‘El nombre de todos sus ahogados’ es la primera exposición individual monográfica de Gonzalo Mon Valdés (Uviéu, 2000) comisariada por Natalia Alonso Arduengo. Graduado en Bellas Artes por la Universidad de Salamanca, en la actualidad reside en Valencia, en cuya Universidad Politécnica está realizando un máster de Producción Artística en la Universidad Politécnica de Valencia. “Ésta es una buena oportunidad para enseñar mi trabajo en casa por primera vez. He hecho exposiciones colectivas pero siempre fuera de Asturias”. Una obra creada a partir del programa de Jóvenes Creadores del Principado.
¿Qué es lo que nos vamos a encontrar en la Sala Borrón, qué nos quieres transmitir?
Lo que quiero mostrar y lo que muestro es un archivo identitario que pretende hablar de la memoria histórica LGTB y con una poética disidente de los problemas de la liberalización de la lucha LGTB y la neutralización de las fuerzas subversivas sociales. De intentar hacer un ejercicio de apropiación de los mensajes hegemónicos y crear un archivo identitario con el que sentirnos amparados. Siempre ha sido algo importante para mí el tener una conciencia de dónde se viene y poder tener herramientas para responder a equis discriminaciones y situaciones que tenemos normalizadas por falta de ejemplos históricos que nos den otra posibilidad y otra forma de agruparnos y de tener una sensibilidad hacia nuestra propia identidad.
En el dossier de tu exposición recuerdas el atentado contra el busto de García Lorca, repasas otras lecturas y hablas de las nuevas masculinidades y las masculinidades disidentes.
Más que masculinidades disidentes, disidencia de género. Abordo el lenguaje del género desde una diversidad retomándolo para subvertirlo y apropiarme de aquella masculinidad que está hilada a una violencia estructural y formas masculinas de violencia, sean institucionales o no. Se trata de poder darles otra forma, ironizar, ridiculizar o incluso apropiar para poder crear desde ahí algo que sea subversivo. Por ejemplo, en la pieza audiovisual que se proyecta lo que se hace es una comparación entre la copla Tengo miedo torero, de Augusto Algueró, que también utiliza Pedro Lemebel en su obra literaria, como algo castizo y comparar las violencias institucionales y las violencias masculinas tradicionales y darle una vuelta para repetirnos esos mensajes culturales que no iban para nosotros y poder girar la atención de toda esa caspa hacia los mensajes culturales que ocultan. Los mensajes hegemónicos, leídos en clave disidente, pueden ser herramientas sociales de primer orden y elementos subversivos.

¿Cómo a través del arte se lleva a cabo esta reivindicación?
Entiendo que desde perspectivas como la biopolítica de Foucault cualquier acción que implique la existencia de un cuerpo y la existencia de este cuerpo fuera de una norma establecida, ya es un acto político en sí. Y entiendo que cualquier forma de poder utilizar el lenguaje para poder crear nuevas realidades es una manera de cambiar la sociedad, o por lo menos de representar situaciones que de otra manera quedarían invisibilizadas. Entiendo el arte como un lenguaje y como una forma, por tanto, de poder crear realidad a partir de él.
¿Tus anteriores obras colectivas iban también en esta línea o trabajabas otra temática?
Siempre hablo de la memoria y de la huella, del fragmento, y de cómo unirlo con la reivindicación y la lucha social. Eso siempre permanece ahí.
Hablas de la memoria, ¿de dónde te viene esta inquietud?
No sé muy bien qué decirte… más allá del tópico de que conociendo el pasado no repites errores, yo entiendo el pasado como formas alternativas al mundo que vemos hoy como la norma más absoluta que nos impide tener imaginación para plantearnos otras alternativas. Veo un pasado muy rico que no se nos enseña, no se nos cuenta y que incluso se pierde. Hay alternativas asociativas o ideológicas a la situación actual que eran mucho más subversivas que la neutralización y la liberalización que tenemos hoy en día. Y entiendo que llevar esto al conocimiento de la juventud ya no es un ejercicio archivístico de recopilar datos sobre la memoria, sino que es una herramienta en sí. La memoria es una herramienta de cambio social como otra cualquiera, de crear realidades nuevas, ya no la nostalgia, como entienden otras facciones ideológicas.
Una cultura mainstream que se adueña y oculta, e incluso que cancela.
Claro, claro. El capitalismo lo que hace es apropiarse de las luchas sociales y neutralizar su poder subversivo y su radicalidad y, más que cancelación, es un olvido ideológico institucional. Hay que luchar desde la sapiencia de unas organizaciones que han hecho que nosotros estemos donde estamos y que tengamos ciertas libertades pero que, como decía Stefan Zweig, la historia es flujo y reflujo y, si no se presta atención a cada derecho y logro social, puede sernos arrebatado en cualquier momento.

