¿Por qué es necesaria una materia de educación sexual?

Los gobiernos tienen el deber de educar a la juventud al margen de las opiniones de sus progenitores sobre diferentes asuntos.

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Javier Ugarte
Javier Ugarte
Es filósofo, autor, entre otros libros, de "Placer que nunca muere: sobre la regulación del homoerotismo en Occidente" y "Competencia o cooperación".

En España, el feminismo y el colectivo LGBT+ comenzaron a colaborar, de manera informal, durante la década de 1990, lo que facilitó que el Parlamento ampliara la ley que despenalizaba el aborto y luego aprobara el matrimonio igualitario, por citar dos conquistas relevantes de las últimas décadas. Sin embargo, las recientes polémicas en el seno del feminismo en torno a la cuestión trans han debilitado a ambos movimientos abriendo la posibilidad de que futuros gobiernos conservadores recorten tanto los derechos de las mujeres como de la comunidad LGBT+. Por ello conviene encontrar nuevos elementos de unión, entre los que destaca la introducción de una materia de educación sexual, al menos en el currículo de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO: 12 a 16 años). Esta materia separa el placer de la reproducción y muestra diferentes vías de realización personal, por lo que conviene a cualquier movimiento que impugne los roles tradicionales de sexo, género y orientación del deseo. En consecuencia, tanto el movimiento feminista como el colectivo LGBT+ deberían presionar a los partidos políticos para que, en sus programas de gobierno, incluyan una asignatura de educación sexual con su propia carga horaria. A esta petición se sumarán los movimientos que se esfuerzan por reducir el influjo religioso en la sociedad española, como la ONG Europa Laica.

La pedagogía sexual encaja en el proceso de secularización que viven las sociedades europeas, además de formar parte de cualquier ética materialista, puesto que el deleite físico constituye, por antonomasia, el elemento de comparación con los demás placeres. Nuestro hecho más básico es la posesión de un cuerpo, con sus goces y penas, por lo que conocer la base carnal debería constituir un objetivo central de los programas educativos. Podemos concebir nuestra existencia como seres sin alma, pero resulta imposible planear el futuro en el caso de que nos imaginemos sin cuerpo. Así, al llegar a un lugar abarrotado habría que decir “Aquí no entra un cuerpo”, pero con frecuencia se afirma “No cabe un alma”, lo que soslaya nuestra materialidad. Lo relevante es que el comportamiento íntimo debe de ser aprendido, al igual que sucede con las demás relaciones que mantenemos con nuestros congéneres y entorno físico, puesto que somos una especie sociable que carece de instintos (como el reproductor).

“Nuestro hecho más básico es la posesión de un cuerpo, con sus goces y penas, por lo que conocer la base carnal debería constituir un objetivo central de los programas educativos”

Actualmente, los menores de edad reciben una escasa educación sexual que carece de nombre y currículo propio, por lo que se disemina entre varias materias; a menudo, la formación se reduce a un taller de tan solo dos horas en un curso de la ESO. Al margen de los talleres, en el currículo de secundaria la reproducción animal se estudia en Biología (al igual que la fecundación vegetal), mientras los compromisos de pareja se discuten en la asignatura alternativa a Religión: Valores Éticos. Además, siempre cabe la posibilidad de que esos contenidos no se impartan, dada la gran carga lectiva de las materias y la disposición de los docentes para transmitir (o no) tales complejidades. También puede suceder que el profesorado explique de manera tan aséptica estos contenidos que el alumnado concluya que su vida carece de relación con lo que se comenta en clase. La desconexión sucede, por ejemplo, cuando se describe el protocolo de uso de la píldora, que es el anticonceptivo habitual entre mujeres con pareja heterosexual y estable. Sin embargo, antes de que las adolescentes necesiten tales píldoras anticonceptivas de uso diario han de pasar varios años; en contrapartida, las chicas precisan habilidades con el uso del preservativo masculino y femenino, así como en la gestión de sus emociones.

La materia de educación sexual

La última ley orgánica de educación (LOMLOE), aprobada a finales de 2020, promueve la igualdad de género y la educación afectivo-sexual, pese a lo cual no recoge ninguna materia específica con esos contenidos. La asignatura debería impartirse en los colegios, como muy tarde en el nivel de ESO, puesto que en esos centros y etapas educativas el alumnado supera la niñez y comienza su adolescencia, además de recibir una enseñanza obligatoria hasta los 16 años. Si la pedagogía sexual se pospone al Bachillerato, entonces un gran porcentaje de alumnado no la recibirá porque ha abandonado los estudios o ya se forma profesionalmente. Por su parte, la materia les llegaría tarde a quienes cursen el bachillerato puesto que, en España, la mayor parte de la juventud mantiene relaciones íntimas cuando son menores, según el Instituto de la Juventud (INJUVE, 2019: 31-32). Ahora bien, la carencia de una específica pedagogía sexual constituye una falta importante en un país que destaca en la esfera internacional, en las últimas décadas, por su defensa de los derechos sexuales y reproductivos. Y ese vacío educativo ha de llenarse en algún momento.

Una institución tan poco sospechosa de intereses ocultos como la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) anima a formar a la juventud en sexualidad. En coherencia con esas recomendaciones, un Estado que también se encuentra en la vanguardia de los derechos sexuales y reproductivos, como Argentina, en octubre de 2006 promulgó un programa de Educación Sexual Integral de obligado cumplimiento en colegios sostenidos con fondos públicos; el objetivo del gobierno argentino apunta a la prevención del abuso infantil, a la vez que fomenta relaciones paritarias entre varones y mujeres.

