La irresistible atracción de Matarile

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Roberto Corte
Roberto Corte
Roberto Corte (Oviedo, 1962). Vinculado al teatro asturiano desde 1980, y ligado a la autoría y dirección en el ámbito escénico, en la actualidad colabora como crítico en revistas especializadas.

Daimon y la jodida lógica

Matarile Teatro

Dirección: Ana Vallés

Teatro Jovellanos, Gijón

24 de octubre de 2020

Tiene este espectáculo de Ana Vallés varias capas y flancos interpretativos, y un sedimento maridado a lo largo de muchos años que pertenece a la biografía de la artista y a la historia de la danza contemporánea y la performance. Señalar las claves referenciales que se superponen requiere de un especialista de la talla de Alfonso Becerra, que conoce muy bien su trayectoria y tiene capacidad crítica para relacionar equivalencias y correspondencias, revelar intertextualidades, fuentes iconográficas, hibridaciones, su carácter contracultural, su ideología… y los múltiples elementos que conforman la representación, y que ya hasta el espectador accidental más despistado intuye como decisivos a la hora de emitir un comentario mínimo que se desee clarividente. Tal es la complejidad y exigencias que presentan hoy algunas piezas de danza performativa, afortunadamente alejadas del minimalismo y la frivolidad a que comúnmente estamos tan acostumbrados. Yo, que voy a tientas y no estoy familiarizado con este cableado multidisciplinar, no puedo más que salir al paso de este Daimon y la jodida lógica con una crónica impresionista de urgencia, legitimado por la vanidad que supone el transmitir una opinión por escrito y arrastrado por la premisa periodística del folio y medio.

El homenaje a la melancolía de Pina Bausch y a los grandes maestros que revolucionaron en su día la danza prevalece y contamina el conjunto

El título es tan original como irónico, pero nada voy a decir al respecto porque soy de especulación calenturienta y a la primera de cambio me perdería por los cerros de Úbeda. Baste saber que en la pieza sale un ángel caído y sobre una mesa luce el esqueleto de un gato (no me pregunten más). Discontinuidad y fragmentación son características principales del arte performativo, pero esas cualidades no siempre son sinónimo de dispersión y aleatoriedad. Lo primero que nos llama poderosamente la atención y cuestiona la apariencia libérrima del trabajo es la cohesión temática y la unidad de sentido. Son muchos los cuadros que se suceden con gran fuerza y poderío, y mucha la belleza que arraiga en el universo peculiar de Ana Vallés. El homenaje explícito a la melancolía de Pina Bausch y a los grandes maestros que revolucionaron en su día la danza prevalece y contamina el conjunto, pero también la derrota y la balada crepuscular del cabaret y la pista circense están presentes. La música en directo es otro de los encantos a sumar, como los solos de batería de Nacho Sanz (con el pecho tatuado), de teclado con Cristina Hernández y de viola con Alba Loureiro, que toca mientras danza; a los que se suman las intervenciones de Neus Villá a la guitarra y Nuria Sotelo a la trompeta. Todos músicos-intérpretes junto a un estupendo elenco formado por los bailarines Ricardo Santana, Celestre, Jorge de Arcos Pozo y Ana Cotoré. La portentosa iluminación de Baltasar Patiño, con un centenar de focos Par en baterías cenitales y contras, inunda la escena de ámbar para reforzar la morriña y la soledad de las causas perdidas, el inexorable paso del tiempo y el halo trágico del artista que se siente mortal.

Son muchos los momentos que cabría reseñar y que a nadie dejan indiferente: la seducción y belleza de los cuerpos, el llanto irisado de una gigantesca bola de espejos, el culto a los zapatos de tacón de aguja y la lentejuela, una bailarina con cencerro, un diablo zancudo con muletas, alusiones fotográficas a Kantor, Artaud, Marguerite Duras… o el exuberante atractivo de Celeste, poil de carotte, que posa a lo Kazuo Ono mientras canta a lo Chavela Vargas el “somos un sueño imposible que busca la noche”. En fin, instantes inolvidables muy estimulantes que nos sacuden los sentidos y ayudan a vivir más y mejor.

Un momento del espectáculo.

El espectáculo combina los números solistas con testimonios sotto voce donde aflora la parte discursiva y literaria de Vallés. Reflexiones que encajan como anillo al dedo, sacadas de sus muchas experiencias y presentadas como manifiesto, conclusión o aviso para navegantes, que no eluden la ironía, la denuncia, el compromiso, el pesimismo, ni la crítica a las ideas preconcebidas y a las prácticas viciosas de “una profesión que no tiene remedio”. Amén de otros asuntos más extravagantes relacionados con la búsqueda del sentido o el sinsentido de la existencia, a través del principio de indeterminación cuántica.

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