Desde Matadero a Magariños y desde Magariños al acto electoral que ha tenido lugar este sábado en Cimavilla, en el discurso de Sumar, en su puesta en escena, en los protagonistas, ha habido cambios cualitativos. Esta mutación en el tono, en las palabras que arman la campaña electoral parecen haber encontrado, por fin, a su electorado, algo que no había sucedido hasta el inefable debate. El motor de Sumar arrancaba en Gijón con las Pussy Riot. Mensaje feminista, pero mensaje meanstream. El proyecto de Yolanda Díaz ha incrementado sus revoluciones desde que se celebró el cara a cara del pasado lunes entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. Lo comprobamos esta semana, cuando Díaz sacó del armario a un narcotraficante posando junto al, entonces, presidente de Galicia, en un yate. Foto archiconocida que, aunque ha sido objeto de innumerables memes, no había sido utilizada por ningún otro candidato hasta entonces. Ni siquiera por el Presidente del Gobierno.
El discurso de Yolanda Díaz suena a rock and roll, suena a Pussy Riot, suena a I don´t care, but I Love It, con una intensidad de cuya falta adolecía en Magariños, tal y como expresamos entonces en NORTES. El relato de la Ministra de Trabajo no ha abandonado su tono conciliador, armado sobre su talento y conocimiento de la gestión de un ministerio que ha modificado sustancialmente el modelo laboral español, orientándolo hacia el horizonte del pleno empleo, pero sí se ha vuelto más duro, más corrosivo, más contundente y efectivo. Díaz se presenta como la gallega que conoce perfectamente al gallego Núñez Feijóo, el hombre que aspira a ser presidente del gobierno. Rescatar la foto del narcotraficante remite directamente a otro concepto que Pedro Sánchez, el hombre que llamó indecente a Rajoy hace cuatro años, omitió el lunes: la corrupción del PP. Quien aspira a gobernar el país, nos dice la imagen, nos dice Díaz, no se atrevió a decir Sánchez, veraneaba con un delincuente.

Los politólogos de la izquierda han estado preguntándose este último mes qué discursos deberían comunicar los candidatos del gobierno para repeler los ataques de la derecha y la ultraderecha, qué lemas activar para movilizar el voto de la izquierda sin polarizar a la reacción. Lo cierto es que no basta con evitar los ataques a través de una defensa hormigonada de la gestión del gobierno. El cara a cara puso de manifiesto que el BOE sólo puntúa hasta que se activa una campaña electoral. Del mismo modo, el miedo ha demostrado ser un factor pasional inocuo en esta ocasión para movilizar al electorado progresista, al tiempo que reactivaba al de la derecha, más envalentonada. En cambio, la foto del narco añade un componente más a los elementos que integran la frase mágica que podrá empujar a los votantes de izquierdas a que expresen sus pasiones en la urna el próximo 23 de julio desde la legitimidad política. Se llama rencor de clase. Se llama odio. Algo de eso hay en el relato de Sumar desde que el narcotraficante salió del armario.

El discurso electoral de Díaz también ha adquirido una vocación más generalista. En Magariños, Sumar no sólo se había pegado un tiro en el pie, presentando la candidatura de la Ministra sin el respaldo de Podemos. En Magariños, parecía también estar ausente el hombre heterosexual blanco de 40 años. Hoy, Sánchez y Díaz se acercan a él de maneras muy distintas. Sánchez, de un modo errático, reconciliándose con ellos enmendando la ley del sí es sí como una ley con taras y corregida, y Díaz diluyéndolos a todos en otra categoría más fuerte y flexible: la clase trabajadora. La gramática de la ministra ha permitido incorporar al segmento de trabajadores de mediana edad mediante nuevas reformas laborales: reducción de la jornada laboral, nueva subida del SMI, inclusión de la cobertura bucodental en la cartera de servicios de la sanidad pública. La gallega admite una visión integradora de los trabajadores, conectando sus derechos con los derechos del movimiento LGTBI+, con las políticas medioambientales que reclaman las personas más concienciadas con la lucha contra el cambio climático o, incluso, aquellas otras que se consideran parte activa del antifascismo, arremetiendo contra la España de Feijóo y la España de VOX.

Otro aspecto no menos importante volvió a comprobarse en el mitin de Gijón. Yolanda Díaz se dirigió también a los indecisos. Rara vez un candidato de izquierdas que no fuera del PSOE ha buscado votos en los indecisos. En estas elecciones, hay 1,2 millones de indecisos, de los cuales, el 30% se harán solubles en las siglas de alguno de los cuatro partidos principales, tres días antes de las elecciones. Sumar busca también en ese caladero de votos, sin renunciar a sus ideas, lo que indica que el proyecto de Sumar llega, a una semana de los comicios, con una propuesta con vocación de gobierno, permanencia y dirigido a una nueva mayoría que espera sentirse representada en sus palabras.

Finalmente, el mitin de Cimavilla se prestó a ofrecer una insólita imagen de unidad. Tras Yolanda Díaz, Sira Rego, Diego Ruiz de la Peña, Antona Luengo y Rafa Cofiño, se sentaban juntos Covadonga Tomé y Ovidio Zapico y, tras ellos, Rafa Palacios y Ana Taboada. El próximo 21 de julio debería traducirse en un voto de Podemos a la investidura de Barbón. A dos días de las elecciones generales nadie entendería que los partidos de Sumar expresaran un divorcio en la Junta del Principado que, a buen seguro, les acompañaría durante el resto de la legislatura. Sería un triste tiro en el pie de la izquierda asturiana.