Si no se imparte pedagogía sexual dentro de un programa anual entonces resulta probable que varios prejuicios lastren el disfrute del placer. Entre los tópicos habituales se encuentra la convicción de que los ancianos y las personas con diversidad funcional se encuentran incapacitados para el goce sexual. El error deriva de creer que el sexo se reduce a la penetración (lo que invisibiliza a las lesbianas) y que el coito es más aceptable cuando conlleva reproducción; tal convicción disminuye el uso de barreras contra el contagio de enfermedades de transmisión sexual, a la vez que denigra la intimidad entre varones. Identificar el placer con el coito heterosexual y la reproducción también inclinará a los adolescentes a creer que deberán prescindir del sexo cuando sean ancianos; por ello, si descubren a sus abuelos en una relación íntima, los adolescentes primero se sorprenderán y luego es probable que desaprueben su comportamiento.

Foto: Pablo Lorenzana

El conocimiento aumenta la capacidad para elegir entre secuencias de acción, como ya intuía quien escribió el libro bíblico del Génesis, al sostener que Yahvé prohibió comer el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal; Adán y Eva ignoraban que estaban desnudos hasta que mordieron ese fruto, lo que delató su transgresión. Lógicamente, los mayores oponentes a que se imparta pedagogía sexual en los colegios son quienes defienden la autoridad de la Biblia (o del Corán) como base del comportamiento, puesto que temen que la juventud se forme en un ámbito donde se desatan fuerzas ajenas a los preceptos religiosos. Tales críticos actúan convencidos de que las personas debemos someternos a imperativos más elevados que la búsqueda de satisfacciones materiales; a saber: cumplir el plan divino, según una interpretación que varía de unos creyentes a otros. Así, otros fieles podrían defender que, si dios enraiza el placer en su cuerpo es con el fin de que lo disfrutemos. En cualquier caso, tanto si los adolescentes se alejan de la religión, como si no lo hacen, los conocimientos sexuales les ayudarán a reducir el número de embarazos no deseados, así como las infecciones de transmisión sexual. Se trata de problemas difíciles de evitar en una etapa donde la experiencia vital resulta escasa, como sucede en la adolescencia. Si la ignorancia conlleva que la primera relación sexual acarree una infección, entonces será recordada con desagrado y, quizás, hasta resulte traumática.

¿Y cuál es la alternativa?

Apartar la educación sexual de las etapas obligatorias no impedirá que los jóvenes indaguen sobre el asunto, pero entorpece su formación, en especial si los progenitores no les animan a confiarles sus dudas. El silencio de muchos padres se comprende porque, quizás, ellos mismos no sepan resolver las preguntas de sus hijos, ya que la España en que nacieron –pongamos, 1970 o 1980- afortunadamente se parece poco a la actual. Al enfrentarse al problema de cómo educar a la juventud, las autoridades deben partir del hecho de que ahora cualquier usuario de un teléfono móvil (y todos los adolescentes disponen de uno) puede acceder, vía Internet, a innumerables páginas pornográficas. Esos contenidos, centrados en la penetración y el orgasmo rápido, no fueron creados para formar a nadie y menos a la juventud; así, los vídeos porno constituyen fantasías tan lejanas a la vida de la mayor parte de la población como pueden serlo las películas de suspense o la trama de los videojuegos que tanto gustan actualmente a los adolescentes. 

Por lo tanto, el dilema no consiste en decidir si los jóvenes van a ver imágenes sexuales o llegarán con ingenuidad al matrimonio, como podría ser la disyuntiva que, medio siglo atrás, se planteaban las parejas católicas, urbanas y de clase media; en ese periodo, los jóvenes visualizaban, como mucho, unas pocas fotografías y revistas eróticas, por lo general difíciles de conseguir. El dilema actual es si los adolescentes se van a educar sexualmente bajo dirección experta o buscarán información en páginas web no creadas con el fin de guiarlos en su maduración sexual y afectiva; el dilema es independiente de la religiosidad familiar o la clase social en que hayan nacido. A veces se menciona la posibilidad de crear filtros que impidan el acceso de los menores a tales contenidos aunque, por el momento, tal eventualidad resulta remota.

Los gobiernos tienen el deber de educar a la juventud al margen de las opiniones de sus progenitores sobre diferentes asuntos. En tal sentido conviene recordar que, quienes elaboraron el currículo de biología, no preguntaron a los padres sobre los contenidos que deberían impartir acerca de la evolución de las especies (que una minoría niega); por su parte, quienes organizaron el currículo de historia, no se plantearon si la exposición de algún aspecto del conflictivo siglo XX podría disgustar a los progenitores de su alumnado. El artículo 27.2 de la Constitución Española afirma que la educación debe desarrollar la personalidad y el 43.3 sostiene que los poderes públicos fomentarán la educación sanitaria; ambos epígrafes amparan la materia que aquí se defiende, al igual que hace la UNESCO. Se da la paradoja de quienes se niegan a que sus hijos reciban educación sexual probablemente hubieran aprovechado tal enseñanza, en el caso de haberla recibido durante su juventud.   

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