El Golem
de Juan Mayorga
Intérpretes: Vicki Luengo, Elena González y Elías González
Dirección: Alfredo Sanzol
Sábado 30 de abril, Centro Niemeyer, Avilés
Es oscuro y tenebroso, pero al mismo tiempo es luz que alumbra significados e interpretaciones. Mayorga no se lo pone fácil al espectador. No hace concesiones. El riesgo: lost in translation (aunque puede que éste sea uno de sus encantos). Hay en El Golem intriga e indeterminaciones que se convierten en el centro y cauce de la acción. Cada frase es una sentencia, cada palabra un puñado de sombras que le exigen al espectador un esfuerzo intelectual tan inquietante como placentero. Autor y director se han propuesto una meta ambiciosa y kamikaze: poner en escena un texto que navega entre la filosofía y la semiótica, encarnado en una distopía muy actual que, como en un sueño, mezcla las revueltas, la pandemia y la crisis del estado de bienestar que nos acecha. La sobria e imponente escenografía de Alejandro Andújar, compuesta por paneles deslizantes, recrea con tintes kafkianos los ambientes de un siniestro hospital en negro, con una laberíntica multiplicación de estancias idénticas.
Las palabras y la leyenda del Golem de la mitología judía son el núcleo de cohesión argumental de este espectáculo, el eje sobre el que se vertebra un complejo sistema de relaciones de orden simbólico, dramático, especulativo, literario, metafísico y hasta político si se desea, en un intento de evidenciar los límites del lenguaje, su poder salvífico y maléfico. Felicia tiene a su marido Ismael ingresado en un hospital por una misteriosa enfermedad y a punto de ser expulsado debido al hundimiento que sufre el sistema sanitario. Una empleada que actúa de mediadora entre los pacientes y el médico le hace una extraña propuesta: Ismael seguirá siendo atendido a cambio de que ella memorice unas palabras. A partir de aquí comienza un enigmático viaje por un laberinto de identidades con reminiscencias bíblicas, implicaciones conceptuales, ensoñaciones, mutaciones y un hipotético cientifismo que alcanza hasta los implantes de memoria, tal y como ocurría en Blade Runner.

Una excelente Vicky Luengo –presumiblemente positivo en covid, con una mascarilla que no desentona demasiado con la pieza, todo sea dicho– da vida al personaje de Felicia, cuya transformación a lo largo de la obra es asombrosa. De la mujer frágil y desconcertada, infantil y juguetona del comienzo, acabará transmutándose en una encarnación de las palabras del profeta, liberador del lenguaje y de toda la humanidad, a través del sacrificio redentor que realiza para salvar a su marido. De hecho, experimentará también una enajenación corporal espeluznante hasta finalizar irreconocible para su pareja. Su oponente Salinas es una fría y aséptica Elena González muy eficiente como funcionaria mediadora en esta institución infernal, entre cuyas dependencias se halla El Paraíso, un espacio al que sólo se accede a través del humor y la poesía. Elías González, en el papel de Ismael, hace el viaje inverso al de su mujer e irá recuperando consciencia y energía a medida que ella la pierde, poseída por las palabras que ha memorizado. Una música desasosegante e hipnotizadora, compuesta para la ocasión por Fernando Velázquez, marca las transiciones con un suspense Twin Peaks muy cinematográfico.
En la arenga final con las luces del patio de butacas encendidas, una Vicky Luengo enardecida insta a la rebelión contra los tiranos a través del pensamiento crítico. Hay en este Golem un plasma medular que me recuerda al universo de las novelas de Menéndez Salmón. El arte de Sanzol y Mayorga es haber conseguido transmitirnos esta críptica historia de resonancias apocalípticas como una obra de suspense e intriga. Si algún reparo hubiera que ponerle sería el exceso en el relato de los sueños de la protagonista, que precisamente por impenetrables pueden ser el elemento que menos conecte con el espectador. No ocurre lo mismo con los cuentos, que atrapan y seducen como metáfora de la existencia, así como las reflexiones acerca del poder de comunicación, transformación y configuración de la realidad de las palabras, o la advertencia de la pérdida irreparable que supone la desaparición de una lengua. Algo de lo que los asturianos sabemos bastante.