Dice el refranero popular que cuando zarpa el amor la expresión más repetida es nunca debí enamorarme. Tras 28 años de noviazgo tengo la suerte de no haber tenido que decir nunca esa frase, ya que, tras mi corazón indomable, cada vez que escucho su voz, reconozco que han cambiado mi vida.
Todo empezó en una vieja estación del querer, escuchando en mi walkman un cassette que me habían prestado en clase. Dos voces que rimaban frases fáciles y un organillo con aires de techno golpearon en mi vida de adolescente, una época en la que el amor y el desamor hacían de las suyas desde por la mañana temprano, haciéndonos creer que aquellos sueños inalcanzables podrían convertirse en realidad.
Corría el año 1994 y yo ya me había convertido en una marioneta de su vida y de su música para siempre.





Año tras año aquel amor crecía, y sus palabras de papel se me clavaban y su mirada entraba en mi mente. Escuchar sus cassettes me hacían ver las estrellas de mil colores y llenaban mis dias de ilusiones. Incluso el calor de mi cuerpo se encendía cada vez que le daba al play y sonaba cualquiera de sus canciones. Aquello era un autentico vivir por vivir.
Pasaron los años y su musica siempre estuvo en el bolsillo de mi corazón; durante largas temporadas quedaba un poco apartada pero siempre estaba ahí, junto a mi, con una promesa irrompible: por siempre tú y yo.
“Incluso el calor de mi cuerpo se encendía cada vez que le daba al play y sonaba cualquiera de sus canciones”
Hoy, 28 años después nos volvemos a cruzar en su Wembley particular, la Sala de fiestas Estilo. Nos citamos a las 22:30, hora en las que las puertas del templo se abren para dar rienda suelta al corazón.

Los nervios se pueden notar en cada esquina del barrio de Pumarín, por las calles de abril, que bajo la lluvia deja entrever un cielo sin estrellas… éstas están en el camerino, esperando prometernos el universo dentro de ese laberinto de amor que derrochan sus canciones.
Es la hora, las puertas del edén se abren y todos los cameleros y cameleras corremos hacia la entrada con la ilusión de que nos regalen el universo. Por delante nos queda una hora y media de derroche de energía y buen rollo.

Como siempre ocurre cuando vienen a Oviedo, volvieron a colgar el cartel de “No hay entradas” Algún despistado deambulaba por la calle gritando “estoy arrepentido” por no haber comprado su entrada con antelación y le rogaba al portero de la sala de fiestas “por favor, llámale, convéncele, háblale de mi a Dioni y a Mari para que me dejen pasar” a lo que él trabajador le trataba de convencer de que aquello no era posible aunque entendía sus lagrimas de amor

En la noche de ayer sonaron todos los éxitos de la banda que, durante casi tres décadas, hasta el más heavy del barrio tarareó alguna vez en su vida. Me he dado cuenta con el tiempo de que no he conocido a nadie que no se sepa una canción de este grupo que hace poco más de treinta años trabajaban en un mercadillo y que hoy son uno de los referentes de la música para muchos de nosotros y nosotras.
Ayer, desde la persona más joven hasta la más pureta que bailábamos en Estilo, nos olvidamos de pandemias, de guerras y de todos los problemas diarios que nos toca vivir. Ayer volvimos a tocar el cielo gracias a Camela y nos fuimos para la cama sabiendo que otro mundo es posible, sabiendo que mañana nacerá otro día y que éste será aún mejor.