La infamia, de Lydia Cacho
Intérprete: Marta Nieto
Operadora de cámara: Alicia Aguirre
Dirección: José Martret
Viernes 13 de mayo, Centro Niemeyer, Avilés
Setenta y cinco minutos de angustia, opresión, sufrimiento e indignación resumen muy bien lo que La infamia provoca en el espectador. Lydia Cacho, una periodista mexicana fundadora del CIAM, Centro Integral de Atención a las Mujeres, fue secuestrada en Cancún por policías sicarios durante dos días a instancias del gobernador de Puebla. Motivo: la publicación en 2004 del libro Los demonios del Edén, donde denuncia la red de prostitución infantil y abuso a menores de los empresarios mexicanos de origen libanés Succar Kuri y Kamel Nacif. El espectáculo muestra con diferentes medios el terror psicológico, las amenazas de muerte, la tortura y las vejaciones a que fue sometida la víctima.
Quizá por pudor o por exceso de escrúpulo ético, o quizá también por no estar dispuesto a aceptar el grado de “perversión” y “desplazamiento” que toda convención escénica conlleva respecto a la veracidad de un suceso, son muy pocas las personas que habiendo vivido una tragedia se atreven a “guionizarla” más allá del testimonio explícito, reivindicativo, que de ordinario se exhibe despojado de artificio. La periodista mexicana Lydia Cacho firmando La infamia es una excepción al respecto. La versión de José Martret como director y de Alessio Meloni como escenógrafo, expone en gran formato el monólogo en dos planos bien diferenciados, simultaneados como si se tratase de eslabones de una misma cadena: por un lado, el testimonio que se narra directamente al espectador y, por el otro, la recreación del mismo en un set o plató de rodaje, cuyas imágenes son proyectadas sobre una pantalla a modo de flashback. Un sugestivo juego de trasvases que se erige como parte sustancial de la propuesta al explorar la naturaleza misma de la expresión artística, su cualidad significativa, en función del genuino tamizado que le impone el medio. No deja de ser curioso comprobar cómo el escalofriante testimonio emocional que nos dirige la excelente Marta Nieto desaparece y se distancia, en términos brechtianos, a medida que presenciamos la “tramoya” de la retransmisión y vemos a Alicia Aguirre pertrechada con la steadycam realizando de manera ejemplar sus funciones como operadora. Unos primeros y primerísimos planos muy cinematográficos, que se acoplan al sonido del micro como anillo al dedo y nos devuelven al relato y al terror con los matices ya específicos de ese medio. Reflexión especulativa que podría extenderse a otros espacios fronterizos relacionados con la imagen.

Marta Nieto hace un trabajo estupendo metiéndose en la piel de la periodista. Trasmite a la perfección el terror y la angustia, incluso en momentos críticos como en los ataques de tos y las dificultades para respirar, propiciando la identificación del espectador. La siniestralidad del espacio, el todoterreno, la jaula a modo de mazmorra y los neumáticos, aciertan plenamente en la construcción de una atmósfera muy potente y adecuada con la gravedad del tema, por más que un ritmo argumental reiterativo le reste fuerza a la pegada. La infamia es un espectáculo sobrio nada complaciente, un viacrucis espeluznante que se vive como un thriller salpicado con unas imágenes documentales donde aparece hasta el repulsivo y abyecto pederasta Succar Kuri, defendiendo el abuso a menores con total impunidad. Momento estelar en que se nos ponen los pelos de punta y nos ratifica en la idea de que la realidad siempre, siempre –y esto al margen de la excelencia artística con que abordemos el horror–, supera a la ficción. El mal en estado puro existe. Y en esta ocasión se llama Succar Kuri, Kamel Nacif el mafioso enlace con el gobernador de Puebla, el mismísimo gobernador Mario Marín y una jueza corrupta, entre otros.