Sánchez, Mignard y las alas de Cupido

Del tiempo, la política y el amor.

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Víctor Guillot
Víctor Guillot
Víctor Guillot es periodista y adjunto a la dirección de Nortes. Ha trabajado en La Nueva España, Asturias 24, El Pueblo de Albacete y migijon.

El día que Pierre Mignard dio la última pincelada a su último lienzo, comprendió que la decrepitud o el hastío o cualquiera de sus sucedáneos habían abierto la corola del resentimiento en una tarde fría de París. Cronos cortando las alas de Cupido no era su mejor pintura, (ahí están la cúpula de la Iglesia de Val de Grace o Perseo y Andrómeda) quizá porque había sido fruto del desasosiego, la torpeza física derivada de la vejez y la desidia o esa sensación de haber llegado hasta ahí, a los 82 años, desvelado por la ortodoxia que lo había vomitado hasta los últimos días de su vida como el caudal de un rio turbio hacia el descreimiento. Esa es la mirada que trasluce Cronos mientras corta las alas a Cupido, cierta condescendencia que sólo atempera una amarga, ni siquiera cruel, amputación. Mignard, amigo de Descartes y Moliere, desconocía entonces o no llegó a comprender nunca que hay algo que no se apresa jamás: el amor. Como diría Goethe un siglo más tarde “el deseo es un poco de tiempo en estado puro”. Ciertamente, ese instante germinal es el único espacio de tiempo donde Cupido logra desplegar al máximo sus alas, aunque no emprenda el vuelo nunca. Cronos ignora que a Cupido no le hace falta volar: sólo saberse capaz del vuelo.

A Felipe González y a Alfonso Guerra les sucede lo mismo que a Mignard y a Cronos. Más invadidos por la nostalgia que por la voluntad de transformar el presente, están intentando cortarle las alas a Pedro Sánchez, El Guapo, al que tampoco le hace falta volar, tan sólo saberse capaz del vuelo. Ya hemos defendido aquí que la nostalgia es un sentimiento paralizante que marchita el entusiasmo que reverbera en cualquier cambio presente. El deseo, como el amor, siempre tienen vocación de futuro, porque cuando miran hacia el pasado, se comportan como un veneno: la melancolía. El amor, el deseo, conforman un tiempo presentísimo, palpitante y acelerado. Lo demás, es algo tan mundano como querer perder el tiempo.

Pedro Sánchez en Gijón. Foto: David Aguilar Sánchez

Cronos ha sido, en la mitología griega, el dios del tiempo lineal. La gravedad del tiempo, para el Saturno romano, es tan lapidaria como la que vivimos ahora los españoles desde la Santa Transición. Lo observamos claramente cuando Alfonso Guerra afirma como un Quevedo destronado que la ley de amnistía que se aprobará este año será una derogación de la CE y la democracia. Sin embargo, no todo el tiempo ni tampoco la democracia están bajo el control de Cronos. Junto a él se asienta en el palacio de los mitos otro dios del tiempo llamado Kairós que representa otra mirada del presente, vestido con los ropajes de la oportunidad. La amnistía política es hoy ese otro dios, elevado con sus pies alados en el aire y capaz de irrumpir en el debate político español y europeo para cerrar las heridas del 1 de octubre que han ido necrosando a lo largo de todo este tiempo la convivencia en Cataluña. Cupido, El Guapo o como quieran llamarle, se ha aferrado a los pelos de Kairós, a la distensión primero y a una amnistía después, en definitiva, a la oportunidad siempre, logrando escapar de las manos de Cronos. Al Guapo no hay dios que le haya conseguido cortar las alas de momento. A nosotros, tampoco. Kairós está de nuestra parte y anuncia un nuevo ciclo político.

Mignard, que se había convertido en el pintor de la corte de Luis XIV, el Rey Sol, no alcanzó a ver a Cronos cortando las alas de Cupido en el Museo del Louvre. Desgraciadamente, quienes viajan en el barco de la nostalgia, acaban convertidos en perpetuos pasajeros de sí mismos, prisioneros extraviados en un tiempo pasado que solo permanece en su recuerdo. Alguien o algo les ha cortado las alas. Quizá se las cortaron ellos mismos, pero ese detalle sutil lo han olvidado. Ya hemos defendido aquí la vieja idea orteguiana que define la democracia. La política siempre anuncia un porvenir. Quien dice la política, un suponer, a lo mejor sólo está hablando del amor y del deseo.

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