Bienvenido Míster Canga llegó a Asturias como un salvador, arropado con entusiasmo por el PP, el poder económico y la prensa, y parece que podría irse exactamente igual que Míster Marshall en la mítica película de Berlanga: sin poner pie en tierra. En solo unos días, como si de globos sonda se tratase, Diego Canga apareció como posible senador por designación de la Xunta Xeneral, elección que finalmente fue para José Manuel Rodríguez “Lito”, y como candidato a un cargo en la Unión Europea auspiciado por la dirección nacional del PP. Por lo visto con el de portavoz del PP en la Xunta Xeneral no le basta, ya sea por la pérdida de ingresos, porque como funcionario en la UE más que triplicaba su sueldo en el Parlamento autonómico, o por la frustración de verse condenado a la bancada de la oposición. Los asturianos no merecemos, por lo que se ve, un jefe de la oposición a tiempo completo.
El gatillazo de Canga ha sido espectacular. Llegaba con dos misiones: pacificar y unir al PP asturiano y alcanzar la presidencia del Principado, por este orden. Fracasó en ambas. Adrián Barbón continúa en el palacio presidencial y el PP asturiano sigue siendo una jaula de grillos, ahora con muchos dirigentes del partido sacando los cuchillos contra el propio Canga. La victoria en Asturias el 23-J, propiciada por la ola nacional conservadora, no compensa esos reveses.
En el inicio de esta comedia berlanguiana, cuando el partido se puso a su disposición, en una organización tan jerárquica y caudillista como el PP, Canga presumía de haber limado asperezas y unido a viejos enemigos irreconciliables en la misma singladura hacia la presidencia. Pero en realidad no hizo otra cosa que agravar la marejada interna. Humilló a la vieja guardia arremetiendo contra “los vividores de la política”, defenestró a Teresa Mallada y se enfrentó a muchos veteranos, pesos pesados o personas influyentes en el partido, como Luis Fernández-Vega o Ramón García Cañal. En el partido lo tienen por un ególatra y un narcisista insoportable, se ganó muchos enemigos y su soledad es casi absoluta.
Ahora que la cuestión territorial vuelve a ocupar el eje sobre el que gira la política española y que en Asturias se ha iniciado una cierta revisión del proceso autonómico cuarenta años después, rechina que el PP siga siendo una sucursal en Asturias. No es que le falte un relato propio sobre Asturias y una mínima autonomía con respecto a la dirección nacional, es que también adolece de democracia interna. Sus cargos, sus dirigentes y sus candidatos electorales son puestos a dedo desde Madrid. Su último congreso fue en 2017 y la dirección sigue diciendo que no corresponde convocarlo porque los asuntos nacionales tienen total preferencia y son por lo visto incompatibles con los autonómicos. Lo resumió perfectamente hace unos días el alcalde de Oviedo, Alfredo Canteli: “Hay que llegar a Madrid a pedir cosas y ponerse de rodillas ahí delante, si hace falta”.
La derecha de Asturias sigue pensando que esto es una provincia y que hay que ir a hacer carrera a Madrid
Canteli ocupa con Canga la cúpula del poder en el PP de Asturias, una insólita doble C al mando. Aunque Canga tramitó su afiliación recientemente, que dos independientes controlen el partido es una singularidad que evidencia que la confianza de Madrid en sus dirigentes y militantes asturianos es nula, además de alentar frustraciones, envidias y tensiones internas.
La derecha de Asturias sigue pensando que esto es una provincia y que hay que ir a hacer carrera a Madrid. La política y las demás. Sigue aferrada a lo que David Guardado en “Nunca vencida” llama, con acierto y brillantez, la cultura de la renuncia, que también es complejo de inferioridad: Asturias debe renunciar a si misma en favor de una entidad mayor, que es España.

Con esta mentalidad, que como demuestra Guardado parte del siglo XIX, abordó Asturias la autonomía y sigue bien vigente en la derecha asturiana hegemónica, que es la del PP. Cuando se debatía el estatuto la entonces Alianza Popular, a través de su diputado Juan Luis de la Vallina, defendió hasta el final la pervivencia de la Diputación franquista. Nada parece haber cambiado desde aquellos tiempos, aunque el secretario general del PP asturiano, Álvaro Queipo, se declara asturianista. Pero no ejerce de tal, no vaya a tener problemas internos, como cuando intervino en la Xunta Xeneral en la fala del Occidente y lo llamó al orden Mercedes Fernández, “Cherines”, entonces portavoz.
Es cierto que no lo tiene fácil en Asturias, territorio comanche para los conservadores y feudo socialista, pero a los populares asturianos bien les vendría empezar a practicar la democracia interna porque, además de ser mandato constitucional, limitaría las camarillas, los enredos y el cainismo interno ya histórico en la derecha asturiana, una distorsión favorecida por la dedocracia y el caudillismo. Y, descartando por utópica una conversión a corto plazo al asturianismo, para lo que hay antecedentes en la derecha asturiana de principios del siglo XX y un referente bien próximo en el PP galleguista, al menos podrían experimentar con una lectura diferente sobre Asturias y una cierta autonomía de Madrid. El precedente de Francisco Álvarez-Cascos, que llegó al gobierno asturiano con un programa reformista y referencias a Jovellanos, Melquiades Álvarez y Manuel Llaneza, debería darles alguna pista sobre las fórmulas de éxito político y el acceso al poder.
Algo tendrán que cambiar, porque hasta ahora, buscando soluciones y salvadores siempre más allá del Payares, en Madrid o en Bruselas, no dan una a derechas.