Es el largo silencio de José Luis Rodríguez Zapatero, un disciplinado silencio, habría que añadir, después de haber participado en una intensa campaña electoral. Zapatero fue el único ex Secretario General del PSOE que tuvo la valentía de apoyar a su líder, Pedro Sánchez. Es el silencio sobre la amnistía pero también es el silencio que no tardará en romperse. En la ciencia política, se reconocen diferentes tipos de silencio y el de Zapatero es de los más expresivos y que más expectación está generando entre los periodistas. En realidad, se remonta al año 2005, el año en el que los catalanes compusieron una nueva partitura para su autonomía, consagrando en el preámbulo de su estatuto la nación catalana. Desde entonces, Catalunya ha sido un espacio de conflicto que sólo se ha podido gestionar a través del marco de distensión iniciado por Sánchez tras su aterrizaje en el gobierno, hace cinco años ya, y el trabajo de Miquel Iceta y Salvador Illa desde el PSC.
Pero no todos han mantenido ese mismo y respetuoso silencio. La vieja guardia, Felipe González y Alfonso Guerra, hablaron hace tres semanas y lo hicieron con una beligerancia feroz desde el Ateneo de Madrid contra la amnistía que permitirá a su Secretario General revalidar el cargo de Presidente del Gobierno durante otra legislatura más. Fueron palabras gruesas, subrayadas y puestas con negrita que ocuparon titulares en las principales cabeceras de este país. Su ruido también tiene un origen perfectamente fechado y ha sido sostenido en el tiempo. Aquí van algunos ejemplos que pueden ofrecer al lector un contexto más definido y exacto de lo que se está jugando el PSOE estos últimos días. Quizá, el PSOE de 2023 se parezca bastante al PSOE de 2005, el PSOE de José Luís Rodríguez Zapatero.
El 13 de junio de 2005, el presidente de la Comisión Constitucional del Congreso, don Alfonso Guerra, se manifestaba contrario a que Cataluña se definiera como “nación” en el preámbulo de su nuevo Estatuto, cuya contenido, José Luis Rodríguez se comprometió a respetar ante Maragall, en la primera campaña electoral que serviría de preludio a su primer mandato. Pero Guerra, por el que siempre ha corrido sangre jacobina, no lo veía “tan así”. “La cuestión nominal no es fundamental,-decía- pero tal vez la palabra nación, de futuro, pudiera tener alguna complicación no deseable“, afirmaba entonces el ex-vicepresidente socialista del Gobierno de Felipe González, todavía comedido en las palabras que utilizaría para referirse al borrador del Estatut.

El 5 de febrero de 2006, Guerra inauguraba formalmente las sesiones de los grupos de trabajo de la Comisión Constitucional del Congreso y el 7 de abril se expresaba con más sorna, incluso mofa, y desbordantemente ufano de haberse “cepillado el Estatut catalán como un carpintero”. Tanto el proyecto de Estatut aprobado por el Parlament como el plan Ibarretxe habían sido, según decía Guerra entonces, un “calentón” de los nacionalistas. El texto final publicado en la página web del Congreso introducía todas las novedades incluidas a petición suya escritas en negrita: “Te pones a mirar así y negrita, negrita, negrita…”, se burlaba entonces.
Finalmente, el 8 de julio de ese mismo año, el ex-vicesecratario el PSOE advertía que el borrador que se había aprobado en las Cortes catalanas tenía “pocas posibilidades de progresar” en el Congreso de los Diputados. El ex vicepresidente del Gobierno defendía entonces que el texto fragmentaba la soberanía popular del Estado durante un curso en San Lorenzo de El Escorial.
