No hay duda. Eva es todo un mito latinoamericano, una apología del cono sur, una mujer, la mujer -sin posibilidad de error- de Argentina. Viva leyenda, modus vivendi. Eva Perón. María Eva Duarte. Evita. ¿En qué se sostiene este icono femenino? Su figura, erosionada por el transcurrir del tiempo, necesita un apaño. Es hora de arreglar su envoltorio con fragmentos de todas las Evas que conforman su memoria. Ninguna persona célebre perdura en el tiempo sin que intervenga cierta ficción plastificadora, pequeños “retoques” sobre su recuerdo colectivo. “Jefa Espiritual de la Nación”, “Mártir del Trabajo”. ¿De verdad que seguimos así?
Fuera de su país hay vías más mundanas de llegar a Eva, y se pueden transitar sin miedo a represalias. Escribo desde Gijón, Asturias. Solamente he visitado Buenos Aires una vez, durante el BAFICI 2011. Entre sesión y sesión de cine, no encontré tiempo para arrimarme al cementerio de Recoleta, como hacen tantos turistas, y rendirle homenaje. Eva Perón, en verdad, no me despertaba ningún interés. Cero.
Antes de diseccionar su sobado mito ante lectores españoles criados en la inevitable y ardiente y eterna cultura católica idólatra pop, se me antojan necesarios -debido a la simbología que acarrean- cuatro apuntes sobre el cuerpo físico de Evita:
-Un cáncer de cuello de útero acabó con la vida de Eva, el 26 de julio de 1952. Tenía 33 años.
-El cadáver fue embalsamado y, tres años después, robado.
-Cuando fue rescatado y exhibido en Madrid a ojos de su marido exiliado, año 1971, hallaron deterioro en ese cuerpo inerte, debido al odio más que a los gusanos, según sentenció el político.
-Una vez repatriada a Argentina la figura momificada de Eva, fue de nuevo restaurada por un taxidermista. Sus restos descansan en la bóveda sepulcral de la familia Duarte.
¿Qué queda hoy de esta mujer? ¿Qué significa ella en estos tiempos, en España, en esta ciudad, mi entorno, para mí? Viajo hacia atrás en busca de recuerdos más puros.

Recuerdo con dificultad a mi padre de los años ochenta, siglo XX, al sindicalista dentro de la fábrica donde trabajó toda su vida, hablando de Argentina y de Eva Perón durante alguna cena en familia. Quizá la sonoridad del nombre sea lo que ha mantenido girando ese recuerdo, casi vacío, entre mis estampas infantiles. Visito a mis padres en su casa y pregunto por ella, probando suerte. Mi padre, un buen taxidermista de recuerdos, lleva tiempo luchando contra su despiadada pérdida de memoria.
–¿Eva Perón era facha o qué? Joder, estoy perdiendo reflejos de aquellos tiempos…
–No pasa nada, papá.
–Bueno. No me acuerdo si era facha o progresista.
Pasamos al apartamento de sus vecinos. Son como familia para nosotros. Habla Argüelles, compañero de taquilla y luchas laborales en la fábrica que les dio empleo. Habla de aquel célebre viaje a España: “Nosotros éramos unos chavales en el apogeo de Evita, allá en el cincuenta y pico. Para Franco fue importante su visita, al menos lo visitaba alguien. España estaba aislada. Y de Evita aquel cabrón decía, mmm… ¿Quién lo sabe? Pero sí, prestó ayuda al régimen de Franco. Cuando teníamos las fronteras cerradas, ella envió barcos de trigo. Sin ese trigo, ¡cuánta gente habría muerto de hambre aquí!”.
De la mano de Franco llega Carmen Polo a la conversación. Nada bueno que señalar del matrimonio. Desato otro relato prendado a mis recuerdos de infancia. Los joyeros de la calle Uría, en Oviedo -siempre lo he escuchado así-, cerraban a cal y canto sus negocios en cuanto conocían la inesperada llegada de Carmen Polo a la ciudad. Mi padre y su vecino sonríen con la anécdota sin ninguna muestra de afecto hacia esta mujer a la que no le gustaba pagar.

