La guerra nuclear del PP

Llega el pacto entre el partido del centro y el de la periferia para desalojar a Casado, y Mallada, con todo el pescado vendido, se sube al carro ganador de Feijóo para no quedar fuera de juego. Lo peor es que a nadie le importará.

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Daniel Ripa
Daniel Ripa
Es psicólogo social y diputado de Podemos Asturies.

Banderas de España al viento. Confluencia entre simpatizantes de Vox y de Ayuso frente a la sede del PP. Guerra mediática con filtraciones a los medios de derechas regados con dinero público de la Comunidad de Madrid. Amenazas expresas de Feijóo a Casado. Dossiers encargados por Teodoro García Egea. Comisiones y contratos a dedo a la familia de Isabel Díaz Ayuso. ¿Desde cuándo ganar unas elecciones en Castilla y León ha desembocado en una de las batallas más cruentas de la historia del PP?

Lo que desencadenó el Castillazo: Vox ruge y el PP tiembla

Pablo Casado, recuerda Daniel Guisado, tuvo en Castilla y León “una doble ambición personal: la de reforzarse internamente (mirando de reojo a Ayuso) y la de fortalecerse externamente (intentando mirar de frente a Sánchez)”. No logró ninguna. Sin carisma y en crisis de liderazgo, la guerra civil en el PP se iba a recrudecer

La política son estados de ánimo de la opinión pública. Y de pánico. Tras las elecciones castellanas, a pesar de ganar el PP, el clima instalado fue el que Vox quiso. Pablo Iglesias ganó las elecciones europeas de 2014 en su intervención durante la noche electoral. Abascal lo hizo desde Valladolid el pasado 13 de febrero. Se demostraba que el soufflé del partido de extrema derecha no había bajado, ni tras su institucionalización ni tras los cordones sanitarios. Seguían muy vivos, como Podemos durante el gobierno de Rajoy entre 2016 y 2018, antes de perder un millón y medio de votantes en mayo y junio de 2018, tras la moción de censura y el referéndum del chalet. Comienzan las alarmas: el sorpasso de Vox al PP ya es posible.

“Comienzan las alarmas: el sorpasso de Vox al PP ya es posible”

“Necesitamos más Gallardos y menos Rufianes”, recordaba Abascal en su ya icónica noche electoral. Pocas frases ejemplifican mejor por qué Vox está rompiendo el cordón sanitario. El partido de extrema derecha creció como reacción (ultra-nacionalista) al procès catalán, en el equivalente al 15-M de la derecha española, el de los “patriotas indignados”. Y, para una parte significativa de la población española, Gabriel Rufián o Arnaldo Otegi son personas más indeseables que Santiago Abascal. Así, cuando se llama a la defensa de la democracia, hay millones de personas (especialmente en el bloque de las derechas) que dudan de dónde está la mayor legitimidad democrática. La banalización o desdiabolización continuó con su discurso pandémico anti-restricciones y les permitió pescar en el electorado de Cs y PP. Sin cordón democrático efectivo, el 71% de los votantes populares está a favor de incorporar a Vox en los gobiernos, según la reciente encuesta de la cadena SER

