Identidad quebrada

La vuelta del Teatro Estudio de Gijón a los escenarios supone un regreso por todo lo alto.

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Roberto Corte
Roberto Corte
Roberto Corte (Oviedo, 1962). Vinculado al teatro asturiano desde 1980, y ligado a la autoría y dirección en el ámbito escénico, en la actualidad colabora como crítico en revistas especializadas.

Gris de ausencia y El acompañamiento, de Tito Cossa y Carlos Gorostiza

Intérpretes: Filiberto Blanco, Mariano Alonso, Ana Pérez, Martina Bueno y Manuel Pizarro

Dirección: Miguel G. Expósito

Vi las piezas el 15 de diciembre en el teatro Jovellanos, en Gijón, en una grada montada en el escenario para que la proximidad con los intérpretes logre el máximo de belleza y gravedad. No hace falta insistir en la importancia que tiene este planteamiento ni en los efectos que produce en los códigos de emisión y recepción. La cercanía añade tacto emocional y revitaliza el eje vertebrador de sentido. Siempre. Por eso no es de extrañar que el ideario de militancia artística del Teatro Estudio de Gijón, en estas condiciones, alcance cotas de realización muy altas. La ética de la derrota y el dolor, la dignidad de las personas atrapadas en un piélago de calamidades y las muchas “marginalidades” que la sociedad genera –los habituales temas que conforman la poética TEG– se presentan aquí concentradas de la mejor manera, refrendadas por un excelente trabajo de interpretación y con un naturalismo radical que tiene unos tempos, tonos y cualidades muy peculiares.

El Teatro Estudio de Gijón

Gris de ausencia y El acompañamiento, de Tito Cossa y Carlos Gorostiza respectivamente, son dos piezas cortas representativas del Teatro Abierto –movimiento argentino de reacción cultural contra los estragos producidos por la dictadura de Videla– sobre la emigración y la demencia, con tramas distintas aunque igualadas en ambientación y espesor dramático, y con unos personajes lastrados por la melancolía, los sueños rotos y unas condiciones de trabajo adversas. La luz cenicienta y nostálgica del tango que invade la atmósfera es otro rasgo en común. En Gris de ausencia una familia que regenta un restaurante nos muestra la quiebra de identidad que supone la pérdida de un territorio y una lengua, la fragmentación y simbiosis que producen las distancias. Es cierto que el perfil del emigrante de hoy, con la globalización, las redes sociales y la tecnología, ha cambiado, pero la adversidad y la precariedad laboral continúa existiendo, el derecho a ganarse el sustento se ha vuelto más complicado. No obstante, lo realmente importante es la estampa y el valor antropológico de unos seres atrapados en ámbar cuyo dolor, a pesar del localismo de sus claves referenciales –o quizá por las mismas–, trasciende al ámbito universal. Martina Bueno está soberbia como Lucía, la “mamma” atrapada en un galimatías diglósico que la lleva a una lúcida enajenación, con una ternura conmovedora y una prodigiosa capacidad para hablar  italiano con acento argentino. Filiberto Blanco es el abuelo postrado en silla de ruedas, inseparable del acordeón y preso de una ensoñación que lo confunde y transporta al barrio de La Boca, al lado de su amigo don Pascuale, el farmacéutico. Mariano Alfonso es su hijo Dante, que hace gala de una cojera tan teatral como verosímil, con una muy lograda construcción del personaje, al igual que su hermano Chilo, encarnado por Manuel Pizarro, retrato del hombre amargado al que el orgullo le impide claudicar. Y Ana Pérez es la hija, el único personaje que conserva la esperanza y parece romper este círculo familiar asfixiante. Si Gris de ausencia resulta excelente, El acompañamiento de Carlos Gorostiza le pone un broche de oro al espectáculo. Tuco (Manuel Pizarro) es un trasunto de Gardel encerrado en su habitación a cal y canto contra la voluntad de su familia, mientras espera la llegada de un supuesto “acompañamiento” que lo llevará de gira y al estrellato. Su contrapunto es su querido amigo Sebastián (Mariano Alonso), el kiosquero que contempla perplejo el desgarrador delirio. La pieza refleja con eficacia la enajenación del artista que ansía el éxito, la burla y crueldad de la vida y un patetismo trágico y conmovedor que no elude el humor negro. La portentosa interpretación de Pizarro y Mariano, con sus pausas y silencios, gestos y detalles, nos impresiona y seduce por igual. La contención y sutileza de Mariano encarnando la resignación y el fracaso vital, es otro de los muchos aciertos. La vuelta del TEG a los escenarios supone un regreso por todo lo alto. El espectáculo podrá verse el próximo 22 de febrero en el Teatro Palacio Valdés de Avilés.

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