La Salud Pública es un poco como Santa Bárbara. Sólo nos acordamos de ella cuando truena. O como mucho para invocarla de forma épica y emocionada como cuando entonamos la canción de la patrona de los mineros.
También es cierto que a veces no tenemos muy claro que es eso de la Salud Pública. Por varios motivos. Uno es que la visibilización del trabajo de Salud Pública y de sus funciones ha estado ausente durante muchos años. Algo parecido a lo que le pasa -o le pasaba hasta hace pocos días- a la Atención Primaria, pero quizás con más intensidad aún. A ningún ciudadano habría que explicarle porqué es importante tener camas en la UCI, disminuir la lista de espera quirúrgica o tener un programa de trasplantes. Todas ellas actividades fundamentales en nuestro sistema sanitario. Más dificultades tendríamos de explicar para qué sirve la Atención Primaria (¿sabe que tener la misma médica de familia durante más de quince años tiene un efecto clave en disminuir ingresos y la mortalidad?) y más dificultades aún para explicarles qué hace la Salud Pública más allá de haber dado la lata en la pandemia. (¿saben que una sola política global desde salud pública regulando alimentación saludable, espacios libres de humos o contaminación o favoreciendo la movilidad activa en una ciudad pueden tener más impacto en salud que miles de pequeñas intervenciones individuales sobre los estilos de vida?)
No obstante, ahora mismo la pedagogía del porqué Atención Primaria y Salud Pública son fundamentales es bastante sencilla: miren la pandemia y miren lo que está pasando en varias comunidades: si la Salud Pública y la Atención Primaria no funcionan bien, todo lo demás se desmorona.
“Si la Salud Pública y la Atención Primaria no funcionan bien, todo lo demás se desmorona”
La visibilización del trabajo y la importancia de la Salud Pública ha sido históricamente ruin. Analicen los canales de comunicación institucionales y cuenten noticias relacionadas con atención hospitalaria, atención primaria y salud pública. Lea esta pregunta y cierre los ojos: ¿Qué se nos viene a nuestras cabezas cuando hablamos de salud?¿el cuerpo de inspectores que vigilan y protegen la sanidad alimentaria de los establecimientos de esta región o que regularon la ventilación interior en la pandemia?¿las técnicas municipales que trabajan en los planes de salud de los ayuntamientos en actuaciones de promoción de la salud?¿las compañeras de vigilancia estudiando brotes?

Otro tema añadido es que, para los profesionales, nuestra formación pregrado en aquellas disciplinas relacionadas con la salud, tampoco ha sido un desparrame en lo que se refiere en sensibilización en salud pública. O al menos hacia cierta salud pública. De Virchow, Rudolph Virchow, uno de los científicos multitarea fundadores de la epidemiología social, sabemos mucho de sus células, pero poco de sus trabajos sobre los determinantes sociales de la salud. Eso de que el código postal es más importante para la salud que el código genético, aunque ya viene de lejos, sólo se ha puesto de moda en los últimos años. Hay una parte de la salud pública (vacunas, programas de cribado) que sí ha tenido más visibilidad por estar muy cerca del sistema sanitario, pero otras áreas de la misma: la sanidad ambiental y el concepto “Una sola Salud” que viene desde la veterinaria salubrista, la promoción de la salud y la puesta en marcha de políticas ambientales, las actuaciones orientadas a potenciar la participación de la comunidad, la creación de barrios o escuelas saludables, políticas que favorezcan que las personas puedan tener decisiones más saludables, políticas que evalúen el impacto en salud que tiene construir una autopista o remodelar una zona urbana…todas esas áreas nos pueden sonar un poco a klingon.
“La salud pública no ha dado ni dará guerra”
Pero, en fin, no se apure si es profesional o ciudadano y a estas alturas tiene dificultades para definir qué hace la salud pública. En las cabezas de muchos de nuestros directivos y cargos políticos tampoco ha entrado la salud pública y se marcharán de la legislatura sin que haya entrado y sin que se hayan paseado por sus pasillos. Se irán o cambiarán de sitio con cierto cariño hacia ella, por supuesto, acariciándola como quien acaricia una mascota al hacer una visita a un domicilio, pero con pocas transformaciones radicales y efectivas (y agacho la cabeza asumiendo mi responsabilidad también).
