Consuelo Vallina ha tardado cuatro años en ver reunida en una misma sala la mejor selección de su obra. Al menos, la que integra los primeros veinticinco años de su pintura que van de 1981 a 2006. En la Plaza de Trascorrales se ofrece una mirada abstracta, eminentemente femenina y, sobre todo, personal de las artes plásticas, donde el color es tan esencial como los tejidos sobre los que se impregna. A la inauguración acudió el alcalde de Oviedo, Alfredo Canteli, acompañado de José Luis Costillas, concejal de cultura, empeñado en cerrar este mandato con una antológica de una de las artistas más vanguardistas de la pintura asturiana. También estuvieron presentes la concejala de Podemos, Ana Taboada, el concejal socialista Wenceslao López y el director del Museo de Bellas Artes de Asturias, Alfonso Palacio.


Comisariada por el crítico Luis Feas, esta retrospectiva nos enseña cómo a principios de los ochenta, en la pintura de Vallina emergen tibiamente colores crudos que, en seguida se dejan embelesar por lanas, linos y algodones sobre los que, parece, se pueden llegar a tejer las formas del color si es que el color tiene forma, incorporando un nuevo valor dimensional a su obra: volumen, profundidad, gravedad, geometría. Son cuadros que fundan una personalidad y su territorio, un mapa en el que se identifican los violetas y los verdes, tan intensos como las praderas del norte, los naranjas empolvados de tierra, rojos que amalgaman horizontes rothkonianos.


Hay un tránsito de sus primeros trabajos, bidimensionales, como restos de una sábana, que dominan la abstracción, a un nuevo camino político, femenino y augural, una suerte de prolongación de los estertores de la abstracción americana que ha encontrado en la tela, desencadenada de cualquier marco, un nuevo espacio de libertad.

La segunda parte de la obra, la que va de los noventa hasta el 2006 nos ofrece un cambio de perspectiva, pero no de enfoque. El paradigma de lo femenino encuentra un argumento en el Sur, concretamente en los estampados y tejidos africanos que darán una nueva temperatura, más cálida y más étnica, a las obras de Consuelo Vallina. Se acoge al lienzo clásico pero viene con purezas de desierto, una feminidad africana, una suerte de reivindicación total del arte resuelta en sus geometrías más atávicas, sus tejidos más humildes y sus colores más intensos, desbordando la mirada del espectador tiroteado a base de rosas, naranjas, amarillos. Parece que Consuelo Vallina hubiera hecho suya la sentencia de T.S. Elliot: “La única sabiduría que podemos esperar adquirir es la sabiduría de la humildad: la humildad es interminable”.

Lejos de ser una pintura meditativa, escuchar a Consuelo Vallina es comprender una abstracción acelerada, donde no cabe el crepúsculo. Se diría que en esta primera parte de su pintura todo es amanecer y sol hasta las 12 del mediodía. Una mujer pinta porque no es solo Naturaleza, sino Cultura, pero lejos de buscar consuelo en ella, dominarla o comprenderla, se suma a la Naturaleza para otorgarse así misma un sentido del color y de la abstracción deliciosamente enérgica, como un estallido de alegría.
La retrospectiva de Consuelo VAllina se inagura este miércoles y estará abierta hasta el 27 de febrero.