Cuando Pepe el Ferreiro empezó a buscar y rescatar por las casas de su comarca todo tipo de chismes, artilugios y aparatos desechables, esos de los que se desprendían las familias y estaban destinados a acabar en el camión de la basura, sus propios vecinos lo tomaban por loco. Acabaron apilados durante años en un bajo municipal de Grandas de Salime hasta que fueron las primeras piezas exhibidas en el Museo Etnográfico, esa obra enteramente suya que acabó provocando admiración en toda España.
Cuando Pepe fue a la Facultad de Historia de la Universidad de Oviedo con algunas piezas que rescató con sus propias manos del Chao Samartín, donde estaba convencido de que se hallaba enterrado un auténtico tesoro arqueológico, lo ignoraron completamente. Hasta que muchos años después se comenzó a excavar ese castro prerromano, hoy el más importante del Norte peninsular.
Así era Pepe. Inquieto, curioso, un campesino sabio y autodidacta, tozudo, luchador, inquebrantable. Su Museo es mucho más que una colección de piezas y objetos de la vida cotidiana de los vecinos de una comarca aún aislada de los grandes centros urbanos. Su apertura, tras años de lucha contra el escepticismo oficial y el de sus propios vecinos, y de ver museos y colecciones etnográficas en sus viajes por Europa, supuso también la recuperación del orgullo y la autoestima del mundo rural, que en Grandas se sacudió los complejos forjados por siglos de paternalismo y arrogancia de señorito ante los aldeanos. Todavía hoy llamar a alguien aldeano, o sea, aludir al habitante de una aldea, se usa peyorativamente.
El Museo de Pepe no solo es un centro de vanguardia en etnografía, un referente nacional; también es un lugar diferente, alejado de las normas, las rigideces y las distancias del academicismo. Es un Museo vivo donde los objetos se pueden tocar. Y mientras Pepe estuvo al frente, cualquier visitante se podía incluso tomar un orujo casero con el director mientras oía de su voz todo tipo de explicaciones o relatos, porque sus narraciones orales, en las que nunca faltaba el humor, también formaban parte de la magia del lugar.
Cercano, cariñoso y próximo a los de abajo, Pepe solía ser duro, implacable, incluso arisco con los de arriba.
Los que tuvimos la suerte de ver el Museo nacer y crecer vertiginosamente, como el número de sus visitantes, que se acercaban a Grandas solo para recorrer todos sus rincones, nunca olvidaremos la conmoción y la carga emocional que suponían aquellas visitas. Tampoco a su padre, ese ferreiro de profesión toda su vida, que seguía trabajando el fierro en el Museo, y no apeaba la boina, como su hijo.
Cercano, cariñoso y próximo a los de abajo, Pepe solía ser duro, implacable, incluso arisco con los de arriba. La moqueta y el despacho oficial, como la burocracia y el intervencionismo estatal, eran para él una carga insoportable que solo le provocaba rechazo. Y no lo disimulaba, porque era un espíritu libre y mordaz que jamás ocultó lo que pensaba, ni en público ni en privado.
Cuando empezamos con ATLÁNTICA XXII quise que fuera uno de los primeros protagonistas de “La Galería de heterodoxos”, una de sus secciones más leídas. Para hacerle la entrevista hasta Grandas nos fuimos Paco Paredes y yo en una gélida tarde de invierno, que acabó siendo cálida y didáctica, como siempre que hacías tertulia con Pepe. Poco después de publicarse la entrevista, a finales de 2009, el gobierno de Vicente Álvarez Areces, al que citaba en sus respuestas, y no favorablemente, lo cesó de la dirección de su Museo. Pepe y yo teníamos pocas dudas de la relación entre su despido y la entrevista, que debió de ser para Areces la gota que colmó el vaso de su paciencia sobre aquel ferreiro rebelde e insolente. El escándalo que provocó aquella medida, el apoyo popular a Pepe, la división en Grandas y la cascada de despropósitos tanto en el Museo como en el Chao Samartín, donde el purgado fue el arqueólogo Ángel Villa por apoyar al Ferreiro, son de sobra conocidos. Detrás estuvo siempre la alianza entre el caciquismo municipal local y el Principado, principal responsable de sus desmanes.
Pepe el Ferreiro representa lo mejor de la rica cultura popular universal, hecha por artistas y artesanos anónimos desde el inicio de la humanidad. Y en Asturias el desprecio y el hostigamiento de las poderosas élites urbanas, asentadas en los gobiernos, las administraciones o la Universidad, hacia sus representantes y sus expresiones. Un fenómeno que se observa también muy claramente con la lengua. Nadie como Pepe, que hablaba el gallego de Asturias de su zona, lo padeció con tanta crueldad. Hasta el final. Murió, admirado y respetado por la gente, e ignorado y maltratado por gobernantes y poderosos. Es para sentirse muy orgulloso, porque en un país como éste eso es el mayor de los elogios.
Haxa salú.
“Que hablaba el gallego de Asturias de su zona,” FALARIA FALA ¿NON?
Por lo demás, el reportaje me encanta…. Pero a estas alturas, deberíamos llamar a las cosas por su nombre para no llevar a equivocaciones… lo que se habla en el occidente Asturianu, zona Navia -Eo, es FALA, como está reconocido en nuestro Estatuto de Autonomía.
El gallego se habla en Galicia.
Haxa Salú