Todos sabemos que el Estatut triunfó en el Congreso y en el referendum catalán de 2006 y que fracasó en el Tribunal Constitucional después de haber sido recurrido por el PP que había votado en contra del mismo en las Cortes Generales. De los 223 artículos del Estatut, 114 fueron recurridos. En la mesa del Tribunal, por ocho votos contra dos, se declaró inconstitucionales 14 artículos y se sometió a la interpretación del tribunal otros 27 (por seis votos contra cuatro). Además el Tribunal estimó que carecían de eficacia jurídica las referencias que se hacían en el preámbulo del Estatuto a “Cataluña como nación” y a la “realidad nacional de Cataluña”. Curiosamente, los estatutos de Andalucía y Valencia, que proseguían la segunda ola autonomista por la misma senda que había inaugurado el estatuto de Catalunya un par de años antes se han mantenido vivos hasta hoy. Lo que vino después es de sobra conocido por todos: fue el agravio que avivó la hoguera secesionista de ERC y Convergencia, la desconexión, el 1 de Octubre, la declaración de independencia, la aplicación del artículo 155 y la actual distensión hasta la amnistía de la que pende la investidura de Pedro Sánchez.
Hace una semana advertíamos del silencio de José Luis Rodríguez Zapatero y hoy lo volvemos a destacar. Hubo un detalle interesante y nada baladí en la última campaña electoral. Mientras Zapatero se recorría toda Andalucía, Pedro Sánchez no se acercaba a la ribera del Guadalquivir ni siquiera a beber agua. Mientras el primero recorría la mayoría del provincias andaluzas, Sánchez concentraba todo su esfuerzo en las cuatro catalanas donde se jugaba, realmente, su continuidad política.

Hay quien cree que 30 años de televisión conservadora y una estructura clientelar sirvieron para entregar Andalucía al Partido Popular. Son los mismos que opinan que el PSOE no volverá a ganar unas elecciones en el Sur hasta que pasen otros 30 años. En Andalucía ha sedimentado una corriente de pensamiento tradicionalista y conservadora alimentada por el PSOE de Chaves , Griñán y Susana Díaz que ha calado en el permafrost de la política andaluza. No es casual que la edición andaluza del ABC es la mas rentable del grupo Vocento. De manera que la vía catalana para que el PSOE pueda gobernar se concentra, casi exclusivamente, en Cataluña, donde el PSC de Miquel Iceta y de Salvador Illa lograron robarle 200.000 votos independentistas a ERC y Junts en las últimas elecciones generales.
Mientras el equipo de constitucionalistas de Pedro Sánchez y Salvador Illa preparan la amnistía catalana, el PSC se va convirtiendo en un partido determinante para que el PSOE gane elecciones. La preponderancia del PSC genera malestar en el resto del socialismo español, afirman algunos expresidentes de comunidades autónomas a los que se ha consultado desde NORTES. El mantra que unos y otros repiten es el mismo, siempre. “Cuando al PSC le va bien, el PSOE pierde elecciones. Siempre ha sido así desde que Maragall fue President y Zapatero prometiera el estatuto de autonomía que reconocía a Catalunya como nación” afirman aunque después la realidad de 2023 los desmienta.
La soberanía del PSC genera serias fricciones entre los dirigentes del PSOE y, sobre todo, en aquellos que tienen una visión más patrimonialista de sus siglas. Las palabras de Guerra y de González sólo emiten en la honda hertziana en la que se comunican los cuadros políticos de las diferentes federaciones pero es Pedro Sánchez, a través de Oscar Puente, quien afirma que el PSOE es de sus militantes desde la tribuna del congreso, humillando a Feijóo, como sólo un concejal puede hacerlo: “de ganador a ganador”. En cualquier caso, unos y otros lo hacen en un contexto de enorme tensión, con el perverso perfume de un gobierno ilegítimo que turbia el ambiente, algunos obispos tomando posiciones políticas contra la amnistía y anunciándose un manifiesto de altos mandos militares desde los medios de la ultraderecha. En ese paisaje, es posible que esta semana José Luis Rodríguez Zapatero rompa su silencio y hable. El hombre que abrió las puertas a un estatuto catalán, tiene mucho que decir sobre la amnistía y aquellos que la atacan. No faltarán negritas.