Lenguas en el congreso: cesión, renuncia, aprendizaje y kitsch

Los diputados de Vox arrojaron el pinganillo con gesto de rey cristiano reconquistando Granada o de Guzmán el Bueno arrojando el puñal.

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Enrique Del Teso
Enrique Del Teso
Es filólogo y profesor de la Universidad de Oviedo/Uviéu. Su último libro es "La propaganda de ultraderecha y cómo tratar con ella" (Trea, 2022).

El martes 19 era el día en que se podría intervenir en el Congreso en cualquiera de las lenguas oficiales de España. Era inevitable que fuera un buen día para la política y un mal día para el buen gusto. Umberto Eco había dicho que la esencia del mal gusto era que las palabras o las formas te anticipen la reacción que debes tener ahorrándote cualquier esfuerzo para alcanzar esa reacción que tú ya sabías que tenías que tener. Ya te doy yo bien masticado que el cielo es etéreo, el aire es límpido y que en el rumor de los árboles palpitaban historias bellas y lejanas, y tú sientes nostalgia, como ya te había anticipado que tenías que sentir. El topicazo revenido es la chicha del mal gusto expresivo. Era de esperar que cada uno llegara al martes 19 con su arsenal expresivo de baratillo para el asunto de las lenguas. La España plural, la España plurinacional, la España real, la España respetuosa de la diversidad, la riqueza de las lenguas de España …, no hubo cliché de yerno aseado en domingo por la tarde que faltara el martes y días siguientes en declaraciones y editoriales de centroizquierda. Los fachas siempre van dos pasos por delante en el asunto del kitsch. En mal gusto son imbatibles. Esa dignidad con que arrojaban el pinganillo al escaño del presidente, con gesto como de rey cristiano reconquistando Granada o de Guzmán el Bueno arrojando el puñal para el sacrificio de su hijo; ese desgarro levantisco por la afrenta a la lengua común; ese dolor de España de tanto que la quieren; toda la escena fue un cuadro de una cutrez insuperable, inalcanzable para los melindres socialdemócratas. Y el PP andaba patizambo. La idea de Feijoo con su investidura era sembrar simpatía en la periferia para recoger frutos en próximas elecciones. Pero no se puede cabalgar en el PP sin Cayetana, sin Ayuso y sin Txapote y había que hacer el numerito de Guzmán el Bueno. Encima a Borja Sémper le da por hablar en euskera para que la lengua vasca no sea propiedad de los terroristas, como los progres que ponen pulseras rojigualdas para resignificar la bandera. Todo previsible. No hubo piezas políticas de altura (como sí hubo en su día en el debate del estatut catalán en el Congreso).

Antonio Garamendi y Gerardo Cuerva, presidentes de la CEOE y CEPYME respectivamente, durante los encuentros de Núñez Feijoo previos a su investidura fallida.

El asunto de las lenguas vino al hilo de los pactos que intenta el equipo de Sánchez para gobernar. Se suele pensar que pactar es un arte de artistas como Rubalcaba o Bolaños, el arte de buscar el punto que conviene a todos y en el que ceden todos y en el que nadie se queda con todo el botín. Pero yo esto lo veo como la parte de fontanería fina. Lo trascendente del pacto es la parte que afecta a la sala de máquinas de los partidos y al caldo gordo de la sociedad. Una parte importante del arte de pactar es administrar las cesiones y las renuncias. Ceder es aceptar algo que no se quiere para alcanzar un acuerdo. Renunciar es pasar a querer lo que antes no se quería, acomodarse. El PSOE pactó muchas veces con partidos conservadores, con bancos y empresarios y con la Iglesia. Muchas veces frustró a la izquierda porque sus cesiones dejaban de serlo y el PSOE renunciaba y se acomodaba una y otra vez. El mantenimiento del Concordato, por ejemplo, es una cesión para no enfrentarse a la Iglesia. Como cesión es discutible. Siempre nos podemos preguntar por qué se pueden enfrentar a sindicatos y trabajadores y no a la Iglesia. Pero el PSOE cede y luego dice que es que el Concordato es bueno, de manera muy insistente en tiempos de Zapatero. Es lo que tendió a hacer el PSOE, renunciar a su ideario a medida que acordaba cosas, hasta parecerle radicales sus propias ideas. En esta legislatura Podemos administró bien la cesión sin renuncia. En política económica y en política exterior muchas veces hizo lo que tenía que hacer siendo minoría: ceder, para sostener al Gobierno, pero no cambiar de idea ni de propuestas. Lo que no administró bien fue la cesión a secas. No se entiende que después de cuatro años sigan la ley mordaza y la cadena perpetua sin tocar.

