“Estoy cansada de poner el cuerpo”. Con esta contundente frase nos despertábamos hace días en las RRSS. Eran las palabras de Rocío Saíz, artista y activista que acaba de sufrir un desagradable y significativo incidente en el Orgullo LGTBQ de Murcia.
A Rocío la conocimos en el mundo de la música primero con la banda Las Chillers, después con el dúo Monterrosa junto a Esnórquel y ahora por sus trabajos en solitario; además de otros trabajos en televisión, cine, eventos varios e incansable activismo en general. Las Chillers eran una banda de nostalgia verbenera en la que versionaban grandes éxitos de la música española y también componían alguna canción propia. Durante estos covers cañí a golpe de batería y bajo siempre había un momento en el que Rocío se quitaba la camiseta y continuaba cantando con el torso desnudo. Un torso leído como femenino, unas tetas al aire. Y 10 años después, sigue haciéndolo. Esta imagen es todo un emblema ya de la lucha feminista, de la visibilidad lésbica, de la visibilidad de los cuerpos y de la lucha en general.
Pues bien, el pasado sábado 24 de junio la artista estaba programada en los conciertos del Orgullo LGTBQ+ de Murcia y cuando llegó este tan esperado momento un inspector de policía dio la orden de parar el concierto. Citando varias leyes referidas al escándalo público, exhibicionismo, niños… bla,bla,bla; este señor exigía que la cantante se cubriese para poder continuar con su show. En ese momento, para intentar el diálogo supongo y que la cosa no se pusiera más fea, una persona de la organización cubre los pechos de la cantante con la bandera multicolor. Esta escena no sé si calificarla de simbólica, gore o lorquiana. “Mi bandera no se utiliza para censurar nada” dice Rocío en una reciente entrevista para El País sobre estos hechos. Pocos días después hemos podido leer en las redes que la Policía de Murcia ha abierto un expediente al agente protagonista de este ¿abuso de poder? y que no hay delito. Esperemos que realmente este señor tenga consecuencias relevantes tras sus actos y que esto no sea simplemente un titular para apagar el fuego en Twitter.
En abril de 2019, mucho ha llovido ya (o no, que tenemos mucha sequía), yo me encontraba dirigiendo y coordinando para el ayuntamiento de Oviedo la tercera edición del Muyeres Fest. Un festival feminista en el que había mesas redondas, espectáculos de danza y teatro, presentaciones de libros y conciertos. Este trabajo había surgido tras todo el esfuerzo de mi compañera Jara Cosculluela y yo bajo el nombre de Meriendas Cuer y hospedadas en el local Paraíso (un garaje húmedo pero precioso) en el que de manera autogestionada habíamos estado haciendo una programación de escénicas y feminismos y Queer. Aquellos fueron unos años de liberación de la derecha más rancia en Uviéu ya que el poder se había repartido en un tripartito y nos habían pedido que algo de lo que hacíamos en aquel garaje saliera a las calles de Uviéu.
Pensé que con este simple gesto demostrábamos que algo habíamos conseguido, que estábamos construyendo un mundo mejor para todes
Vuelvo al mes de abril de 2019, necesitaba resumir un poco el contexto, que si no las cosas no se entienden. Como colofón de esta tercera edición del festival, habíamos ideado un vermú popular y dominguero en la Plaza del Paraguas. Mi compañera de batallas ese año, Leticia Baselgas, invitó al grupo de música asturiana 6 Riales y yo me encargué de programar a Las Chillers. En pleno apogeo del concierto, y recuerdo perfectamente ese momento, Rocío me miró desde el minúsculo escenario que le habíamos montado y me dijo: “Manu, ¿puedo? a lo que yo, con mi mejor sonrisa le contesté “por supuesto”. Y llegó el famoso momento, pechos fuera. Ese día no pasó nada, que perfectamente podría haber pasado y tampoco me imagino cómo habría podido gestionarlo. Pero precisamente por eso, a mí se me humedecieron los ojos. Pensé que con este simple gesto demostrábamos que algo habíamos conseguido, que estábamos construyendo un mundo mejor para todes. Cuatro años después me doy cuenta que no, o que si en ese momento lo habíamos conseguido, ahora hemos retrocedido.

Fue a partir de esa vivencia cuando empecé a dar vueltas e investigar algo que acabaría siendo, gracias al empuje de mi amiga Marta Azparren, una ponencia en el Maricorners de 2021 titulada
“Yo quiero bailar… Identidad hortera como herramienta política”. En ella citaba por supuesto a Rocío Saíz, pero también a Brigitte Vasallo con “que lo petardo no nos quite lo político” y a muchas más. En esta conferencia performática proponía que todas aquellas fiestas calificadas de horteras, es decir, donde sonaba música verbenera española como Sonia y Selena, Azúcar Moreno, Rocío Jurado, etc podían ser una gran herramienta de lucha política. Hacía una demostración empírica tras observar y leer cómo se mueven los cuerpos al escuchar diferentes músicas. Si estás en una fiesta en la calle en la que hay música electrónica lo habitual es ver cómo todo el mundo se mueve más o menos igual, ocupando una sola baldosa del suelo y el mayor aspaviento que podemos ver son unos brazos arriba. Ahora bien amigas, si suena por ejemplo “Duro de pelar” de Rebeca, la cosa cambia. Los cuerpos se revuelven, existen coreografías universales, aparecen spagats, el booty se agita y la mayoría gritan las canciones hasta que duela el cora. Y si estas dos escenas se observan desde fuera, la fiesta ordenada y la hortera, ¿cuál va a ser más molesta para una mente retrógrada? Y además de esta visibilidad y ocupación de las calles también hay otro factor. Cuando tu lugar está en la que monta la fiesta, ya sea cantando o pinchando, si decides poner a Chenoa pero no a Bisbal algo estás diciendo y si decides quitarte la camiseta y cantar al amor entre mujeres, pues también.
En el debate posterior con el público me encontré con bastantes personas identificadas y se comentaba que cuando luchas cubierta de purpurina no se te toma en serio, incluso en espacios autogestionados, de izquierdas, etc. Y creo que esto es algo clave en todo este asunto. Nuestras identidades siempre están presentes y nuestro aspecto físico también. Me pregunto si esto mismo que le pasó a Rocío Saíz en Murcia le pasaría a Rigoberta Bandini en uno de sus conciertos en los que también muestra los pechos a favor de la maternidad (¿heterosexual?). La pregunta ahí la dejo, que aunque ahora viva en Barcelona mi mundo no es muy cercano al imaginario de la cantante catalana.
Volviendo a los hechos que nos atañen, nos enterábamos de todo en las redes por las propias palabras de Rocío Saíz. Decía “NO PUEDO MÁS. NO QUIERO MÁS. Ya no me divierto. Ya no quiero poner más el cuerpo. Que lo pongan otras. Que luchen otras.” Y con razón. Poner el cuerpo cansa. Poner el cuerpo agota. Y cuando además poner el cuerpo va unido a tu sustento económico más todavía. Poner el cuerpo puede dar mucha hambre.
Esto es una muestra de los tiempos duros que se nos vienen enciman y por eso, ahora más que nunca, cuando una compañera o compañere pone el cuerpo por delante tenemos que arroparla y cuidarla. Y cuando alguien se cansa de poner el cuerpo, debemos coger el relevo. Como decía aquella canción de Las Chillers: “Siempre juntas” (que si he citado a varias compañeras en este texto, por algo es).