La Hispanidad, el ruido y el caganer

Cada bandera nacional de cada balcón, cada banderita tú eres roja en cada muñeca, identifica a un español que odia a españoles

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Enrique Del Teso
Enrique Del Teso
Es filólogo y profesor de la Universidad de Oviedo/Uviéu. Su último libro es "La propaganda de ultraderecha y cómo tratar con ella" (Trea, 2022).

En los belenes elaborados que se pueden visitar en Navidad, se fue haciendo popular la figura del caganer, el pastor o niño que está cagando en algún lugar del belén. Dicen que el simbolismo inicial no era escatológico, sino que la imagen estaba asociada a la fertilización de la tierra. Para la sensibilidad actual, el caganer es una pequeña gamberrada, una risita facilona oculta en alguna parte del nacimiento, un dónde está Wally por el que empieza la inspección de cualquier belén. En el gran desfile patrio del día de la Hispanidad, aquel que, falto de piedad, Rajoy calificó de coñazo, va cuajando una tradición en todo comparable a la del caganer de los belenes. Son esos gritones que insultan y abuchean al Presidente. Gritos y abucheos no es bastante porque eso se oye en muchos sitios. Para que la mierda sea mierda tiene que oler. Así que van refinando el número metiendo el estribillo de Txapote, esa inmundicia de revolver en el cementerio a ver qué queda de comestible, remover las tripas bajas del horror a ver si quedan hebras convertibles en mentira y odio. No es un pastor cagando, es directamente un montón de mierda vociferante, un mojón ya tan esperado como el caganer. En un acto tan poco festivo y que tan mal simboliza la unidad de nada, esta versión del caganer es lo único verdaderamente festivo que nos une. Para el facherío es festivo porque para ellos es una verdadera fiesta apestar al paso del Presidente. Solo hay que ver los editoriales de su prensa lacayuna, para notar su disfrute en el chapoteo (o txapoteo). Y para los demás también. Sus alaridos desgarrados de dolor patrio impostado hacen que, además de armas y ejércitos, un desfile tan nacional nos muestre que el Presidente no es de los suyos, que el estado de derecho y la tolerancia les hacen escoceduras y bubas y que la democracia les produce más sofoco que un tabardillo. Así que para todos tiene algo de jolgorio esta caricatura del caganer, por fin la fiesta y por fin la unidad.

Ruido procede de la misma palabra que rugido. Y ruido es la metáfora que buscó Shannon para las señales parásitas que ahogan las señales útiles en las transmisiones. Cuando hablamos con la boca llena, nuestras señales son técnicamente ruidosas y una mancha de chorizo en un libro es también un ruido. Todo lo que emborrona, confunde y hace imposible distinguir unas cosas de otras es ruido. Es la quintaesencia de las derechas actuales: el ruido, tanto en el sentido acústico de rugido molesto, como en el de Shannon de embotamiento del entendimiento y del mínimo buen gusto. Tiene su pedagogía su presencia en el desfile de la Hispanidad sin complejos y al natural. Y tiene su enseñanza que siga oliendo al día siguiente en sus editoriales. Es feo esto de politizar actos institucionales y de gritar y silbar en el desfile de la patria, pero es que Sánchez lo provoca, casi no tuvieron más remedio, dicen. Le pasa aquí a Sanz Montes cada 8 de septiembre. Lo dicho, la mierda no es mierda si no sigue oliendo en los editoriales del día siguiente.

Batallón de las Fuerzas Armadas desfilando ante la la Familia Real durante la celebración del Día de la Hispanidad. Foto de Casa Real.