He mencionado a Fernando Simón en el título solamente para llamar la atención del lector o lectora. Mis disculpas. Si el título hubiera sido: “Hacia una nueva estructura de salud pública” o un “Salud Pública o Barbarie” que ya tenemos muy quemado, posiblemente usted hubiera pasado de largo a otra lectura más llamativa. Tomo la figura de mi querido y mediatizado Fernando para apelar a una pregunta muy sencilla sobre aquellos días en las que Salud Pública era la Santa Bárbara de todos: ¿Nos hemos olvidado de la importancia que le dimos a la salud pública durante la pandemia?¿Hemos reforzado suficientemente las estructuras de salud pública de nuestras administraciones? Como en aquello de la disforia de Nacho Vegas, las respuestas cortas son “Sí” y “No”. Me contaron que hace poco un director de un departamento de salud pública de otra comunidad autónoma señalaba que se nos estaba cerrando la ventana de oportunidad de haber reforzado nuestra salud pública. El metro cierra sus puertas.

Es digno de encomio -aunque ojalá que hubiera sido por otros motivos que no su situación agonizante- que la Atención Primaria se haya puesto en boca de todos durante estos últimos meses. Obsérvense los diferentes mensajes preventivos y estímulos presupuestarios que se han realizado desde varias comunidades autónomas para evitar los tumultos relacionados con la Atención Primaria. No hay peor annus horribilis que afrontar la recta final de legislatura con sublevaciones y huelgas (o no, ya veremos qué rumbo toma Madrid y qué ocurre) que emborronen la foto finish de Mayo. Es una lástima que las decisiones muchas veces las hagamos – tanto en nuestros cuerpos y biologías, como en nuestras administraciones públicas- cuando ya es algo tarde: mi recuerdo de crisis de Primaria ya viene desde 1997 y no sólo por un tema presupuestario sino por no hacernos grandes preguntas y proponer cambios organizativos ambiciosos y complejos; mi recuerdo de crisis en Salud Pública lleva desde el 2000 cuando empecé a trabajar aquí. Este año mi percepción de crisis es mayor que nunca, aunque anoto mi subjetividad en esta percepción por todo lo que he visto y por haber dormido en la tripa de la gran ballena blanca durante unos largos años
La Salud Pública no ha dado ni dará guerra. No habrán oído posiblemente nada sobre sus presupuestos para este año (ni en un sentido ni en otro). No habrán oído posiblemente ni críticas ni oposiciones, ni movimientos ciudadanos, ni mareas crisoladas pidiendo más epidemiólogas sociales y más políticas de desarrollo comunitario. No. No somos ni hype ni mainstream, Fernando. Como mucho una esfinge cansada y encanecida a la que le tocó velar una puerta de Misterio (no del Ministerio, del Misterio epidemiológico de un momento histórico cuando las dinámicas microbiológicas y sociales arremeten contra los cuerpos individuales y poblaciones), una esfinge más dedicada a dar respuestas que quizás a pensar preguntas, una esfinge agotada y con poco tiempo para liderar equipos desarbolados.
El personal en Salud Pública es tan escaso que cualquier movimiento o levantamiento -que no esperamos- sería un temblor en el aire. Las repercusiones de la crisis de Salud Pública, en personal, recambio generacional, de recursos, de motivación, de prestigio, de liderazgo pueden pasar totalmente desapercibido hasta un nuevo virus y un nuevo estado de emergencia sanitaria donde todo el mundo vuelva a ponerse nervioso y haremos ese lamento tan cansino y tan nuestro sobre lo que teníamos que haber hecho y no hicimos. Y volveremos a cantar épicos a Santa Bárbara y diremos que son suyas, que tienen que ser de ella, las decisiones inefables que se tomen.
Viendo la respuesta que han tenido en la pandemia, queda claro que no sirven para nada.
Gente politizada con el título de medicina que no da un palo al agua y que se pasan las dos horas al día que van al despacho haciendo crucigramas o tomando cañas con los coleguis.
El día que a todos estos los pongan a ver pacientes, se acaban las listas de espera.