«Las relaciones no son como concluyen, son lo que te ha quedado de ellas»

Marta Jiménez Serrano nos habla de su último libro "No todo el mundo", de amores y desamores y la apuesta por el realismo agridulce.

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Xuan García Vijande
Xuan García Vijande
Comunicador, barman, músico. Redactor musical en Cuarto y mitad.

Él espera frente a la puerta de la cafetería Titanic en la que tantos cafés se había tomado a la salida de la Universidad. El tiempo respetaba y la lluvia había cesado para dar cierta tregua a los transeúntes aparaguados. “Chubascos intermitentes” habían dicho en el espacio metereológico del telediario. La vio llegar de lejos, haciéndose cada vez más grande a su paso por la calle Emilio Alarcos Llorach.

“Siempre os reconozco por el libro”. Era Marta Jiménez Serrano, que había llegado hacía unas horas a Oviedo para presentar su último libro No todo el mundo (Sexto Piso, 2023) en el Club de las Letras Salvajes, el club de lectura que desde hace unos años puebla La Salvaje una vez al mes y que ya agrupa a casi medio centenar de personas. El día antes había estado en Xixón, presentándolo en el Toma 3. Esa extraña relación entre hostelería y lectura. “Me parecen fundamentales los gin tonics en la vida”, había respondido la autora a una pregunta del público.

Lo que sigue es la transcripción de una conversación mantenida en la librería-cafetería Fuentes en Asturias, editada por razones de extensión y calidad.

Marta Jiménez Serrano en el Milán. | Foto: Alisa Guerrero

Lo primero que me llama la atención son los narradores de los distintos relatos. ¿De dónde salen todas esas voces?

Me interesaba mucho jugar con eso porque precisamente al ser un libro de relatos tenía esa oportunidad y me apetecía aprovecharla. Pienso mucho en quién tiene más sentido que cuente cada historia, desde qué perspectiva ganaría la historia. En cada caso me hago estas preguntas y en función de la respuesta elijo un narrador en tercera, a veces un personaje en primera. Depende de lo que crea que va a mejorar el conflicto que voy a contar.

En el primer relato, el de Elo y Elo, no me quedaba claro quién estaba narrando. ¿Es alguien dentro de la historia?

Es un narrador en tercera con algún juego metaficcional y con alusiones a los lectores. En realidad sí tiene ese efecto de parecer que lo está viendo, pero no es que sea un personaje.

Me han dicho que el libro es como estar sentado en una cafetería, viendo al resto de parejas y extrayendo conclusiones. Es ese efecto, el de un testigo que está ahí, muy cerca, mirando lo que pasa.

Me gusta mucho cuando la voz narradora asume la primera persona en Cuando yo la conocí. Una voz en primera de un personaje-narrador que además es un hombre. Me interesa esa elección.

Me parece natural. Es parte de lo que hacemos los escritores. Me resulta muy fácil ponerme en la piel de un hombre o de una mujer de 63 años, que tampoco tiene nada que ver conmigo. La historia tenía más sentido contada por él, porque además la historia son mucho sus propios devaneos al margen de lo que Noelia dice o deja de decir. Me parecía interesante tener solo una de las versiones.

El que protagoniza la mujer de 63 años me parece uno de los relatos más interesantes. Ella se siente como una adolescente mientras la familia está infantilizándola. ¿Te resultó fácil escribir este personaje?

No, me resultó muy difícil. De hecho, cuando pensaba en la vivencia del amor en esa edad pensaba en lo poco que las mujeres de esa edad comparten su intimidad. Y, pensando esto, me decía que no sabía cómo contarlo, hasta que me di cuenta de que el obstáculo era el tema: “Las mujeres de esa edad comparten poco su intimidad. Voy a hablar de eso”. Así surgió el relato.

Seguimos con los paralelismos. El libro es un juego de pimpón en el que vamos constantemente de un personaje a otro, de exterior a interior o del presente al pasado. Parece un ejercicio técnico consciente.

Claro que está buscado de manera consciente. Ese es el juego. Me interesa mucho la comunicación humana y en el tema de las relaciones de pareja, muchas veces es todo una cuestión de cómo dos perspectivas confluyen o dejan de confluir. Muchas veces dos personas rompen, te lo cuentan y te están contando historias distintas.

Me interesaba mucho ese juego de perspectivas. Romperlo cuando hiciera falta romperlo y fomentarlo cuando hiciera falta fomentarlo.

Marta Jiménez Serrano en el Milán. | Foto: Alisa Guerrero

Me resultaba imposible no pensar en películas como Annie Hall y, en general, en Woody Allen y Nora Ephron. De hecho, ambos aparecen mencionados en el libro. ¿Estuvieron presentes en la escritura del libro las comedias románticas y estos dos autores?

