De cuerpo presente

Un Niemeyer abarrotado respaldó el trabajo con una gran ovación.

Recomendados

Roberto Corte
Roberto Corte
Roberto Corte (Oviedo, 1962). Vinculado al teatro asturiano desde 1980, y ligado a la autoría y dirección en el ámbito escénico, en la actualidad colabora como crítico en revistas especializadas.

Amistad, de Juan Mayorga

Dirección: José Luis García-Pérez

Intérpretes: Ginés García Millán, José Luis García-Pérez y Daniel Albaladejo

Viernes, 10 de marzo, Centro Niemeyer, Avilés

El cuerpo de un difunto en escena contiene una teatralidad muy peculiar y específica, que ya casi podríamos considerar como un subgénero. Quizá por el morbo escatológico, quizá por el atractivo encanto que posee la muerte como misterio inexplicable, un fiambre en la escena irradia una luz incandescente que predispone a la intriga y al planteamiento dramático. Son miles las piezas que se representan diariamente por el mundo con féretro y cadáver incluido. Juan Mayorga en Amistad pone a prueba el afecto de tres amigos a través de un juego en tres fases con uno de los miembros siempre ausente -pero de cuerpo presente-, a modo de terapia para examinar el estado en que se encuentra la relación. Obra con flecos y apariencia de comedia, pero sin llegar a serlo, porque carece de chistes y no se explotan deliberadamente los elementos descacharrantes que propicia el humor negro, por más que se incluya alguna que otra frase tópica o situación reconocible. El tono de exposición de Mayorga es siempre ese gris genuino, indefinido, que arranca con una línea clara que se pierde y desparrama por espacios y géneros indeterminados, donde se mezclan y encabalgan categorías, reflexiones, estructuras y símbolos para dar cuenta de la fragmentación de ideas y comportamientos que nos caracterizan. Amistad, en ese sentido, participa del juego de la realidad y la apariencia, de la “metateatralidad” de su escritura, pero sin la complejidad de sus mejores textos, sin la contundencia y pulso de otras ocasiones. Hay en esa terapia de representación algo de purgatorio metafórico y de puerta cerrada sartreana, es cierto, con personajes bien definidos y una sucesión de estímulos atractivos, pero en una convención “trampeada” que no acaba de cuajar del todo y que se queda en un nivel de superficie, por más que los prolegómenos argumentales, una vez descubierta la ronda de intercambios, apunten a tramas y capas subyacentes de mayor calado. Dicho sea todo esto sin restarle un gramo de valor al éxito conseguido, ni al excelente trabajo realizado por unos intérpretes que no bajan la guardia en ningún momento ni pierden fuste durante la hora y media de representación.

Amistad, de Juan Mayorga

Hay en Amistad frases hechas y reflexiones comunes acerca de la vida y la muerte, pero también una relación de reconocimiento sentida desde la infancia en la que eclosionan celos, frustraciones, odios, pasiones, complejos y venganzas. Daniel Albaladejo, de voz profunda y sugerente y con unas uñas negras desconcertantes, es Dumas, aficionado al alcohol y casado con Marina, que fue novia de los tres. Tiene hijos y es el único con una familia “feliz” que igual no lo es tanto, aunque lucha por salir del armario dando rienda suelta a su pasión por Ufarte, el más tierno y vulnerable, magníficamente interpretado por José Luis García-Pérez, que es además quien se encarga de la dirección y encandila con su voz rasgada y sus titubeos. Se intuye que Ufarte es un artista frustrado, amargado al tener que realizar un trabajo donde soporta los desplantes y gritos de su jefe y amigo, el triunfador Manglano. Éste a su vez encarnado por Ginés García Millán en el papel más canalla de los tres, y quizá por lo mismo con una vis cómica más potente. Triunfador, machista, estereotipo de jeta trepa y arribista, que olvida la amistad cuando se trata de negocios y se ha hecho rico con una empresa creada por Dumas, a quien le robó la idea y no cesa en el intento de seducir y quitarle a Marina. El espacio escénico de Alessio Meloni, un almacén entablado con palés que me recuerda a una caja de fruta gigantesca, resuelve con eficacia y sobriedad el lugar discreto donde este laboratorio improvisado pone a prueba la lealtad entre amigos. Un Niemeyer abarrotado respaldó el trabajo con una gran ovación, mientras el “Help, ayúdame” de Tony Ronald, a espectadores de mi edad, nos devolvía al pasado.

Actualidad

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

https://www.nortes.me/wp-content/uploads/2023/03/300x486.gif