¿Fue la extrema derecha? ¿La mafia de la droga? ¿Quizás solo se trató de un asesinato tras una pelea en un bar? Han pasado casi 34 años desde que el fotógrafo Alfredo Nuño Rato fuese asesinado a tiros en el centro de Avilés y muchas preguntas sobre aquel crimen que conmocionó en su momento a la villa del Adelantado continúan en el aire. Todo el mundo está de acuerdo en que es muy difícil, por no decir imposible, que tras tanto tiempo puedan responderse todas las cuestiones que rodearon este asesinato. Al menos públicamente. Un asesinato que ya está prescrito y por el que sus autores nunca irán a la cárcel. Hay quienes hablan de errores en las investigaciones policiales; y también hay quienes se atreven a hablar de conspiraciones de silencio.
La víctima tenía 24 años, era fotógrafo de profesión y muy conocido por sus ideas de izquierdas. Lo que se sabe seguro es que en la noche del 7 al 8 de septiembre de 1989 había estado en las fiestas del barrio de Versalles. De allí salió para el centro de Avilés con un amigo, pero antes paró en su tienda de fotografía. No está clara la razón. Tal vez para coger dinero. Tras esta parada, se dirigieron al barrio de Sabugo donde pasó unas horas y donde, según algunos testimonios, se vio envuelto en una discusión acalorada en un bar de copas. Cuando regresó a su casa a las seis de la mañana, en el número 38 de la calle Llano Ponte, Alfredo Nuño Rato fue atacado por dos personas. Una mujer actuó como gancho pidiéndole fuego y un hombre, a continuación, le acabó dando una puñalada en el costado.
Minutos más tarde, ya solo, Alfredo salió ensangrentado del portal y se dirigió al ambulatorio que estaba muy cerca de allí para pedir ayuda. En la fachada del mismo fue tiroteado. Cinco disparos. Cinco impactos. Uno en el corazón. El que disparó sabía disparar.
“en la ciudad había dos fenómenos de violencia en aquellos años ochenta: la violencia de extrema derecha y la violencia de las mafias locales de la droga”
La investigación que tuvo lugar a continuación estuvo llena de irregularidades y ante un tipo de crimen nada habitual en Avilés, la policía encontró difícil abrir líneas de investigación. Lo que sí reconocería años más tarde en televisión Julio Alberto García Lagares, el juez decano de Avilés que en un primer momento se encargó del caso, es que en la ciudad había dos fenómenos de violencia en aquellos años ochenta: la violencia de extrema derecha y la violencia de las mafias locales de la droga.
Primera teoría: la extrema derecha
Alfredo Nuño era militante de las Juventudes Comunistas y de CCOO. Sus ideas eran conocidas. Su compromiso político también. Participaba en todo tipo de movilizaciones obreras en un Avilés, el de los ochenta, en franco declive con una reconversión siderúrgica severa que estaba azotando la forma de vida avilesina y donde el desempleo se disparaba.
Frente al compromiso social, las huelgas obreras y un ayuntamiento gobernado por la izquierda, en Avilés persistían personas nostálgicas del régimen franquista que amenazaban a las personas y organizaciones e incluso portaban pistolas. No era ningún secreto. En 1980 el PSOE, el PCA, CCOO y UGT, en un comunicado conjunto hecho público, denunciaron que los “grupos de ultraderecha” organizaban “de forma sistemática agresiones de todo tipo, como asaltos a sedes de partidos políticos y centrales, destrucción de placas de calles, amenazas telefónicas de colocación de bombas, amenazas a quioscos de periódicos y revistas, librerías, palizas a pacíficos ciudadanos con cadenas, porras y exhibición de navajas y pistolas.”

Manuel Ponga, fallecido hace unos años, alcalde de Avilés por el PSOE entre 1979 y 1988 y Delegado del Gobierno de España en Asturias de 1988 a 1996, reconocía años después en televisión que él mismo y sus hijos habían sufrido la presión de la extrema derecha lo que le había llevado a tener que cambiar de teléfono dos veces.
En este contexto, y con un Alfredo Nuño que no escondía su ideología y se declaraba admirador del Che Guevara, se barajó la posibilidad de que un grupo de extrema derecha fuese el responsable del asesinato. De esta teoría se hicieron eco los medios de comunicación locales que apuntaban hacia algunos indicios e incluso a una playa donde este supuesto grupo fascista se reunía con las armas. Sin embargo, el juez Julio García Lagares no avanzó en esta dirección. Ni en esta ni en ninguna otra porque acabó archivando provisionalmente el caso.