Son dos autores que me interesan porque hacen trascender la comedia romántica. Annie Hall no es una comedia romántica bobalicona, es agridulce, con profundidad y reflexión existencial, y en la que, de hecho, los personajes no acaban juntos. Me interesaba esa visión realista y agridulce.

El género de la comedia romántica está muy bien, pero se ha maltratado, se ha hecho naíf, predecible. Cuando se le da profundidad tiene muchas posibilidades muy ricas.

En Annie Hall concretamente no es solo que los personajes no acaben juntos, es que te lo dicen nada más empieza la película. Los relatos de tu libro también empiezan diciéndote muchas veces lo que va a pasar.

El final es lo de menos muchas veces en estos relatos. Son más importantes los procesos y las dinámicas, y quería quitarle la importancia se le da al final de “si acaban bien está bien y si acaban mal está mal”. Las relaciones no son como concluyen, son lo que te ha quedado de ellas y lo que has aprendido en ellas. Me interesaba poner el acento al proceso. Y la mejor forma de quitar importancia a cómo termina la historia es diciéndolo, desvelándolo y quitándole la intriga a esa parte.

Tienes esta cita de Jorge Drexler.

“Amar la trama más que el desenlace”, tal cual.

Antes hablabas del lenguaje. Uno de los capítulos más disruptivos del libro es Horny Asian Teen. Una historia cruda que da ganas hasta de apartar la vista. Me interesa la preparación y cómo fue escribirlo.

A mí me gusta enterarme de lo que pasa en la vida, me gusta escuchar cómo habla la gente, y he escuchado muchas veces conversaciones entre jóvenes en un parque, en el tren o en cualquier lado. Por otro lado, hay algo interesante cuando lo pones negro sobre blanco. Evidentemente, no eres la primera persona que me dice que le impacta y, sin embargo, pasa todo el rato. No creo que esté retratando a unos adolescentes especialmente chungos.

Mientras lo escribía tuve la sensación de estar tocando algo verdadero, pero no algo tan-tan chungo. Esto pasa en todos los ambientes, en todos los coles y con todos los chavales.

Marta Jiménez Serrano en el Milán. | Foto: Alisa Guerrero

En verdad, una de las cosas que más me gusta es que ningún personaje es totalmente bueno o totalmente malo. A excepción de la mujer de 63 años, que es ejemplar, todos tienen algún momento de actuar pobremente.

Eso me interesaba muchísimo. En esa visión realista y agridulce de las cosas. Tendemos a contar las relaciones y contárnoslas en términos de quién fue el malo y quién lo hizo bien o de decir “bueno, yo hice esto pero lo que hizo él fue peor”. ¿Peor que qué? ¿en base a qué? ¿con qué baremos? Quería mostrar a personajes complejos. A veces los personajes buenos la cagan y los malos lo hacen bien, porque esto pasa.

Reflejas algunas relaciones que son como no-lugares, espacios de transición de un lugar a otro, y otras que perduran, que dejan rastro, una idea con la que juegas mucho en el libro. ¿Por qué te resulta interesante este tema?

Creo que es bastante novedoso. Antes la gente no tenía exparejas. El divorcio fue ilegal hasta antes de ayer. El cómo lidiamos con las exparejas, cómo colocarlas y cerrarlas por un lado pero entender que algo dejan por otro, es un sentimiento muy nuevo con el que estamos aprendiendo a relacionarnos todavía.

Otros elementos transversales del libro son el cebiche y el pisco sour, ¿por qué?

No me había dado cuenta. Será porque me gustan mucho. También porque intentas ponerle a los personajes algún rasgo identitario más allá de la cerveza. En la primera lectura del borrador que hice pensé “dios mío, todo el mundo está bebiendo cerveza todo el rato”. El cebiche me gusta mucho, es una de esas cosas que se cuelan.

En la búsqueda de rasgos identitarios están los nombres propios. ¿Habías pensado mucho el papel de los nombres en los relatos?

Sí, lo pensé. En Marcelo y Eloisa es evidente. Parece una tontería pero también hay que pensar que no se repitan. Y no es lo mismo una mujer mayor que se llama Dolores que una china que se llama Carmen. Los nombres son representativos de los personajes y además dan mucho juego en las relaciones, con el papel de los apodos. En el de Pupila se habla de cómo la llaman los amigos de él y cómo lo llaman los amigos de ella.

Y llegas al último relato, Una ciudad moderna, donde no hay nombres. La cosa va más allá de los nombres de personas, porque tampoco tiene nombre la ciudad.

En el último relato obtienen el nombre al final. Lo que intento contar ahí es ese periodo de latencia en el que todo puede ocurrir. Puede ocurrir igual que nos casemos o que mañana no nos escribamos y nos dejemos de ver. En ese periodo no tienen nombre y lo ganan cuando la cosa ya es.