¿Cómo se refleja todo esto que estamos hablando en tu obra en la Sala Borrón?
Hay varios trabajos con imágenes electrográficas, que son escaneos de la propia piel en los que se estampan textos y letras de diferentes autores, o mías propias, que intentan hacer como un registro consciente de la identidad y de aquella que yo entiendo como la identidad elegida, que se estampa sobre la piel, que es lo más evidente de nosotros, y que a veces no representa la totalidad del ser. En este sentido de la piel hay trabajos calcográficos grabados al barniz blando en los que yo estampo mi piel sobre planchas de zinc que muerdo con ácido y hacen un negativo de mi piel, como un ejercicio de archivar, de proteger cada surco de la piel como elemento identitario. En este sentido de apropiación también hay textos de Pedro Lemebel, referencias a Lorca, la pieza audiovisual que está proyectada se reapropia de un lenguaje muy castizo y lo hace disidente desde el archivo y recuperando vídeos de transformistas en los años 70 en España y de figuras del transformismo del barrio chino de Barcelona de los años 20, como Flor de Otoño…
¿Estos archivos son accesibles?
Lo están, pero tienes que saber de su existencia para poder buscarlo. Son contenidos de nicho, de gente que ya conoce que están y está bien no dejar de tenerla en mente. No es algo que solo haya llegado yo, pero que está bien protegerlo del olvido.

Cuando acabes en Valencia cuentas volver a Asturias, ¿cómo te planteas este futuro de volver, formarte, reivindicar…?
Creo que la situación es complicada para todos y hay un problema generacional y demográfico en Asturias más que evidente y más en la cultura y el arte. Y creo que hay un sustrato social muy rico y un tejido cultural muy fuerte pero desde luego no es porque se nos dé todo hecho desde las instituciones. En general hay un problema bastante enraizado. Pretendo, ya en Asturias, meterme en la red artística y cultural y que la cultura ha de reclamarse contra el silencio y el olvido ideológico.
Sí que entiendo que poder enseñar un trabajo ya es un acto político, pero entiendo que hay un problema institucional a la hora de proteger a la población LGTB en Asturias porque, si no me equivoco, no se ha llevado a cabo la Ley LGTB asturiana que se lleva prometiendo hace tiempo. Entiendo que ahí hay una desprotección de parte de la población que al final son ciudadanos de segunda y, si no se les protege desde las instituciones, hay una discriminación y una desigualdad inamovible. Desde la visibilidad que pueda tener mi exposición, que no será muy conocida, quiero demandar una justicia social desde las instituciones.
No deja de tener su coña que vas a exponer en una sala del Principado, con esa doble lectura política.
Claro, sí, de entrar en la institución con el mensaje. Tampoco se ha podido aprobar en esta legislatura la ley trans, que prometían que iba a ser innovadora, pues un tanto de lo mismo. Es un poco vergonzoso ser una de las dos únicas comunidades autónomas de toda España que no lo tengan.

Estableces también un interesante debate incluyendo en el discurso la disidencia de género, ahora que hay un debate importante con los feminismos, las nuevas masculinidades. Un cambio generacional que hay a quien descoloca. Hombres jóvenes que se plantean otras formas de ser y de estar.
Para mí la disidencia de género es una manera radical de buscar la diversidad, la pluralidad y una libertad real, palpable, de vivir sin una construcción que te está oprimiendo durante toda la vida y superpone una identidad construida sobre ti. Entiendo que sea difícil a veces entender algunas cosas, porque los mensajes tampoco son muy accesibles y también hay un problema de clase a la hora de llegar a todo el mundo. La cultura es el lenguaje que lo vertebra todo, que puede llegar a todo el mundo y cambiar la realidad.
Pero fíjate, no sé si viste la entrevista de Évole a Rodrigo Cuevas.
La vi, la vi.
Pues le acaban de amenazar.
Cuidado con darle publicidad a la ultraderecha. Entiendo la dicotomía de esto que está pasando, vamos a hablar, pero también creo que hace un flaco favor. Pero sí, Rodrigo Cuevas para mí es un referente absoluto y un orgullo. Evidencia un cambio y una reivindicación del folklore, que toda la vida hemos pensado que no era para nosotros pero al final es más radical que la mayoría de los productos culturales que tenemos ahora.