“El conflicto de las libertades”: así tituló Juan Ponte su ponencia de ayer ante más de medio centenar de personas. El aula del edificio Departamental del Campus de El Milán, bautizada en nombre de Santiago González Escudero, acudió a la charla organizada por David Sánchez y Javier Gil, responsables del seminario de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Oviedo.
Juan Ponte comenzó su exposición advirtiendo, precisamente, del “conflicto” entre conceptos como “democracia”, “libertad” e “igualdad”. Estos términos, en opinión del concejal de Izquierda Unida, han ido modulando su significado a lo largo de la historia de la filosofía, y los definió como “conceptos sincategoremáticos”, es decir, que necesitan de otros términos que les doten de un significado que nunca está dado de antemano.

Desde la Grecia antigua, los filósofos clásicos ya reflexionaron sobre estos términos políticos, relativos al ser humano como “zoon politikón” (“animal político”). Ya en aquella época se empezaban a dar las primeras polémicas respecto de la democracia. Platón estableció, en el diálogo de la República, una concepción dinámica, a la vez que peyorativa, de la democracia: la democracia surge a través del conflicto, de la irrupción de las clases subyugadas, con violencia. También Aristóteles reflexionó sobre la democracia, entendiéndola como “el tiempo libre de los pobres”, donde estar “libre de trabajo” permitía realizar las potencialidades de cada cual en la polis. A partir de estas consideraciones, Ponte defendió la idea de la “cualqueridad”: la posibilidad de que cualquiera pueda desarrollar sus capacidades en sociedad.

La libertad fue la idea fundamental de la exposición de Juan Ponte. Un concepto político que las fuerzas progresistas han “regalado” a los sectores más reaccionarios, contraponiéndolo a la “igualdad”. Sin embargo, Ponte llevó a cabo una argumentación a contrario sensu, en sentido contrario a como se ha entendido para, así, realizar una crítica. La libertad como “ausencia de obstáculos e interferencias al movimiento”, que es la actualmente hegemónica, es una concepción de Thomas Hobbes, idea que vacía a la libertad de todo contenido político y social. Una concepción de Hobbes, además, desde “un punto de vista absolutista”, y que es “la perspectiva de los liberales actuales, incluida Isabel Díaz Ayuso”. Esta visión de libertad “negativa” es, a juicio de Ponte, falsa: “la libertad siempre tiene dos dimensiones, positiva y negativa”; y, citando a Marx, consiste en “la fuerza efectiva para hacer valer nuestra individualidad”.
No habría, por tanto, que elegir entre una supuesta idea de libertad, entendida como ausencia de interferencia externa, y una supuesta idea de igualdad, entendida como homogeneidad. “La igualdad es condición de posibilidad de la libertad, y sin libertad, no se puede hablar de igualdad”. Ser, en definitiva, “igualmente libres”, idea que recoge de la tradición grecolatina, en Cicerón, y que llega hasta la égaliberté de Étienne Balibar.
“La igualdad es condición de posibilidad de la libertad, y sin libertad, no se puede hablar de igualdad”
Finalmente, llegando hasta los siglos XIX y XX, Juan Ponte expuso el debate sobre la libertad y la igualdad en los análisis de Marx sobre el capitalismo, donde surgieron algunas de las polémicas que más resuenan en nuestro presente, como el llamado rojipardismo o la trampa de la diversidad. Según estos, en la actualidad, la izquierda se habría dedicado a “hablar sobre las cuestiones simbólicas o culturales”, dejando de lado “las cuestiones materiales, las condiciones laborales de la clase trabajadora”. En crítica de estos mitos, haciendo especial hincapié en la obra de Daniel Bernabé, La trampa de la diversidad, Juan Ponte negó la mayor: “la clase trabajadora está ya, efectivamente, racializada, generizada…”. De este modo, para el concejal de Izquierda Unida, “orgullo de clase debe ser siempre orgullo de pertenecer a una clase que se organiza para dejar de ser esa clase”.
Esta claro que alguien intentará ir desde Marx contra el rojipardismo. Seguramente sea un éxito porque queremos creer.