Una oportunidad histórica

Antes de que José María Aznar bromeara sobre la existencia de armas nucleares en el PP, el ex presidente había lanzado su propia bomba durante la campaña de Castilla y León: “Muchas veces oigo decir: hay que ganar para que no sé quién llegue al palacio de no sé cuántos… Oiga, la pregunta es: ¿y para hacer qué?”. Misil a Pablo Casado que, inocente, replicó que su programa de país ya lo había expresado en la convención de Valencia. Aznar no se refería a las cuestiones programáticas, sino a algo más profundo: A cómo cambiar la mentalidad del país, a cómo cuestionar el sentido común existente y a cómo desplazarlo hacia la (extrema) derecha y el (ultra) liberalismo. Lo que decía el ex presidente del gobierno es que en todo el planeta se está disputando una cruzada política, una guerra cultural, que busca ir más allá de los límites de lo políticamente correcto. Apuntaba a que están ante la oportunidad de poner en marcha un modelo de país del que antes sólo habrían confesado sus simpatías en secreto. No es extraño: es lo que hizo Aznar durante su mandato, al impulsar un conglomerado mediático que pasara (muy) por la derecha a su gobierno, pero que permitía normalizar discursos y sentidos comunes que su partido podría explorar en el medio plazo. En definitiva, de lo que alertaba Aznar, con su energía vigoréxica habitual, era que consideraba a Casado un pusilánime, que por mantenerse en el cargo podía moderar su discurso y perder una oportunidad histórica, un líder veleta que podía defender una cosa y la contraria. Y lo que exigía era una radicalización del PP, apoyado por las fundaciones satélites y el entramado internacional que le están marcando línea ideológica. En esta crisis del PP se comprueba la habilidad de Rajoy, que sobrevivió durante siete años a perder dos elecciones generales, a conspiraciones internas desde la presidencia de la Comunidad Madrid y Valencia, y al recelo del expresidente popular sin inmutarse. Tras las palabras de Aznar, Pablo Casado, que carece de esa maestría, al menos habría hecho bien en contratar los servicios de un guardaespaldas profesional.

La crisis del PP es la misma que sufrió el PSOE en 2016

Las elecciones de Castilla y León mostraron un cambio de ciclo: sin Ciudadanos, el único aliado posible del PP es Vox. Ya no podían dilatar la discusión estratégica de qué hacer con la fuerza de extrema derecha: ¿aislar o normalizar en los gobiernos? ¿ocupar su espacio ideológico o alejarse? No es nuevo. Es la misma crisis que dividió al PSOE durante 2016 y 2017: ¿Aislar a los antisistema de Podemos o pactar con ellos? ¿Recoger el populismo o mantenerse como un partido sostén del régimen del 78? Hasta la fecha, la presencia de Ciudadanos no había provocado ninguna contradicción al PP, como tampoco lo había hecho al PSOE. Pero la competencia desde sus extremos obliga a dejar el centro y normaliza la transferencia de voto con esos partidos. 

Juan García-Gallardo, junto a integrantes de Vox tras las elecciones de Castilla y León. Foto: Twitter Vox

Recuerden el debate de los socialistas. Susana Díaz y Javier Fernández apostaban por un giro al centro (la gran coalición), dejando a Podemos aislado en su ala izquierda. La izquierda socialista y su federación catalana apostaban por un acercamiento a Podemos. Sánchez introdujo una novedad: achicar el espacio a Podemos en su flanco izquierdo, sin desocupar el centro, para tensionar a Podemos y a Ciudadanos a la vez. Mimetizar el discurso con Podemos mientras te acercas a Ciudadanos y le pides acuerdos de país. 

Núñez Feijoo, Pablo Casado, Alfonso Fernández Mañueco e Isabel Díaz Ayuso. Foto: Twitter PP.

¿Cómo se compite por el espacio de Vox? ¿Se asumen unas prácticas de guerra cultural agresivas, mimetizando las de Vox, como en Madrid, o se opta con un discurso moderado y de orden, más tradicional en el PP, que absorba el centro como logró Feijóo en Galicia? El conglomerado mediático-económico madrileño que apoya a Ayuso lo tiene claro: una línea pro-libertades en la gestión de la pandemia, ultra-liberal y anti-impuestos en lo económico, y que dispute el sentido común en las batallas culturales de la izquierda. Apuestan por las guerras culturales e identitarias y la vía tatcherista de menos impuestos, privatizaciones y vaciar lo público. Un apunte: Ayuso y Aznar no tienen más interés en gobernar con Vox que Casado, pero creen que su crecimiento se limita ocupando su espacio político y poniendo al PP en el lugar que las corrientes de las derechas internacionales esperan de él. Gobernar para hacer qué. 

Isabel Díaz Ayuso, en un mitin del Partido Popular. Foto: Twitter PP

Evidentemente, si tras achicar el espacio a Vox y mimetizar su discurso, sigues necesitando a ese partido, te sucede lo mismo que a Pedro Sánchez durante las elecciones de 2019. Eres rehén de tu discurso. ¿Podría entonces llegar a gobernar el PP con Vox? Claro. ¿Les apetece fusilarlos después de haber sido acusados durante años por los de Abascal de ser ‘la derechita cobarde’? No tengan la menor duda. Por eso la competencia virtuosa entre ambas fuerzas va a tener más de película apocalíptica que de comedia romántica. 

