Una revuelta lingüística

En Alicante aprendí catalán y aprendí gallego, y me acerqué a mi cultura a través de esas otras dos culturas a las que amo.

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Respiro. Pienso. Hablo o escribo en algo parecido a una lengua. Se parece al asturiano pero no lo es, porque no crecí con él y aún me siento incómoda hablándolo o escribiéndolo. Porque me dicen que mi lengua tiene que ser el castellano.

No miento si digo que aprendí a amar el asturiano y a toda mi cultura cuando aprendí a amar otras, como el gallego o el catalán. Viviendo en Alicante, la rabia me subía por la espalda cuando a mis compañeras se las discriminaba, cuando no cosas peores, por hablar una lengua que era suya, una que habían mamado, estaba ahí cuando nacieron y crecieron con ella. Otras la aprendieron por el camino, pero aún así no dejaba de ser una parte de ellas. Como el asturiano es una parte de mí, aunque me dé vergüenza hablarlo y escribirlo, porque me han condenado a vivir en una lengua colonizadora. Matizo: no odio el castellano, me parece que es una lengua rica y maravillosa, que hablo con orgullo, sin embargo me hubiera gustado que no fuera impuesta.

En Alicante aprendí catalán y aprendí gallego, me acerqué a mi cultura a través de esas otras dos culturas a las que amo, no solo por lo que son sino también por enseñarme que yo tenía una propia a la que proteger, cuidar, mimar, querer, hacer mía. Para mí, vivir en Alicante no solo fue una experiencia en la que conocí a mi familia elegida y una experiencia vital importante que me hizo ser quien soy ahora, también fue el camino por el que llegué a Asturies.

Llegar a Asturies. ¿Estoy en Asturies? Cuando se emigra nunca se vuelve del todo al lugar de origen, sobre todo cuando se han creado lazos fuertes en el lugar que se ha dejado atrás para volver a la tierra de una. He sido, soy y seré siempre una diáspora. Estoy hecha de jirones. Y eso no me hace menos asturiana, si no más. Aunque tenga que volver a cruzar el Negrón, porque al final hay que vivir de algo y en esta tierra parece que solo importa el turismo masivo, esta vez iré con la cabeza bien alta. Soy asturiana. Digo pota, picar, chiscar, prestar.

En mi cabeza hay toda una revuelta lingüística y cultural que empezó el primer día que escuché hablar catalán. Ahí me dí cuenta de que yo había disociado mi lengua, convirtiéndola en un dialecto del castellano. Es cierto que he vuelto con expresiones y tiempos verbales que aquí ni existen, y que tras más de 6 años no se me quitan, pero eso también forma parte de mí. No quiero renegar de aquello que me hizo ser más asturiana que nunca.

Tampoco voy a olvidar nunca que mi primera pandereta fue gallega y con ella aprendí los primeros toques asturianos; porque obsesionarme con la música gallega me metió de lleno en el mundo cultural asturiano: música y literatura, sobre todo.

En resumen, doy gracias a mis experiencias fuera de mi país, que me hicieron darme cuenta cuánto lo amaba y lo necesitaba. Y gracias a mi país por dejarme seguir soñando que puede ser un lugar donde vivir dignamente.

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