Y a veces en las negociaciones y pactos sucede algo virtuoso: que se aprende. En la determinación de qué es renuncia viciosa y qué es aprendizaje virtuoso todo es ideología. A mí me parece que en las tensiones y acuerdos de las jugadoras de fútbol con el staff machirulo hubo aprendizaje y la sociedad es un poco mejor. Otros dirán que fueron renuncias, claudicaciones ante el falso feminismo y la corrección política. A mí me parece renuncia que gobernantes de izquierdas se enreden con la Iglesia en misas y tradiciones. Otros dirán que lo hacen porque aprendieron. Cuestión de ideologías. Y lo de las lenguas también. Es evidente que ahora se pueden hablar las lenguas oficiales en el Congreso porque se intenta pactar una investidura. Los que apoyaron la medida dicen que no cedieron, que lo apoyan porque es una buena medida. Pero eso no lo dijeron siempre, cambiaron de idea. O estamos ante una renuncia ante los independentistas o ante un aprendizaje en el curso de un pacto con los nacionalistas. Los que realmente queremos que las lenguas que no son el español sigan vivas y resonantes tendemos a pensar lo segundo.

Solemos asociar las lenguas con la comunicación. Pero en el trato legal de las lenguas, la comunicación no es lo que está en juego. No hay comunidades que estén aisladas por la lengua que hablan. Las comunidades aisladas lo están por otros motivos, no el lingüístico. Donde se habla una lengua de pocos hablantes que nadie conoce más que ellos, como el islandés, la población siempre habla otra lengua o lenguas. La oficialidad del asturiano, por ejemplo, ni mejoraría la comunicación entre los asturianos ni la empeoraría con el exterior. La legislación sobre las lenguas tiene que ver con la percepción que se tenga de ellas como patrimonio y como derecho, no con las necesidades de comunicación, que nunca están en juego. En el caso que nos ocupa intervienen además ciertos simbolismos. Pensemos en la Eurocámara. Se hablan 24 lenguas, con un ingenioso sistema de traducción. Cualquier ciudadano europeo debe poder ser eurodiputado, hable o no más lenguas que la materna, dice la norma. Pero hay otro efecto. Una Eurocámara solo en inglés no suena a Europa. No olvidemos nuestro pertinaz cerebro simbólico. Si no suena a Europa, no simboliza bien a Europa. Draghi acaba de alertar de que Europa o es un monstruo unido o, como club de países pequeños a granel, se disolverá en las mareas internacionales. EEUU ya no es nuestra defensa. El misterioso sabotaje de Nord-Stream fue un acto de guerra contra Alemania y todo apunta a responsabilidades directas o indirectas (vía Ucrania) del amigo americano. Rusia ya no es parte de la dieta energética barata de Europa. Y China, de ser un comprador compulsivo a quien exportar sin límite, pasa a ser un competidor hostil. Draghi advierte. Sin embargo, en Europa crecen los ultras antieuropeístas. Los símbolos afectan contundentemente a las conductas y por eso, si tomamos en serio a Draghi, la Eurocámara debe sonar a Europa y simbolizar a Europa. A otra escala este asunto de símbolos lo tenemos en España, que tan mala suerte tiene con los símbolos. Pasado el barullo lingüístico del arranque, a una parte no pequeña de la España periférica el Parlamento le sonará más a España que antes y sentirá sus acentos propios más españoles que antes. Y a la España interior le sonará menos ajena una parte no pequeña de la España periférica. La medida no disgrega, parece unir de la manera más eficaz: simbolizando. La comunicación no es la cuestión. Ni el sueldo de los intérpretes, qué chorrada. Los parlamentarios bilingües irán regulando el uso de una u otra lengua según el efecto que busquen. Incluso Vox dejará de hacer el canelo y abandonar y volver al hemiciclo cuando se hable alguna de esas lenguas que tanto odian. No están acostumbrados a esforzarse tanto.

Una aclaración terminológica. La España periférica es tan esencial como la central. Lo nuclear de las cosas está en el centro, pero la forma está en la periferia. Creo que de eso es de lo que presume en su cabecera este periódico.

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