No hubo ninguna mención a la amnistía. Pero sí hubo mención al futuro, a la generosidad entre partidos, a una dosis importante de fe en la negociación y, sobre todo, a la voluntad pétrea de iniciar un nuevo capítulo en la democracia española que alimenta, cada día más, la expectación. Pedro Sánchez habló con temple, bastante sereno y seguro de sí mismo, con la determinación que frecuentemente expresa cuando se pronuncia desde el atrio de la sala de prensa de La Moncloa. El Rey le ha encomendado la tarea de ser investido Presidente este martes, aunque el PNV le haya dicho a Felipe VI que sus votos no están por ahora garantizados, aunque Bildu, ERC y Junts no hayan comparecido, aunque Yolanda Díaz haya declarado esta semana que está muy lejos todavía de firmar un nuevo acuerdo de gobierno. Es en ese contexto en el que Sánchez y su equipo de negociadores tendrán que desplegar todo su “oficio político”, luminosa expresión con la que Salvador Illa, secretario del PSC, interpelaba a Junts y ERC y resumía la tradición y el rigor negociador de los nacionalistas vascos durante un desayuno celebrado por El correo vasco este lunes.
Sánchez sabe que será protagonista de una legislatura difícil y áspera, laberíntica y vertiginosa, en la que habrá amnistía pero no se reconocerá el derecho a la autodeterminación, donde no se abordará una investidura sino toda una legislatura que, además, no tendrá garantizada en ningún momento cuatro años de estabilidad. Cada ley aprobada en el Congreso será una subida a la cumbre del Everest sin oxígeno, entre riscos y simas que pueden dar al traste con el Presidente. Para ese largo viaje, harán falta muchos sherpas que carguen con todo el peso del gobierno en sus mochilas. Será la legislatura en la que no podrá darse nada por sentado y, al mismo tiempo, se irán asentando los cimientos de un nuevo ciclo político al que Iván Redondo tuvo la brillante idea de bendecir con el nombre de Perestroika.
La negociación perestroika vendrá encorsetada por un límite infranqueable: el referendum o lo que es lo mismo, la propia CE. La legislatura pasada tenía un motor de dos revoluciones, basado en las políticas del cambio (Sumar) y las políticas del vértigo (PSOE). Dos ritmos distintos y dos maneras de legislar, a corto y largo plazo por la vía de la ley emanada del congreso en el primer caso, por la vía del gobierno y el decreto en el segundo. Una y otra fueron construyendo un nuevo aparato normativo dúctil y adaptable a la realidad del momento que lograba satisfacer las exigencias políticas marcadas por la UE y hacer frente a las grandes demandas sociales de un país que exigía una reforma laboral, una subida del SMI, una respuesta a la emergencia climática, un giro hacia políticas que reconocieran los derechos de las minorías y favoreciera la distensión en Cataluña. Dos formas de legislar que supieron responder a una pandemia, a un volcán y a los efectos inflacionistas de una guerra. No está nada mal.
Las políticas del vértigo y las políticas del cambio también fueron tejiendo una nueva cultura política, la de un gobierno de coalición inédito en la historia de la democracia española desde que se aprobó la Constitución y que se fue engrasando no sin tener que haber superado fruiciones, tensiones y diversas amenazas de ruptura. También tuvieron otro efecto particular y nada trivial: consolidaron a un líder en Europa y configuraron a una nueva dirigente política que se emancipó del partido “que la había puesto ahí”.
Con Cataluña también comienza la perestroika, o lo que es lo mismo, una digi-evolución del modelo territorial español, afianzado por los apoyos de cinco partidos nacionalistas, que ha dado ya sus primeros pasos con la incorporación del gallego, el euskera y el catalán al catálogo de lenguas oficiales que se pueden hablar en la Corte de los Leones. La dialéctica PNV-Bildu y ERC-Junts dará mucho juego en los próximos días y será una constante de permanente tensión a lo largo de los próximos meses, pero en un marco de estabilidad económica que permitirá abordar un nuevo sistema territorial que salde las deudas competenciales con las comunidades autónomas, que establezca nuevos criterios de financiación autonómica y modernice un sistema de armonización fiscal justo y progresivo que podría revertir el concepto de periferia y centralidad. Con la perestroika, en definitiva, podría consolidarse un modelo federal, más sólido y realista, capaz de atender la diversidad económica y política y la justicia social de cada territorio.