Salto a mi particular imaginario adolescente y juvenil. Evita es pop, que no populista. Evita es aclamada por el pueblo argentino cuando saluda desde el balcón. La estoy visualizando en el cuerpo de Madonna, la reina mundial del pop, cuando se puso a las órdenes de Alan Parker para filmar el musical Evita (1996). No recuerdo haber visto entera la película. Se mezclan ahora imágenes de Madonna haciéndose la Evita con la devota extasiada en el, oh, escandaloso videoclip Like a prayer. Evita Duarte tuvo una carrera mediocre de actriz, igual que Madonna. Pero con su natural regocijo, místico y revolucionario, ambas siguen seduciendo al pueblo, que ha bendecido su fusión. Ambas son polémicas a su manera. Mucho. Sus decisiones las elevaron hasta la gloria. Por estos lares, durante aquellos años noventa, la reina del pop español era Marta Sánchez oxigenada de rubia. Con su talento siempre en cuestión y ensombrecido por sonados escándalos, de carácter frívolo, aunque agitador, buscaba en sí misma a su propia Madonna, puede que a Marilyn, o a Eva. Aquel 1996, el año del histórico musical Evita, ella conseguía una colaboración con el entonces guitarrista de moda, Slash, un rockero de identidad excesiva y sudorosa. Nadie se acuerda de este dato. Pero años antes, 1991, la Madonna madrileña logró paralizar a España desde los quioscos de prensa, mostrándose en la portada de la revista Interviú como dios la trajo al mundo, desnuda como una Eva en el Paraíso, nuestra atrevida Madonna, la reina del pop español -así se la conocía-, nuestra Eva al desnudo. ¡Cuántas revistas vendió!
Estas tres ambiciosas mujeres comparten en mi imaginación una descomunal afición por los baños de masas y las giras internacionales. La que trajo a Eva por Europa en 1947 fue conocida como la Gira Arco Iris. Puedo imaginar a las tres juntas saludando a sus fans desde cualquier balcón palaciego. ¿Quién es quién?
La Gira Arco Iris me lleva, de un salto, a las páginas de la novela Sira, el último bestseller de la escritora María Dueñas. En su interior, Eva Perón convive con la protagonista más aventurera de las letras españolas. Sira Quiroga es atrevida, valiente, sagaz, una mujer hecha a sí misma. Actualmente, Sira ha superado a Eva en popularidad. Entrevisto a la autora, en busca de sus propios fragmentos de Eva Perón.
¿Me cuentas tu primer recuerdo de escuchar algo relacionado con Eva Perón? ¿Y cuál fue el motivo, o los comentarios sobre ella en aquella ocasión? Lo que recuerdes de la Eva pre novela.
Saltando décadas en la memoria, llego a la conclusión de que quizá mis primeras referencias no procedan del personaje histórico en sí, sino de su posterior trasvase a la cultura popular. Ahora mismo, rebobinando en mi cabeza, creo ver a Paloma San Basilio con el pelo recogido en un moño tirante y los brazos abiertos, cantando No llores por mí Argentina seguramente en la primera cadena de Televisión Española. La wikipedia me dice que el musical Evita se estrenó en España en 1980, así que quizá de aquel momento, cuando yo tenía 16 años, procedan aquellos primeros recuerdos.
Con el paso de los años empecé a tener una mayor constancia de Eva Perón en su dimensión auténtica. Y a través de mis viajes a Argentina para la promoción de mis novelas, fui dándome cuenta de la verdadera magnitud del personaje, y su vigencia actual en el país, donde aún genera opinión y controversia.
¿Y de qué manera entró en tu cabeza la idea de incorporarla a una de tus historias? ¿Fue muy natural, acaso fue buscando un hecho concreto que se adaptara a la historia de ficción, fue un antojo?
En realidad, y aunque suene un tanto surrealista, fue ella casi la que acudió a mi novela. Enlazando temporalmente con El tiempo entre costuras, yo tenía previsto centrar el arco narrativo de esta nueva novela en los años posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial, tanto en nuestro país como en algunos contextos internacionales. Y en nuestra pobre España de posguerra, uno de los eventos que marcaron la época fue la visita de Eva Perón en 1947. Incluirla por tanto en la trama era algo natural, por su relevancia en aquel momento.
¿Quién es para ti Evita?
Un personaje lleno de luces y sombras, aunque suene a tópico. Fue sin duda una mujer audaz, singular y valiente, con ideas progresistas, y la garra y el tesón necesarios para acometerlas. Fue también, por otra parte, incongruente, arbitraria y algo déspota. Y con todas estas contradicciones pasó a la historia, y esa esencia llena de aristas es quizá lo que más me seduce de ella.
