Las ocho canciones de El largo mañana son como un flujo de soul ligero, ambiente jazzy y funky instrumental, siguiendo esa tradición sensual, la formidable línea sonora con la que Marvin Gaye dibujó obras maestras como What’s Going On, Let’s Get In On o I Want You, donde todo es un cauce sonoro, muy bien instrumentado y definido en este último trabajo con la magnética voz de Víctor Cabezuelo marcando el camino y Julia Martín-Maestro estableciendo el ritmo. De esta forma, Sé dónde van los patos cuando se congela el lago, Lafayette o Torre de marfil, son un todo que retoma los sonidos pulp de los 70 navegando sobre las aguas de un río psicodélico que va a dar a una noche sin paredes, narcótica y abstracta, delirante y sentimental. Si uno cierra los ojos, es difícil no sentirse cautivado por el poder hipnótico de este álbum, entre la nostalgia y el desahogo emocional, donde una vez más la banda vuelve a abrirse en canal, compartiendo con el público sus vocaciones, sus raíces, miedos y filias personales.

El largo mañana es, como viene siendo habitual en Rufus T. Firefly, un álbum sofisticado con abundantes percusiones, cruces de fronteras estilísticas y ecos de Gaye y Curtis Mayfield. Un disco que se toma en serio, que no está enchufado ni pretende formar parte de la industria del indie donde todo se ha vuelto homogéneo y, en el fondo, lúdico y deshumanizado. Es curioso cómo, siguiendo una tradición sin imposturas, escalada de una forma muy honesta, logra distanciarse y adelantarse a su tiempo, sin dejar de pertenecer a él. De este modo, El largo mañana, con una carátula que remite al expresionismo abstracto americano de Rothko, resulta elegante, profundo y mortal. Víctor Cabezuelo y Julia Martín-Maestro superan los límites de la expresividad musical, abriendo nuevas posibilidades al rock y al pop, incorporando a su sonido sólidas reminiscencias del funk y el soul.

El concierto de este viernes en la Sala Tribeca de Oviedo fue la escenificación de este sentido del trabajo, con la presentación de su séptimo disco sin más concesiones que algún tema de anteriores LP. La incorporación de Juan Feo a las percusiones y Marta Brandariz a los teclados y las voces certifica una banda que crece y es capaz de afrontar un rumbo propio en la escena musical española. Su manera de tocar y comunicar con el público fue muy orgánica, sin dejar de ser sobria, elegante y austera. No deja de ser fascinante observar a Julia en la batera, como una mujer tímida y a la vez eléctrica, en perfecta sincronía con Cabezuelo, Juan Feo o Miguel de Lucas al bajo. Mujeres como Martín Maestro o Mariana Mott (Cápsula, Maika Makovsky) han devuelto a la batería una personalidad insólita sobre el escenario, casi dibujando el marco sobre el que el resto de los músicos vuelcan su sonido, o sea, una puta maravilla.

Regresar a Tribeca con la pretensión de escuchar El largo mañana resultó delicioso, un breve pasaje a una noche, a una época que rescataba el clima sonoro de las viejas/modernas novelas pulp firmadas por Donald Westlake, Chester Himes o Elmore Leonard, sin que la sesión recayera en la nostalgia vintage. Muy al contrario, fue un sonido limpio, pegado a nuestro tiempo y proyectado hacia el público con una humildad desarmante. Esperemos que vuelvan.