El escritor y periodista Manuel Vázquez Montalbán publicó en 1991, casi dos años después del asesinato, un artículo de opinión en El País donde denunciaba la inacción de la policía y el juez frente a un crimen que para él sin duda tenía tintes políticos: “cada vez que algún familiar, amigo, compañero o abogado ha denunciado a impunes grupos de extrema derecha avilesina como los responsables del asesinato, tanto policía como el juez han argüido no tener pruebas, pero las amenazas anónimas y sistemáticas a los denunciantes no se han hecho esperar.” Vázquez Montalbán iba más allá: “conectada con diferentes tráficos de cuerpos y drogas, parte de la extrema derecha avilesina se mueve a sus anchas”. Y añadía: “de algo se enteró el joven Nuño Rato o, de carácter fuerte, en algo les ofendió para que decidieran recuperar antiguos hábitos de guerra y posguerra, conscientes de que cada vez que alguien remueve el caso les basta coger el teléfono para advertir o asustar.”
“Cuando llegaron a la ciudad lo primero que hicieron fue preguntar por la ropa que llevaba Alfredo Nuño la noche en que fue asesinado, pero la ropa había desaparecido”
El caso llegó a Madrid. La madre del asesinado consiguió entrevistarse con el entonces Secretario de Estado para la Seguridad, Rafael Vera, quien mandó a Avilés a dos policías especializados en este tipo de crímenes. Cuando llegaron a la ciudad lo primero que hicieron fue preguntar por la ropa que llevaba Alfredo Nuño la noche en que fue asesinado, pero la ropa había desaparecido. Aún no se sabe la razón. Los policías que venían de la capital no consiguieron resolver el caso. Había pasado demasiado tiempo y las investigaciones iniciales no se habían realizado adecuadamente, según testimonios de la familia y amigos del fotógrafo. “No digo que la policía no quisiera, tal vez no sabían”, llegó a decir la madre sobre la policía local que no contaba de aquella con un grupo de homicidios especializado. “Fue un caso muy grande para ellos.”
Al mismo tiempo, la madre había contratado a un investigador privado que grabó a gente marginal hablando sobre este tema en los bares, en la noche de Avilés. Grabaciones donde se cuentan cosas, rumores, nombres, pero que no servían como pruebas en un juicio. Sin embargo, la propia madre de Alfredo denunció que, debido a sus investigaciones, había recibido amenazas verbales. Incluso le llegaron a meter una bala en el buzón.
Segunda teoría: la mafia local de la droga
Vázquez Montalbán mencionaba posibles conexiones entre las mafias locales y la extrema derecha. En el documental “El crimen de Alfredo Nuño” realizado por la TPA hace unos años no se desecha esta posibilidad. En el contexto de Avilés de aquellos años existían vasos comunicantes entre distintos sectores de la marginalidad y el crimen. Las mafias locales de la droga existían, no son una leyenda urbana. El propio juez que llevó el caso lo reconocía en el documental: “había una delincuencia organizada donde hasta algunos bares pagaban para no tener problemas en sus negocios, decían que para protegerlos. Había una banda muy conocida para sacar dinero.” Al más puro estilo mafioso.

Dentro de esta teoría, hay dos versiones. La primera: que los asesinos eran unos sicarios de un narcotraficante con el que el fotógrafo tenía deudas. La segunda y más repetida habla de que Alfredo Nuño Rato tenía una fotografía donde aparecía un policía y cuatro personas más durante una compraventa de drogas. La fotografía nunca ha aparecido. Nunca se ha confirmado que existiese. Los rumores de Avilés aún la mencionan al salir el tema, pero son solo eso, rumores. Rumores que llegaron a salir en la prensa de Madrid.
Lo que sí es cierto es que el 10 de junio de 1993, casi cuatro años después del asesinato, el caso dio un giro a favor de esta teoría. Al menos en parte. Apareció una mujer que decía haber participado en el crimen del fotógrafo. Su nombre era Milagros Gavela. Conocida como La Cuca, y tal vez con una cierta discapacidad intelectual según algunos testimonios que la conocieron, la mujer se autoinculpó y reconoció que se encontraba en el portal cuando se cometió el apuñalamiento. Incriminó además a tres personas cuyos alias eran el Chiqui, la Mona y Pacho. También a un conocido empresario avilesino que, según esta mujer, había instigado el asesinato. La prensa de la época recogió sus acusaciones: “les pagaron por el crimen, pero no todo, para que guardaran silencio”. Según La Cuca, ella y otra persona estaban dentro del portal; y otra más en las inmediaciones del ambulatorio. Un cuarto individuo estaba esperando en un coche. Sus declaraciones estaban llenas de contradicciones, con situaciones descritas que resultaban imposibles a la vista de los hechos, pero al mismo tiempo era capaz de describir algunos detalles que solo la policía conocía. Los cuatro finalmente fueron detenidos. El empresario quedó fuera de la investigación.