Dime en qué parte de la Gira Arco Iris te dejaste llevar más por la imaginación que por la documentación. Dicho de otro modo: ¿cuánto te cortas a la hora de moldear a tu gusto a personajes basados en personas reales, en figuras históricas?
La gira Arco Iris que trazo en la novela es cien por cien fiel a su estructura original: las ciudades son las que en realidad visitó Eva Perón, igual que los eventos a los que acude, el séquito que la acompaña, los agasajos que recibe, los hoteles donde se hospeda, la ropa que lleva puesta… Todo aquello quedó documentado en su día, y yo he sido del todo fiel a esas referencias. Las licencias que me tomo son insertar dentro de ese itinerario a un par de personajes de ficción —la propia Sira y el diplomático Diego Tovar—, y construir dentro del periplo la subtrama de la pérdida y devolución de la Gran Cruz de Isabel la Católica. Y aun siendo esta subtrama imaginada, tiene también un sustento de realidad, porque en su momento se rumoreó que esta insignia desapareció en algún momento del viaje.
¿Te quedaste con ganas de meterte en los territorios de la ucronía y reinventar la historia?
No, no, en absoluto. Sólo me interesa jugar con algunos flecos de la historia, con elementos periféricos, pero sin alterar su esencia.
Sira llegará a convertirse en un personaje más importante que alguna persona real que la acompaña en su última historia. ¿Te condiciona esa “jerarquía” de realidad y ficción a la hora de buscar personas reales para tus novelas?
No, tampoco. Me reconozco en este sentido poco respetuosa con esas “jerarquías”, y las uso a conveniencia de la trama y del alma de la novela.
Sentir a otras figuras históricas más…, cómo decirlo, “cercanas”, o relevantes, ¿te impide alterar las características que mejor las definen? Pienso en Carmen Polo o el mismo Franco…
No pretendo alterar ni los personajes ni los hechos; como te decía, intento siempre ser rigurosa con su esencia.
¿Conocías la antipatía que le causaba a Evita la figura de Carmen Polo?
Supe de ella a través de una miniserie de TVE de hace unos años, Carta a Eva, con una magnífica Ana Torrent interpretando a Carmen Polo.

La premiada serie de dos capítulos fue dirigida por Agustín Villaronga y estrenada en 2013. Aún cuelga en abierto en el portal web de RTVE. Julieta Cardinali, Ana Torrent y Nora Navas interpretan de manera magistral a Eva Perón, Carmen Polo y Juana Doña, respectivamente. Los tres personajes sostienen “una fabulación histórica basada en hechos reales”. Me gusta la matización. Quizá, la menos conocida de las tres mujeres sea Juana, líder de la Agrupación de Mujeres Antifascistas, sindicalista, feminista y escritora. Fue condenada a muerte por Franco tras dirigir los atentados contra la embajada argentina en Madrid. Eva Perón intercedió para que el dictador le conmutara la pena de muerte por 30 años de prisión. La carta que da título a la miniserie fue escrita por el hijo de Juana y entregada a la dama argentina. Merece la pena ver esta serie.
Pese a quien le pese, la figura de Juana es la más ejemplar, coherente y honrada de la trama. Carmen Polo, quien solucionaba hambrunas rezando novenas a Santa Teresa y aspiraba a ser una buena madre y cumplir con su deber de esposa mientras asustaba a los comerciantes cuando salía de “compras”, se lo puso fácil. También la ambiciosa Eva, quien en un par de episodios aspiraba a pasar a la historia mostrándose linda y caprichosa ante el pueblo, trabajando para que hubiera menos ricos y menos pobres, con frialdad y orgullo, se lo puso a huevo.
Llegando a esta particular Evita Frankenstein que podría crearse con el talento de Cardinali, el compromiso de Juana Doña, la valentía de Sira Quiroga, el furor de Madonna, la osadía de Marta Sánchez, incluso la voz de Paloma San Basilio, añado contexto a esta ficción mediante unas palabras pronunciadas por la resplandeciente Eva Perón durante su discurso desde la Residencia Presidencial de Olivos, el 12 de marzo de 1947, dedicado a las argentinas: “Ha llegado la hora de la mujer que piensa, juzga, rechaza o acepta, y ha muerto la hora de la mujer que asiste atada e impotente a la caprichosa elaboración política de los destinos de su país, que es, en definitiva, el destino de su hogar”.
Pero desde esta tarima virtual mi Evita Frankenstein recién nacida quiere añadir las palabras de otra histórica oradora, Emma Goldman:
“Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa”.