La imposibilidad de marcar un estándar contra la corrupción

Las izquierdas han criticado la normalización de la corrupción en el PP tras el cierre del expediente de Casado y las declaraciones de la presidenta madrileña. Pero, ¿podía haber sido de otra forma? Pablo Casado se impuso en las primarias de 2018 del PP en un contexto de hastío de sus votantes con la corrupción de este partido. Rajoy acababa de perder el gobierno tras una moción de censura que se desencadenó tras la sentencia de la Gürtel y el sorpasso de Ciudadanos llamaba a las puertas. La erosión por el caso Bárcenas les había hecho perder en 2015 sus principales ayuntamientos en todo el Estado: Madrid, Oviedo o Valencia, tras la abstención entre las bases del PP, pasaban a manos de las izquierdas. Entre los cargos públicos populares también había voces que exigían un cambio. Entrar en el PP supone el acceso a una red de contactos económicos y empresariales que construye trayectorias profesionales (en el sector privado, pero también en ámbitos públicos como la judicatura). Quien mete demasiado la mano pone en riesgo al conjunto. Ante eso, Casado se erigió como un outsider sin cargos previos de responsabilidad que iba a tener tolerancia cero con la corrupción, a la vez que iba a defender el programa de las derechas ‘sin complejos’ en materia identitaria. Apoyado en la derecha del PP y en Hazte Oír, Casado consiguió vencer contra pronóstico a Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría en las primarias de su partido. 

Rafael Arias-Salgado, Pablo Casado, Ignacio Camuñas y Adolfo Suárez. Foto: Twitter PP.

Es cierto que nadie se alarmó demasiado en el PP ante las palabras de Casado, porque sus compañeros nunca le tomaron demasiado en serio. Pero al menos era una proclama que permitía sacar pecho en los debates sobre limpieza democrática y salir a la ofensiva con los EREs del PSOE andaluz y el montaje de la financiación de Podemos. Y ayudaba a resistir ante un Albert Rivera que había hecho bandera de la lucha contra la corrupción del PP. 

Aunque una cosa era decirlo y otra llevarlo a cabo. Establecer estándares contra la corrupción es complejo en el bipartidismo. Se entremezcla la existencia de corruptos de libro, con favores cruzados, y con malas prácticas “alegales” que son azuzadas por la oposición y medios de comunicación rivales. Se tiende al cierre de filas. Unos estándares estrictos contra la corrupción habrían asustado a mucha de la gente que necesita Casado para mantener su mayoría interna, mayoría exigua por no haber accedido aún al gobierno. ¿Qué hacer? ¿Mirar para otro lado, como habían hecho sus antecesores, o defender esos estándares?

Así que Casado optó por la peor de las decisiones. Usar de manera selectiva esos estándares éticos contra sus rivales políticos en lo interno. La maniobra cutre, la sensación de que se hablaba del chocolate del loro (por poner un ejemplo, los rescates de las autopistas radiales de peaje en Madrid ascendieron a varios miles de millones), y la cercanía del congreso popular, ha sido un boomerang para Casado. Que la presidenta de Madrid pueda convocar a miles de personas frente a la sede del PP y que la dirección popular no pueda hacer lo mismo abrió una crisis irreversible de legitimidad que puso la cuenta atrás en su liderazgo.

La conclusión del episodio Ayuso abre un problema más profundo: sin Ciudadanos, la presión al electorado del PP proviene de otra agenda política que ya no es la corrupción. Lo más grave no será que a los votantes del PP no les importe la corrupción (seguramente las encuestas dirán que rechazan también estas prácticas), sino que ningún presidente de ese partido va a ser ya capaz de controlarla. Deberán tolerarla para mantenerse en el cargo. Si Vox consigue presentarse como más limpio y menos corrupto (porque tienen ‘menos gestión’), el PP tendrá una nueva vía de agua.