“un amigo del fotógrafo había asegurado a los investigadores del crimen que el Chiqui había amenazado con matar a Nuño Rato con la siguiente frase: ‘Rojo de mierda. Se dónde vives y voy a por ti'”
Además de las declaraciones de La Cuca, había un testigo que aseguraba haber visto al Chiqui intentando vender la pistola con la que supuestamente había matado a Nuño Rato; y varias personas afirmaron haber presenciado cómo exhibía aquella pistola jactándose del crimen. Incluso una mujer llevó ante la policía unas cartas donde se le amenazaba con represalias si contaba lo que sabía del crimen. Por no hablar de que un amigo del fotógrafo había asegurado a los investigadores del crimen que el Chiqui había amenazado con matar a Nuño Rato con la siguiente frase: “Rojo de mierda. Se dónde vives y voy a por ti.”
Con todo esto, el entonces fiscal jefe de Asturias, Rafael Valero Oltra, entendió que había pruebas suficientes para llevar el caso ante la Audiencia Provincial de Oviedo. La Cuca y los otros tres detenidos fueron llevados a juicio.
Tercera teoría: la pelea en un bar
Pocas horas antes de que Alfredo Nuño fuese asesinado, el fotógrafo tuvo una discusión en un bar de Sabugo. El crimen habría sido el resultado de esa pelea, según esta teoría que se desembaraza de la extrema derecha y de la mafia local de la droga para explicar el asesinato. Un detonante que, por otra parte, no resulta excluyente para las otras explicaciones de los hechos.
Quienes conocieron a Alfredo lo describen como una persona reservada, intelectualmente inquieta y estudiosa; pero, además, como un hombre corpulento, con una personalidad descrita en ocasiones como “temperamental” y en otras como “visceral”, que se rebelaba contra las injusticias y frente al problema de la droga y la prostitución. De hecho, personas cercanas a él le habían recomendado tener cuidado al frecuentar determinados ambientes y expresar sus ideas sobre los mismos.
“Los testigos se desdecían, entraban en contradicciones o decían no recordar nada a pesar de lo que habían declarado anteriormente en comisaría. ¿Qué había pasado para que prácticamente todos cambiaran sus declaraciones? “
Esta pelea en el bar podría ser la explicación más simple e inapelable del crimen si no se tuviera en cuenta, además de otras cuestiones sostenidas en las anteriores teorías, lo extraño del comportamiento de los testigos durante el juicio. De repente, las personas que habían testificado contra estas cuatro personas ante la policía, empezaron a cambiar su versión de los hechos. Incluso el amigo de Alfredo Nuño. El caso no se sostenía. Los testigos se desdecían, entraban en contradicciones o decían no recordar nada a pesar de lo que habían declarado anteriormente en comisaría. ¿Qué había pasado para que prácticamente todos cambiaran sus declaraciones? Además de esta circunstancia sospechosa, el arma nunca se encontró, por lo que las supuestas amenazas no pudieron probar por sí solas que los que se sentaban en el banquillo fueran los autores del crimen. Los cuatro procesados fueron absueltos.
Nadie más fue imputado de nuevo. La Cuca, el Chiqui, la Mona y Pacho quedaron en libertad. El juicio determinó que no habían cometido ningún crimen. Los recursos judiciales no dieron resultados. Tampoco se conoce que la policía siguiera investigando otras opciones. Durante algunos años la madre de Nuño Rato siguió peleando por seguir con el caso, ante los tribunales y en la prensa. Nada pasó. Al contrario. La prensa local llegó a publicar que Sonia Rato había tenido que abandonar su domicilio debido a que, según ella, uno de los absueltos la provocaba en su propia calle. Es el colofón de un caso no resuelto donde los autores del crimen, quienesquiera que fueran, consiguieron salirse con la suya. Cabría una cuarta teoría. “El pobre tal vez estaba en el lugar menos adecuado en el momento menos oportuno”, dice una persona que siguió durante años el caso por la prensa y que “ni por asomo” quiere que su nombre se escriba en este artículo. Es el viejo recurso del ser humano cuando no encuentra explicaciones a los hechos: acudir a la divinidad, al destino o a la fatalidad.
No cuesta imaginar que si un caso como este hubiese ocurrido recientemente, podría haber acabado en las garras de algún guionista de miniseries dentro del catálogo de Netflix. Tiene todos los ingredientes e interrogantes para atrapar al público con un interés que, a pesar del tiempo transcurrido, sí le ha permitido permanecer en las garras del periodismo y la rumorología. Los titulares pueden hacer olvidar el drama de una madre que luchó para que se conociera la verdad y se hiciera justicia con los responsables del asesinato de su hijo de 24 años, y no pudo conseguirlo a pesar de todos sus esfuerzos. Han pasado más de tres décadas y los culpables no han ido a la cárcel. Nunca lo harán. Con ello, un sentimiento que puede ser descrito con las palabras de Vázquez Montalbán en aquel artículo de 1991: “Si van ustedes a Avilés y preguntan por el caso Nuño Rato, encontrarán dos respuestas: el silencio o la indignación. El silencio de los que temen saber más de la cuenta y la indignación de quienes tiene que tragarse la evidencia como un viejo sapo.”