En estos días, el Museo Etnográfico de Grandas de Salime vuelve a estar, una vez más, de actualidad, y como casi siempre en los últimos tiempos, por motivos infelices. El caso es que la Junta General del Principado de Asturias ha rechazado, con los votos en contra de PSOE y Vox, una proposición no de ley de Podemos que planteaba cuestiones muy sensatas sobre el futuro inmediato del equipamiento e histórica por lo demás, debido a que el diputado del grupo proponente, Rafael Palacios, defendió la propuesta en lengua vernácula.
Hace un mes fallecía Pepe el Ferreiro. Diez años se habían cumplido en enero de uno de los episodios más lamentables que haya vivido la cultura asturiana en los últimos tiempos: la ignominiosa destitución del creador de uno de nuestros Museos más emblemáticos. Ha tenido que morir José María Naveiras Escanlar, “Pepe el Ferreiro” y ha tenido que pasar toda una década ominosa para que otro gobierno autonómico, socialista como el que lo cesó, compensara mínimamente el atropello cometido acordando que el Museo Etnográfico de Grandas de Salime, que todos los asturianos identificamos desde siempre como el Museo de Pepe el Ferreiro, lleve su nombre. Diez años para que algunos de los miembros del Gobierno reconocieran la relevancia de su contribución a la cultura asturiana. Una década plagada de injurias y mezquindades en la que hemos asistido sucesivamente a la injustificada destitución del fundador del Museo, al nombramiento (tumbado más tarde por los tribunales) de un nuevo director títere bajo cuyo mandato el Museo se convirtió en el cortijo particular del Alcalde de Grandas de Salime y a la continua interposición de innumerables trabas para su funcionamiento desde que asumió la dirección, mediante concurso con publicidad y libre concurrencia, la actual directora, Susana Hevia, quien a ojos de los que promovieron el cese de Pepe el Ferreiro representa otro enemigo a batir en cuanto continuadora de su labor.

Manifestación en 2010 en Grandas de Salime contra el cese de Pepe el Ferreiro. Foto: Salvador Rodríguez Ambres
Conviene recordar episodios tan grotescos como las acusaciones que intentaban justificar el cese en hechos imperdonables como tener gallinas en el Museo o acopiar en el hórreo las nueces que daba el nogal. En ese periodo en que dirigió el Museo, al menos nominalmente, Francisco Cuesta, arqueólogo de larga trayectoria en la que destacaba su controvertido paso por la Campa Torres, todos los esfuerzos se concentraron en borrar la huella del Ferreiro y en desnaturalizar su obra. Tiempos de filtraciones a la prensa, de inauguraciones de salas que llevaban años allí, de desapariciones de documentación y en fin, de revanchismo e ignorancia como guías de una gestión desastrosa que sólo tenía por objeto destruir lo antes construido.

La medida adoptada por el Consejo de Gobierno del Principado de incorporar el nombre de su alma mater al Museo y alguna que otra declaración pública de los responsables políticos de turno, imaginamos sincera en algunos casos y de grosera y evidente hipocresía en otros, no compensa ni mucho menos el daño infringido, ni tan siquiera en lo simbólico. Gestos tibios y tardíos que sólo resultarán mínimamente creíbles si van acompañados del respeto al legado del Ferreiro. El Gobierno autonómico tuvo una oportunidad estupenda de demostrar que sus últimos gestos son algo más que palabrería vacua de intención cosmética, pero el voto en contra a la referida moción de Podemos nos plantea muchas dudas al respecto. Queda la esperanza de que la excusa esgrimida por el Grupo Socialista para oponerse, centrada en la irreversibilidad de la encomienda de la futura gestión del Museo al RECREA, sea cierta y realmente compartan el fondo de la proposición.
Si esto fuera así se respetaría la particular idiosincrasia museográfica del lugar, íntimamente relacionada con el concepto de Museo de su creador y su convencimiento de que debía ser un espacio vivo ajeno a cartelerías homologadas y otros artificios de equipamiento turístico al uso. El Gobierno del Principado, podría poner fin, de una vez por todas, a las ocurrencias de un Alcalde que combina una obsesión enfermiza por salirse con la suya en este tema con una incapacidad manifiesta para comprender la envergadura de un patrimonio que es de todos los asturianos. Tampoco olvidarían los responsables de la Consejería de Cultura las necesidades de personal ni las económicas de un centro que sobrevive con muchas dificultades, entre otras razones, por la “deuda deliberada” acumulada por el Ayuntamiento al objeto de asfixiar su actividad. Por último, reconocerían la labor de la Asociación de Amigos del Museo y blindarían su participación en su futuro, aspecto en el que sin duda se toparían también, como no, con la oposición del Alcalde.

Pepe el Ferreiro, junto a otros vecinos de Grandas, recuperando materiales en el pueblo de Salime para la construcción del Museo. La implicación de la comunidad vecinal en el Museo se remonta a sus orígenes mismos. Foto: Salvador Rodríguez Ambres.
Nos encontramos por tanto en un momento crucial en que pronto sabremos si el reconocimiento a Pepe el Ferreiro y su legado principal es una voluntad cierta o una evidencia más de que no hay como morirse para recibir insospechados piropos de quienes se afanaron metódicamente en joderte en vida. En cualquier caso, haxa salú… que memoria no ha de faltar.