Conmemoramos el 14 de abril en medio de un estado de alarma provocado por una pandemia global. Vemos, como estos días, se debate en las casas y en los medios de comunicación sobre lo público y lo privado, y se habla de la importancia de la conciencia colectiva.
Si viajamos en el tiempo a aquel jubiloso día de 1931, recordamos como las clases populares dieron una lección de dignidad, demostrando su determinación por construir un país mejor. Salieron a celebrar en las calles la llegada de un modelo social y político que había de enfrentarse al enemigo de la patria, de su pueblo, de las trabajadoras y los trabajadores. Se había proclamado la II República, que traía consigo el despertar de un país moderno y con valores. Un nuevo país que iba a situar los derechos de los que hasta ese momento no habían sido nada en el centro de la acción política; un nuevo país que se enfrentaba diametralmente a la España de incienso, sacristía, sotana, señoritos a caballo y grandes propietarios rentistas, que sumían en el hambre y la miseria a gran parte de sus compatriotas; y esto ocurría en la periferia, en el sur de una Europa en la que ascendía el fascismo y el nazismo.
“Tenemos que plantearnos si, cuando esto pase, querremos volver a donde estábamos o, si por el contrario, ha llegado el momento de construir un país distinto”
Muchas de las personas que celebraron la llegada de aquella República en las calles, nunca habían leído filosofía, quizá no sabían resolver complejas ecuaciones matemáticas, y la mayoría, probablemente leía y escribía con dificultad o ni tan siquiera tenían la capacidad de hacerlo, pero aquella explosión de felicidad se debía a que todos conocían cuál era el enemigo de esa, su patria, nuestra patria y, sobre todo, sabían que construir República era la forma de escribir las líneas de un nuevo futuro.
Pero lejos de caer en la nostalgia del recuerdo, es nuestro deber afirmar hoy, sin miedo alguno, que la República que ha de venir no podrá ser una continuación de aquella que fue interrumpida violentamente, pero sí tendrá mucho de su espíritu. Podemos quedarnos reflexionando sobre la oportunidad arrebatada, o de lo contrario, empujar para crear las condiciones para que esa oportunidad, actualizada, vuelva a florecer.
Nuestra República, que ha de nacer en este confuso y líquido siglo XXI, tendrá como cimiento las lecciones de las luchas de hoy. La República deberá ser construida anteponiendo la vida de la clase trabajadora a los intereses de una minoría capitalista. La República que muchos y muchas queremos, tendrá como protagonista a las millones de mujeres que salimos cada 8 de marzo, nosotras seremos las impulsoras de esa nueva República que estará anclada sobre los valores que ahora reivindicamos. La República que vendrá, también se está engendrando en cada batalla de la clase trabajadora por sus derechos, en cada movilización en defensa de la sanidad y la educación públicas, en cada pelea por el derecho a una vivienda digna y en cada reivindicación por los derechos civiles. Llegará, por tanto, de la mano de la defensa de lo colectivo y de lo público frente al individualismo atroz que impera en eso que a los ideólogos protestantes del liberalismo les ha dado por llamar “occidente”, fuera de las lógicas deshumanizadas de una UE inservible que deja morir a miles de personas a sus puertas, mientras ahoga a sus pueblos con políticas austericidas.
En estos tiempos que corren, bajo la amenaza de un virus que tiene en jaque al mundo, tenemos que plantearnos si, cuando esto pase, querremos volver a donde estábamos o, si por el contrario, ha llegado el momento de construir un país distinto, que tendrá que ser, sin ninguna duda, una República de trabajadoras, laica, feminista y anticapitalista. Por tanto, en cuanto podamos, volvamos a pisar las calles nuevamente, que ya es hora.