Pablo Casado y Angela Merkel. Foto: PP

Hoy las izquierdas están satisfechas por la crisis del PP. Aseguraría la estabilidad del gobierno de coalición. Algunos incluso aconsejan a Sánchez adelantar las elecciones generales. No sonriamos tan pronto. La guerra nuclear del PP está provocada por el “efecto Vox” y el miedo al sorpasso causada por el Castillazo de la semana pasada, pero también porque el desgaste del gobierno de coalición abre al PP un horizonte de gobierno. Si se están matando, no es por ser líderes de la oposición, sino porque ven una autopista viable para llegar a Moncloa. Reaccionemos con rapidez.

Ayuso y Feijóo: El equilibrio de las dos derechas

La derecha española aglutinó diferentes líneas ideológicas en torno a Alianza Popular. La hazaña de llegar al poder de nuevo parecía lejana después de 1982. Se requería para lograrlo una alta dosis de pragmatismo y unidad en base a intereses económicos compartidos, donde la Comunidad de Madrid, Castilla y León, Galicia y Valencia eran los núcleos irradiadores. La batalla que Thatcher y Reagan estaban jugando a nivel mundial hizo virar a una nueva generación desde las posiciones democristianas hacia otras más neoliberales. El nacionalismo español y la existencia de ETA y del independentismo catalán unía diferentes sensibilidades. Tras llegar al gobierno, con la ampliación de su espacio sociológico y la corrupción derivada de su gestión, se abren fisuras en su electorado, que aprovechan sucesivamente UPyD, Ciudadanos y Vox.  

Alberto Núñez Feijoo. Foto: Twitter Feijoo.

El PP es a día de hoy un equilibrio entre dos derechas y dos sociologías. Una, en Madrid, más joven y dinámica, más neoliberal ideológicamente. Otra, más periférica, provincial y envejecida, que necesita de más inversión pública en sanidad y apoyo al medio rural, conservadora en lo ideológico. Defienden suprimir sucesiones y bajar impuestos, pero exigen recursos mayores en los territorios desde el gobierno central. Entre los perdedores del paraíso fiscal de Ayuso están la Castilla y León de Mañueco, la Galicia de Feijóo o la Asturias de Mallada. También hay espacios de unidad, que les acercan a Vox. Tanto el PP como Vox defienden un discurso fuertemente nacionalista español (y un centralismo que deriva en la exigencia de autonomía plena en las comunidades donde gobiernan). Coinciden en su defensa del campo y las tradiciones y en su posición migratoria y punitivista, aunque en temas como los derechos LGTBI y la igualdad de género el PP ha dado más vaivenes.

La batalla entre los diferentes sectores del PP y Vox es una batalla también por el equilibrio dentro de las derechas. Asturias, en ese debate, volverá a tener la posición periférica que siempre tuvo la derecha asturiana (que no sus líderes) en el marco estatal. Mallada, con todo el pescado vendido, se sube al carro ganador de Feijóo para no quedar fuera de juego. Lo peor es que a nadie le importará.

El teléfono abierto entre Galicia y la sede de la Comunidad de Madrid tiene profundas implicaciones. El presidente gallego, el líder más carismático del PP, se preguntaba en Xixón durante la clausura del reciente Congreso estatal de CCOO de Correos (¡sí, han leído bien!) si confiarían para secretario general del sindicato a alguien que acabara de afiliarse a Comisiones Obreras. Todos negaron con la cabeza. “Eso pasa también con los jóvenes que acaban de llegar a la política en Madrid, a veces para las cosas importantes confiamos más en gente que lleva toda la vida”, fue el puñal que lanzó hacia la generación de Sánchez y Casado. La alianza entre Ayuso y Feijóo, de fructificar, es una alianza entre esos dos mundos, un pacto entre esas dos derechas, con sociologías diferentes. ¿Cuál puede ser la línea ideológica? ¿Viaje al centro o a los extremos? No lo sabrán aún. En política, muchas veces la cosa consiste en pasar pantalla y sobrevivir. Porque hay cosas que siempre habrá tiempo para dirimir. 

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