Marta Jiménez Serrano en el Milán. | Foto: Alisa Guerrero

Has hablado en alguna ocasión sobre esa idea antigua de la relación entre la identidad y el nombre y cómo la primera viene con el segundo. En ese juego de identidades tienes un relato en el que él podría hacer lo que fuera, ser operario de cámara, camarero… ¿En qué piensas cuando construyes la identidad de un personaje?

En todo. En su clase social, en sus manías, en sus hobbies, en su trabajo o sus ocupaciones… Pienso mucho en ellos físicamente, los describa o no. Los construyo mucho a través del lenguaje. Cuando sé cómo habla un personaje, ya sé cómo es.

Y además entras muchísimo en los pequeñísimos detalles del día a día de los personajes.

Para mí ha sido como poner una lupa sobre la intimidad y ver qué me devolvía. El recurso del detalle lo utilizo mucho, me parece eficaz y en los relatos es especialmente rentable. El relato requiere de una gran capacidad de síntesis y cuando un detalle simboliza algo, el relato gana.

Hay un relato que, en parte, transcurre en la pandemia. En este debate del mundo cultural se discute mucho si reflejar ese periodo o hacer como si nunca hubiera ocurrido. Tú lo metes como algo casual, “de repente cerró todo”.

A mí no me interesaba nada hablar de la pandemia, pero hemos estado tres años viviendo con ello de fondo en mayor o menor grado. Ha marcado muchísimas cosas de la vida de la gente y algo que pasó fue que la vida se puso en pause. Aunque muchas parejas rompieron, otras se posibilitaron precisamente porque era un momento en el que podías vivir en una burbuja. No tenemos que hablar de si te presento a mi abuela o nos vamos de viaje, porque no podemos hacer nada de eso. Esa burbuja me interesaba mucho, porque las parejas también tienen que funcionar en sociedad.

Durante el Covid ocurrió algo que fue el ensanchamiento del espacio digital o telemático. Ocurre mucho en el libro, parejas que empiezan a hablar por WhatsApp, donde todo es posible y eso tiene que trascender al mundo físico. ¿El algo identificativo de nuestra generación?

Hasta cierto punto. Juan Ramón Jiménez estuvo años carteándose con una señorita de la que aparentemente estaba enamorado y que resultó ser dos chavales peruanos. Nos creemos muy novedosos, pero no lo somos tanto. La tecnología es un reflejo de lo que somos y posibilita cosas que antes no se podían, porque ahora puedes hablar en directo y la carta llegaba más en llegar, pero en esencia yo creo que es lo mismo de siempre.

He querido meter la tecnología como algo natural en el libro porque es el modo en el que nos relacionamos hoy, igual que en las novelas del XIX hay cartas y en las del XX hay telegramas. No me ha interesado especialmente explotar eso, ni tengo personajes adictos al Tinder, ni relaciones a distancia que vivan fundamentalmente de Skype.

Tengo la sensación de que cuando una persona nacida después de 1979 utiliza en un libro las palabras WhatsApp o Instagram la prensa se vuelca en denominarlo literatura millennial.

De hecho, me ocurre algo gracioso. Al hilo de este libro me hablan mucho de la relación de las redes sociales y los jóvenes. ¿Cómo que “los jóvenes”? Dolores Castillo tiene Facebook. La gente de 60 años tiene Facebook en la vida real. Hacemos una asociación un poco naíf, pero no. Mis suegros tienen WhatsApp.

También nos encanta echarle la culpa de las cosas a los jóvenes. “Los jóvenes no leen y están siempre pegados al móvil”, ¿y tú qué haces? ¿Estás leyendo a Proust por las tardes? Son asociaciones intuitivas, pero las redes sociales ya son de todos.

Otro tema que tratas es la relación con las drogas. Lo metes de forma muy casual, no son personajes drogadictos pero que consumen droga de forma naturalizada.

Me interesaba no tratarlo con hipocresía. Ya te decía antes que me interesaba la intimidad de la gente, y los usos recreativos de las drogas es algo que ocurre en la intimidad. No se habla de ello en una comida de trabajo o una cena familiar, pero ocurre, muchísima gente se droga de vez en cuando y me parecía absurdo que no estuviera en ningún relato.

Es otra de esas cosas que cuando mencionas están muy connotadas y yo he intentado quedarme en un suave término medio en el que las drogas están mencionadas pero tampoco son muy duras. También hay gente que fuma. Si en todo el libro nadie fumara sería raro, o si no tomaran una copa de vino. Si el relato era realista tenía que aparecer de vez en cuando.

Cuéntame, ¿cuál es la banda sonora de No todo el mundo?

Hay muchas, muchas están mencionadas. Jorge Drexler, Leonard Cohen, Xoel López también podría ser, Nacho Vegas… Cualquiera de estos artistas podría darle la banda sonora. Podemos hacer una lista de Spotify.

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