Era julio y la caló apretaba cuando la plataforma cívica “La Malatería no se tira” llegó a la parcela de la calle Gil de Blas, donde aún resiste el edificio que de un siglo de antigüedad que este variopinto grupo de vecinos y vecinas quieren conservar. Ahí dispusieron sillas, mesas y juegos —incluida una rana—. Tras meses de acciones puramente reivindicativas y reuniones semanales, decidieron abrirse más al pueblo.
Casi dos centenares de personas se agruparon en las inmediaciones del antiguo hospicio para reivindicar con hechos la viabilidad del inmueble. Acudieron a la llamada de “La Malatería no se tira”, una iniciativa transversal que quiso convocar una jornada de esparcimiento para adultos y niños.

Con globos y guirnaldas dieron color a un barrio que reclama más instalaciones públicas. Las actividades fueron inauguradas por Ezequiel Echaniz, uno de los participantes de la plataforma, que agradeció la presencia y participación e introdujo la razón fundamental del evento: reivindicar la conservación de La Malatería, un edificio levantado en 1929 que sustituyó al antiguo hospital de leprosos del sur de la ciudad.
Después, el cuentacuentos David Acera narró para “la xente menudo” tres de sus cuentos con los que los niños y niñas tomaron el protagonismo. Aunque, como reconoció el propio Acera, “los cuentos son para todo el mundo”. Fue una actividad de comunidad, intergeneracional e intercultural. En un contexto narrativo propio para los más jóvenes se inscribían referencias más maduras como La Bola de Cristal, un programa enseñaba a “desobedecer”, pero no por capricho, sino “con razones”.

Tras meses de estudio del edificio, de su trayectoria y sus características arquitectónicas e historicoartísticas, varios profesionales se ofrecieron para realizar visitas guiadas al edificio, disponibles solo para el público adulto. Varios grupos que sumaron un centenar de visitantes recorrieron el que fuera establecimiento residencial para la tercera edad.
La impresión fue unánime: sorpresa por el buen estado del interior del inmueble e incomprensión ante los proyectos de demolición y la falta de protección por parte de las instituciones El arquitecto Ignacio del Páramo, el historiador Diego Díaz o la historiadora del arte Flor Tejo, fueron los encargados de guiar a los interesados temporal, espacial y conceptualmente.

Mientras los adultos pululaban La Malatería, los niños y las familias jugaban bajo la dinamización del artista Ánxel Nava y gracias a la aportación solidaria del Llar La Llegra, quienes pusieron a disposición de la organización varios juegos infantiles.
Niños y niñas pergeñaron obras pictóricas que ilustraban los cuentos escuchados y otras ideas. El resultado cuelga ahora de las ventanas de la fachada frontal, junto a una exposición de láminas en la que se puede ver la historia del edificio a lo largo de las décadas.

Como gratitud y de forma simbólica, en representación de la hospitalidad que durante más de 800 años se profesó en esa misma parcela, “La Malatería no se tira” compartió con los asistentes una merendola comunitaria.

Después de más de dos horas, el público había desalojado los terrenos y la organización había recogido los materiales empleados. Varios miembros de la plataforma se sintieron muy satisfechos al haber superado las expectativas en una jornada en la que la lluvia no cumplió con su amenaza. La sensación, en definitiva, es de éxito.