al partido de extrema derecha (que no había alcanzado el número mínimo de diputados). Necesitan agitar, sin matar, al fantasma.

Es en este contexto donde el PSOE debe decidir entre dos alternativas estratégicas: apoyar la teoría del ‘cuanto peor, mejor’ y permitir la coalición PP-Vox para agitar el miedo a la ultraderecha; o entregarse a la teoría del mal menor y facilitar el Gobierno de Mañueco, estableciendo un cordón sanitario que impida la llegada de Vox a los gobiernos (donde el miedo ya no será un factor movilizador), esperando que el PP les corresponda en Andalucía o a nivel estatal. La respuesta está en el PSOE, pero también en el PP: ¿El apoyo del PSOE al PP puede evitar que en el siguiente ciclo electoral no haya pactos entre PP y Vox? ¿Puede ayudar a superar una de las mayores anomalías de España, la inexistencia de una derecha democrática sin fisuras que rompa con la extrema derecha? ¿O por el contrario va a generar la ilusión de una derecha buena y una derecha mala, fortaleciendo ambos espacios y permitiendo, por tanto, una mejora de sus resultados electorales en las siguientes generales antes de volver a pactar?
Para entender la decisión de Sánchez probablemente sea más útil otra clase de preguntas: ¿El PP apoyaría un gobierno del PSOE sin Podemos y con Sánchez? Es imaginable una gran coalición entre PP y PSOE, pero es difícil de pensar que el partido de Casado aceptara que eso sucediera con Pedro Sánchez. Tanto para frenar a Yolanda Díaz, como para impulsar una gran coalición (vestida de abstenciones responsables), Nadia Calviño se perfila como la apuesta del régimen. Por eso, los incentivos de Sánchez pueden ir en otra dirección, que es la misma que la de Casado: sobrevivir. Así, Pedro Sánchez apostará por la Operación Plañidera, donde cada día articulistas y telediarios alertarán de la última barbaridad del partido de Abascal y él llorará ante los daños causados por Vox, mientras con una sonrisa de satisfacción buscará la reacción de los votantes en el resto del país. Su campaña por el voto útil será más efectiva, un eslogan de 3 frases en TikTok: “vota cambio, vota PSOE”, “o VOX o PSOE, no hay más”, “Vox nos quiere llevar al medievo y existe una fórmula para evitar eso… introducir la papeleta del puño y la rosa en las urnas de manera masiva en las próximas elecciones”. Pero para que esta fácil asociación entre conceptos sea posible, el PSOE necesita primero salir airoso de haber permitido la llegada de Vox al Gobierno castellano-leonés.
“Castilla y León puede ser, desgraciadamente, un laboratorio donde visualizar lo que nos deparará el futuro”
Para Unidas Podemos es también un caramelo envenenado. Su nacimiento, la hipótesis Podemos, partía de creer que su entrada en las instituciones en 2015 iba a dificultar la gobernabilidad, empujando al PSOE hacia una gran coalición con el PP, amparada por la Troika. Esto llevaría a los socialistas a la pasokización y provocaría, de forma determinista, el ascenso imparable de la formación morada. Sin esa hipótesis, ¿cómo podría la izquierda del PSOE superar en el corto plazo a este partido? La ausencia de una hipótesis alternativa de victoria es, probablemente, la principal debilidad actual del espacio de Podemos y del 15-M.
¿Habrá Operación Plañidera en Podemos? La amenaza de los gobiernos PP-Vox sirve de estrategia movilizadora para el actual aparato de Podemos, donde salir a votar para frenar a la ultraderecha se convierte en la coartada resistencialista. Ellos querrían frenar a Vox con mayor actividad en el BOE, pero el PSOE no quiere. La opción alternativa del mal menor, apoyando sacar a Vox del gobierno de Castilla y León con apoyo del PSOE, a su vez, unirá al bipartidismo y, si hay reciprocidad, sembrará la base de la exclusión durante años de Podemos del acceso al poder, que será ostentado por nuevos gobiernos tecnocráticos. Se generaría un gran centro, sostén del régimen, que desplazaría la política hacia soluciones tecnocráticas o, directamente, de derechas. Ante ello, las izquierdas y su alerta antifascista serían un brazo ejecutor del cordón sanitario o quedarían arrinconadas, obligadas a rearmarse y esperar el desgaste del bipartidismo. Seríamos rehenes del cordón sanitario que hemos impulsado, sin necesariamente cortar el crecimiento de la ultraderecha. El desasosegante análisis de las dos alternativas parece revelar una consecuencia: cualquier orientación política que sitúe como único objetivo el frenar a la extrema derecha nos lleva a callejones sin salida. Por eso, nuestra discusión estratégica ha de ir más allá del gatillo rápido de Twitter: porque el Castillazo puede cambiarlo todo.