En este artículo quiero presentar una perspectiva filosófica sobre la crisis del coronavirus y lo quiero hacer de la mano de una persona que, sin ser filósofa, plantea una problemática con mucho rendimiento filosófico. Se trata de Naomi Klein, una conocida escritora, periodista y activista canadiense que ha investigado acerca de un fenómeno que ya se conocía desde hace tiempo: que en los momentos de crisis algunos encuentran una buena oportunidad para aumentar su fortuna mientras la mayoría se empobrece y la desigualdad social aumenta.
Estas crisis pueden tener varias causas, pero en general en filosofía se suelen distinguir dos tipos de causas: la acción humana, voluntaria o involuntaria, y la naturaleza. En el primer grupo, cuyas causas residen en el ser humano, habría que colocar las guerras, las leyes injustas, el afán de dominación de unas gentes sobre otras, la rapiña; en el segundo grupo se incluirían las enfermedades, las malas cosechas, las sequías, los terremotos, erupciones volcánicas y demás desastres naturales. Serían los dos tipos de males de los que se hablaba en filosofía sobre todo refiriéndose a un hecho muy comentado en el siglo XVIII: el terremoto de Lisboa. En 1755 un gran terremoto asoló Lisboa pero también muchas otras ciudades, sobre todo del norte de África. El terremoto fue seguido por dos tsunamis que levantaron olas de 20 metros, inundaron la ciudad, destruyendo lo que quedaba de ella, y subieron por el río Tajo. Se calcula que solo en Lisboa murieron unas 90000 personas. El desastre provocó una discusión acerca del mal en el mundo y si tenía alguna justificación o al menos alguna explicación. La postura de Voltaire, expresada en un largo poema titulado Sobre el desastre de Lisboa, era que no tenía ninguna de las dos cosas y que se debía exclusivamente al azar. Rousseau, en cambio, pensaba que sí las tenía, aunque nosotros no supiéramos cuáles eran ni esta explicación ni esta justificación. La discusión se dividió enseguida entre los que buscaban una explicación y los que buscaban una justificación. Entre los primeros tenemos a Kant, que fue el primero en arriesgar una explicación científica acerca de los movimientos terrestres y, así, dio comienzo a una nueva ciencia: la sismología. Los segundos continuaban hablando en clave metafísica o religiosa acerca de la expiación de los pecados; o en clave materialista acerca de la naturaleza, que sigue su marcha sin pensar especialmente en nosotros, los seres humanos, pues, en contra de lo que pensamos, no somos la especie más importante.

Esta discusión se vuelve a plantear ante todos los desastres llamados naturales. Hay una serie de preguntas filosóficas que surgen siempre que se presenta una catástrofe de este tipo, en las que se supone que el ser humano no tiene ninguna responsabilidad. He aquí algunas de ellas: ¿son estas catástrofes producto del azar o de una ley que ignoramos?; y, en caso de que consiguiéramos conocerla y no fueran producto del azar, ¿la podríamos dominar?; esta actitud y esta postura ante la naturaleza, que intenta conocer sus leyes con el fin de dominarla y de usarla a nuestro favor, ¿no supone un supremacismo de la especie humana, un especismo, que quiere someter a la naturaleza y controlarla para sus fines?; al fin y al cabo, ¿no podrían ser estos desastres producto de nosotros mismos y de nuestro intento de dominar la naturaleza?; a estas alturas del antropoceno, cuando el ser humano está llegando incluso a influir en la modificación del clima ¿es tan fácil, distinguir entre los desastres naturales y los desastres morales? He aquí algunas de las cuestiones que la filosofía se ha planteado acerca de las catástrofes naturales. Pero todas estas preguntas filosóficas no impiden que se tenga que buscar una respuesta práctica al problema, es decir, una respuesta dentro de la filosofía práctica o la ética. Y dentro de esta perspectiva ética es donde se sitúa el problema que Naomi Klein se plantea. El problema sería el siguiente: sea cual sea la explicación y la justificación de un desastre, si es que las hay, ¿qué debemos hacer ante él? En concreto, cómo podemos evitar eso que decíamos al principio y que ha ocurrido tantas veces: que la conmoción sirva como excusa para que algunos se enriquezcan y otros salgan de él en unas condiciones de miseria.
Naomi Klein llama capitalismo del desastre a la astucia que tiene el capitalismo para manejar y aprovechar a su favor cualquier desastre natural. Esta astucia se aplica a las situaciones de catástrofe natural, pero, según ella, es tan necesaria al desarrollo del capitalismo que, si no se da ninguna catástrofe natural, él mismo provoca artificialmente alguna calamidad para aplicar el mecanismo. ¿De qué mecanismo se trata? ¿Por qué el capitalismo necesita desastres? Vamos a analizar este mecanismo, que ya estudió Marx y denominó acumulación primitiva del capital.

