Hay algo que el PP y las Cámaras de Comercio asturianas, en sus respectivas críticas a Guillermo Peláez, consejero de Hacienda del Principado de Asturias, no han entendido todavía: cuanto más expuesta esté la sociedad, más débil sea el Estado y más fe injustificada se ponga en el mercado, mayor será la probabilidad de un retroceso político. Eso es lo que está sucediendo en Madrid, una ciudad hostil en muchos aspectos, fruto de la creciente desigualdad que hay entre quienes más tienen y los que menos.
Félix Baragaño, el presidente de la Cámara de Comercio de Gijón, afirmó este miércoles que “los empresarios no quieren estar mejor ni peor que nadie, pero para poder desarrollar su actividad normal tienen que tener unas condiciones similares a las de las comunidades autónomas de nuestro entorno”. El presidente de la Cámara de Comercio de Oviedo, Carlos Paniceres, defendió “la inteligencia fiscal frente a la ideología fiscal”, y la armonización fiscal , a la baja”, para evitar que las empresas pierdan competitividad y que “muchas familias se vayan a vivir fuera de Asturias”. Baragaño y Paniceres siguen la senda de Luis Fernández-Vega y su discreto encanto. La derecha y la burguesía se apuntan al dumping fiscal. Las sociedades son complejas y albergan intereses conflictivos. Negar las diferencias de clase, riqueza o influencia que es, en definitiva, lo que subyace en las declaraciones de los dos presidentes de las cámaras de comercio, no es más que favorecer unos intereses por encima de otros.

Las economías tienen historia. Hubo una época en la que se llegó a defender que reducir los impuestos era también de izquierdas. La gran crisis financiera de 2008 provocó un socavón en los Estados del que todavía nos estamos resintiendo y del que aprendimos una lección: la austeridad no era el camino. El capitalismo financiero reventó tras la caída, primero de Lehman Brothers y después de la aseguradora más importante de los EEUU, AIG. La receta americana de Samuel Paulson, Secretario del Tesoro del gobierno de George W. Bush, y de Edward Bernanke, entonces Presidente de la Reserva Federal, fue intervenir la economía. El gran director Curtis Hanson rodó un par de años después la mejor película del crack de la época: So big to fall, posiblemente la mejor crónica de aquellos días que hicieron temblar a todas las economías del mundo y cuya honda derribó también la nuestra.
George Orwell, en su Homenaje a Cataluña, llegó a percibir que “lo que atrae a las personas corrientes al socialismo y hace que estén dispuestas a arriesgar la vida por él es la ‘mística’ del socialismo, la idea de igualdad”. El mundo ha cambiado demasiado como para decir que esa mística sigue flotando en el ambiente, pero la idea continua reverberando en el presente y, particularmente, en la socialdemocracia española. Si cerramos el foco, reconoceremos esa mística en la batalla “casi personal” que mantienen Adrián Barbón y Guillermo Peláez en su defensa del impuesto de patrimonio y sucesiones. Ciertamente, Asturias no se puede convertir en una región que ignore la desigualdad porque en su seno está la semilla de multitud de patologías sociales. Fue Tony Judt quien advirtió que “las sociedades con desigualdades grotescas también son inestables, generan divisiones internas y, más pronto que tarde, luchas intestinas, cuyo desenlace no suele ser democrático”.

Ningún modelo es realmente democrático si no tiene un sistema tributario racional y progresivo que garantice los suficientes recursos para que nadie se quede tirado en el camino. La magnífica defensa del valor de nuestros impuestos que el Consejero de Hacienda expresó durante su comparecencia en la comisión parlamentaria de la semana pasada nos hablan de la riqueza de nuestra comunidad autónoma: su sistema educativo, sanitario y social. Es verdad, quienes afirman que unos tipos muy progresivos de tributación o redistribución económica destruyen la riqueza, tienen razón. Efectivamente, esa política limita SU riqueza, la riqueza individual, en beneficio de una mayoría social. Si redistribuir la riqueza, entre otros impuestos con uno al patrimonio y otro a las sucesiones, tiene el efecto a largo plazo de mejorar la salud de un país y el acceso a servicios que hasta el momento estaban reservados a una minoría, ¿acaso no progresará socialmente ese país? ¿acaso los presidentes de las cámaras de comercio y los medios de comunicación que les siguen prefieren una clase trabajadora desasistida? Su indolencia a veces se confunde con su hipocresía.
El keynesianismo del siglo XXI ha puesto de manifiesto su eficacia en la intervención selectiva del Estado junto a la adopción de una actividad fiscal que le permita dinamizar la economía. No hay estado del bienestar sin una política fiscal progresiva. El impuesto de patrimonio y el impuesto de sucesiones afecta a las grandes élites económicas y sólo a ellas. Día tras día, Barbón no se cansa de recordar en sus redes sociales cuando se formula la siguiente pregunta: “¿conocéis en Asturias a muchos jóvenes de 30 años que al morir su padre herede bienes y dinero por valor de 800.000 euros?