El último mohicano

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Roberto Corte
Roberto Corte
Roberto Corte (Oviedo, 1962). Vinculado al teatro asturiano desde 1980, y ligado a la autoría y dirección en el ámbito escénico, en la actualidad colabora como crítico en revistas especializadas.

La muerte siempre gana y nos golpea incluso hasta cuando se anuncia y se la espera. Y en este sentido poco hay que decir. Que Lobato forma parte de la historia sustancial del teatro asturiano también es otra obviedad, aunque es una obviedad sobre la que hay que insistir porque es la identidad efímera del teatro –el espacio y el tiempo allí donde se representa– quien apenas deja rastro para la confirmación y la evidencia. Los que éramos jóvenes a finales de los 70 y fuimos espectadores de su trayectoria podemos dar fe de la calidad de su trabajos. Hay momentos y hechos en la vida que señalan un camino y Margen, el primer Margen, arrastró a las gentes al teatro. Yo fui incondicional entusiasta de sus espectáculos y el colectivo formó parte de mi educación sentimental. Y como yo muchos de mis amigos. ¿Qué tenía De vita beata, aquella comedia de máscaras sobre la ciudad de Oviedo, construida con personajes esperpénticos y movimientos articulados, adobada con un poco de humo y el “E lucevan le stelle” de Tosca… para hacernos reír y emocionarnos tanto? Pues el buen arte de los intérpretes, una creatividad inaudita para estructurar una historia y el grado sumo de afinidad entre unos actores, Lobato, Margarita, Miguel, Telvi, Arturo, Monchi y Cancio –muchos ya desgraciadamente desaparecidos– que se habían convertido en una de las mejores compañías de teatro independiente de la España de aquel entonces.

Otro tanto ocurrió con Las galas del difunto (en la que creo que Lobato no participaba) y con Otelo, en una adaptación y dirección de Sagi con planteamiento de cámara, protagonizada por un Lobato todavía joven, con el pelo teñido de rubio y un look muy ochentero. Y también con el teatro de calle –tan olvidado y desatendido y al que le prestamos tan poca atención–, al que Margen encumbró a una categoría superior merced a la utilización inteligente de los espacios (balcones, fachadas, cornisas, plazas, callejones) y a un núcleo argumental itinerante nunca visto hasta el momento, mezclado con técnicas clownescas, acrobacias sencillas y otras disciplinas. Espectáculos que permanecen en la memoria de muchos porque fueron miles los espectadores que los presenciaron. Crónica y ficción del mucho mogollón y Toreros, majas y otras zarandajas quedan en la historia del teatro de calle español como un hito, y José Antonio Lobato como uno de sus excelentes intérpretes.

“Y los cíclopes salieron de las entrañas de la tierra para asaltar el cielo”, el espectáculo de Teatro Margen sobre octubre del 34.

El carácter de un actor se construye a lo largo de la vida, pero la impronta de los primeros años, a veces, conforman un “gestus” y un estilo recurrente. En el caso de Margen y Lobato –y aquí la sinécdoque se hace necesaria– conlleva un tono y unas maneras que, grosso modo, son las que caracterizaron a las denominadas compañías de teatro independiente: exposición expresionista, subrayados caricaturescos y un deliberado pronunciamiento hacia la farsa. Cualidades que Lobato esgrimió en su trayectoria profesional de un modo ejemplar, si bien con la excepción de algún que otro personaje proclive a suavizar esos acentos. Sus recientes incursiones en el cine y la televisión (Enterrados, El ministerio del tiempo, Vientos de agua…) lo llevarían también a decantarse por un naturalismo que resaltaba la nobleza y bonhomía que lo definían además como persona. Extraordinario por su voz prodigiosa y corpulencia.

Interpretando “Ahora no es de leil” de Alfonso Sastre.

Son muchos los personajes y espectáculos memorables en los que Lobato deja su huella junto a sus compañeros, La noche que no llegó el viento, Viaje a ninguna parte, La Celestina…, hasta el Cumbia Morena Cumbia de Kartún, y mucho lo que le adeudamos las generaciones posteriores por su ejemplar compromiso con la escena. Con Lobato se nos va uno de los actores más cualificados, pero también un modo de hacer y entender el arte y el teatro, un ser sencillo, campechano, enemigo de la retórica y el circunloquio. Se nos va una época –o lo que quedaba de ella–, una artesanía y el espíritu del teatro independiente. Y es una pena.

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