Lo cierto es que alguien debería darle una vuelta a esto de la fiesta nacional. La actual fiesta tiene algo de alcanfor y valores caducos, algo bufo y circense y algo de enfrentamiento, más que de unidad. Respecto de los valores, la fiesta de la patria abunda en ambiente militar y en orgullo colonial. Veamos si podemos entendernos con el asunto militar. Es lógico suponer que los médicos preferirían no ser necesarios, que no hubiera enfermedades y que todos nos muriéramos de un purrusplús tras noventa años rebosantes de salud. Y parece lógico pensar que los militares también preferirían no ser necesarios porque no existieran las situaciones límite para las que están adiestrados. La ultraderecha querría que la sociedad se organizara permanentemente como lo hace en esas situaciones límite en que actúa el ejército, que la vida corriente esté militarizada. Por eso les gusta dar aire militar a sus símbolos y a sus maneras. Los demás no tenemos nada contra el ejército, simplemente nos gusta que la vida sea como cuando los militares no tienen que intervenir. Un empacho de exhibición militar no es una muestra de agradecimiento o reconocimiento del ejército. Fácilmente toma el aire de las ideologías que pretenden que estamos siempre en situaciones límite que requieren ser militarizadas. Cualquier militar podría estar de acuerdo en esto: un exceso de cariño al ejército se desliza fácilmente a un cariño por cómo es la sociedad en situación límite y a una añoranza del ejército en acción. Digo que podría estar de acuerdo cualquier militar, porque cabe pensar que tampoco ellos quieren que suceda el tipo de calamidad que obliga a su intervención. Seguro que hay formas muy españolas de celebración que no requieran tanta marcialidad y tanta cabra. Y siguiendo con los valores, podían ir desbastando las celebraciones de restos de orgullo imperial. Sí hay un fenómeno cultural notable, sin entrar a valorar sus orígenes, que es la comunidad hablante y los vínculos históricos. Pero hace mucho que Naciones Unidas emitió no sé cuántos informes, firmados por las naciones de la Tierra, que dicen que ningún imperialismo es gloria de ninguna nación y que tomar por las armas sitios habitados y poner sus riquezas y gentes al servicio de algún soberano remoto es un episodio feo de violencia y despojo. Dejemos a Nacho Cano con sus chorradas, pero no las incorporemos al oropel simbólico de las celebraciones nacionales. Y, francamente, mal está que EEUU o Rusia anden con aires imperiales. Pero que lo hagamos nosotros, almas cándidas …

La parte bufa no es culpa de nadie. Es el protocolo recargado, efecto de la acumulación de basuras de la historia mal retiradas. Me pasó con el funeral de Isabel II de Inglaterra. Aquel oropel en torno a cadáver tan paseado me hizo pensar en Bergson y la risa. Solo los humanos se ríen, solo los humanos son motivo de risa y los humanos son motivo de risa cuando pierden su humanidad, como cuando resbalan y hacen los movimientos espasmódicos de un juguete desgobernado. La realeza unida a la marcialidad hierática y a la patria sobreactuada y momificada tiene tal carga de automatismo en la conducta colectiva, que acaba pareciendo todo un montón de muñecos de una caja de música. Acaba cumpliendo los requisitos de Bergson para provocar risa. Alguien debe actualizar el aparataje escénico. Es verdad que, si uno se mete en la maquinaria de tanto uniforme, armas y salvas puede sentirse subyugado por la escenografía, por esa pulsión a sentirse parte de algo mayor que uno mismo. Pero hay que ser un pelín hortera patriotero para meterse en esta película. A poco que no lo hagas y veas el asunto con un poco de alejamiento, todo incita a la coña. La patria merece una fiesta más campechana, más borbónica.

Felipe VI, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, la ministra de Defensa, Margarita Robles, la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso y el Alcalde de Madrid, Almeida, durante la celebración del Día de la Hispanidad.

Y con respecto a los símbolos, no debemos engañarnos. Ni me molesta ni me embelesan los símbolos patrios fuera de contexto. Pero no hay nada fuera de contexto. La patria es el argumento más irracional y violento contra compatriotas. Cada bandera nacional de cada balcón, cada banderita tú eres roja en cada muñeca, identifica a un español que odia a españoles. No se exhibe la bandera nacional fuera de sitio por un orgullo irreprimible de ser español, como si uno se estuviera meando y no pudiera contenerlo. Se exhibe contra esos hijos de puta, españoles y vecinos suyos. La identidad simbólica enloquecida es lo que predica la ultraderecha para que la gente vuelque su indignación a una identidad simbólica amenazada por enemigos inexistentes de cómic y odie al inmigrante o las feministas en vez de proyectar su resentimiento contra la oligarquía que le quita sus derechos y nivel de vida. En el formato del 12 de octubre se desliza bien lubricada la derecha y la ultraderecha y expulsa a la izquierda, justo lo que queda de la democracia liberal (las derechas están en el monte protofascista). Esto no une, subraya los cuentos de miedo que desunen.

Siempre nos quedará el caganer txapotendo para que haya algo festivo y unitario. Lástima del ruido, el rugido y ese olor a mierda que traspasa hasta las pantallas de la tele.

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