La perestroika será también un nuevo modelo de comunicaciones que vertebrará y cohesionará socialmente al conjunto de las comunidades autónomas. El corredor atlántico y cantábrico y el corredor mediterráneo serán las dos líneas básicas que conectarán esta gran península con el resto de Europa y entre las comunidades por las que trascurrirán sus respectivos trazados. La España de hoy es una España más europea. Las políticas del vértigo exportaron la excepción ibérica, hoy reconocida internacionalmente. España sigue creciendo económicamente y su periferia comienza a ser preponderante en el mapa europeo que se diseña en las instituciones frente a la centralidad decimonónica de Madrid, empeñada en convertir a su capital en la nueva Miami de un viejo continente.

Otro de los vectores de la legislatura será la reforma tributaria. Keynes siempre estuvo en el lado correcto de la historia. Úrsula von der Leyen también lo sabe y acaba de desbloquear 95.000 millones más de los Fondos de recuperación para que España consolide sus reformas orientadas hacia la transición ecológica y digital. Somos el primer país que cumple con las exigencias pactadas con la UE desde la pandemia y el que mayores previsiones de crecimiento registra entre los indicadores europeos. España se moderniza, al tiempo que se sitúa como un actor estabilizador de la política europea. Sánchez es, posiblemente, la mejor respuesta política y la más confiable frente a la ola reaccionaria que acontece en el este de Europa. En Berlín toman nota.
Cuando Pedro Sánchez interpeló a los ciudadanos a decidir qué país querían tener los próximos diez o quince años, tras convocar elecciones anticipadas, lo que estaba pidiendo a todos ellos es que trataran de leer la corriente de pensamiento que impregnará los próximos lustros la superficie política, económica y social de nuestro país. Advirtió la posibilidad de que España fuera algo más que una excepción a la corriente conservadora y ultraderechista que hegemoniza buena parte de Europa. Los ciudadanos, al votar, hicieron una lectura en clave europea y transformadora, comprendieron que se inauguraba un cambio de ciclo político que favorecía la convivencia y mejoraba la vida de las personas. Supieron leerlo, a pesar del ruido y el catastrofismo que ha envuelto el relato de la derecha. No votaron el proyecto de un solo hombre, por muy apuesto que resulte, sino un destino hacia el que una mayoría representada en 178 diputados, se querían dirigir.
ADENDA: Si hay algo que ayudará a eclipsar el liderazgo de Alberto Núñez Feijóo, será la investidura de Sánchez, lo que supondrá un duro golpe de efecto para el presidente del Partido Popular ante su partido tras fracasar el viernes pasado en la suya. Mientras tanto, en Vox comienzan a dar síntomas de agotamiento, síntomas similares a los que ofreció Ciudadanos en el prólogo de su declive y posterior desaparición en la Corte de los Leones. No es casualidad que Ortega Smith haya advertido este martes que el partido no puede convertirse en una agenda de colocación de amigos, después de que Espinosa de los Monteros abandonase la primera línea de la organización ultraderechista hace un par de meses. Primero fueron los iliberales, ahora los integristas. Uno y otro han sido miembros fundadores. La noticia es importante y puede ser el desencadenante de una estampida en el partido que en estos momentos está siendo controlado por la corriente talibán: Vox ha transferido 7 millones de euros a su Fundación Disenso, presidida también por Santiago Abascal. Recuerden los versos de Calderón: tuve amor y tengo honor, eso es todo cuanto sé de mi.