Marx expone este concepto en los capítulos XXIV y XXV del primer volumen de El Capital y lo define como “el aniquilamiento de la propiedad privada que se funda en el trabajo propio, esto es, la expropiación del trabajador”. Mediante la expropiación del trabajador se consigue la escisión entre el productor y los medios de producción, una escisión necesaria para crear la relación del capital en la que consiste el capitalismo. El objetivo es transformar en capital los medios sociales de subsistencia, aquellos medios de vida que la gente emplea para su propia subsistencia, empezando por su tiempo, su cuerpo, sus ideas, sus recursos comunes. Esto el capitalismo primitivo lo hizo mediante la colonización de nuevas tierras, la conquista, la trata de esclavos, etc. Se trataba de conseguir más capital, de capitalizar unos recursos introduciéndolos en el mercado —mercado de productos y mercado de trabajadores—. La cosa está clara en el periodo del capitalismo primitivo, pero este proceso de acumulación de capital no se puede detener y, como ya explicó Rosa Luxemburgo, se ha venido reproduciendo durante toda la historia. Pero ¿qué puede hacer el capitalismo cuando ya todos los territorios están colonizados, todas las personas se han convertido en asalariados, todas las relaciones se han convertido en relaciones de producción, todos los productos se han convertido en mercancías. En una palabra, ¿qué puede hacer cuando todo se puede comprar o vender, cuando estamos en el mercado mundial? El capitalismo tiene que seguir acumulando porque si no desaparecería; y por ello, cuando ya no tiene nada que rapiñar en el exterior, se vuelve a esos oasis que son los derechos y subsidios socio-económicos, que son, en la mayor parte de los casos, el resultado de batallas pasadas ganadas por los trabajadores. Massimo de Angelis, profesor en la universidad de East London, denomina a estos avances del capitalismo que actúan en contra del estado benefactor “nuevos cercamientos”, haciendo alusión a los cercamientos que tuvieron lugar en Inglaterra durante el siglo XVII y que expropiaron las zonas comunales y expulsaron a las ciudades a una multitud de trabajadores potenciales que estaban dispuestos a vender muy barata su fuerza de trabajo. Los cercamientos, estudiados por Karl Polanyi en su libro ya clásico La gran transformación, fueron el origen de la primera revolución industrial. Pero no supusieron una expansión de los mercados hacia el exterior, sino una desposesión interior de las tierras y los bienes comunales que hasta entonces había poseído la población rural. El éxodo a la ciudad tuvo su origen en estas políticas de cercamiento que recortaban unos derechos tradicionales a las riquezas comunales. Pues bien, en la actualidad, y volviendo al análisis de de Angelis, lo que llamamos el estado del bienestar se puede entender como la institucionalización de los bienes comunes sociales en diversas formas particulares. El estado del bienestar “fue instituido para integrar las expectativas de la gente luego de las dos guerras, la revolución Soviética, y el crecimiento internacional del movimientos sindical. Por lo tanto, el actual proyecto neoliberal, que de diversas maneras se propone avanzar sobre los bienes comunes sociales creados en el período de posguerra, se establece a sí mismo como una moderna forma de cercamiento, que algunos denominan como “nuevos cercamientos””. (Massimo De Angelis, “Marx y la acumulación primitiva.El carácter continuo de los “cercamientos” capitalistas”)

He aquí, pues, la explicación del mecanismo estudiado por Marx. Ahora bien, lo que hace Naomi Klein es analizar una nueva estrategia de este mecanismo que ella denomina la doctrina del shock. Vamos a analizar esta estrategia sin perder de vista que se trata de un medio de acumulación de capital. El nombre doctrina del shock hace referencia, en primer lugar, a los experimentos de electroshock y deprivación sensorial llevados a cabo a finales de los años 50 por Donald Hebb y posteriormente por Ewen Cameron en la Universidad Mc Gill de Montreal. Pero también hace referencia a una teoría militar conocida como Shock and Awe y planteada por sus autores, Ullman y Wade, en 1996 en un informe a la Universidad Nacional de Defensa de los Estados Unidos. Allí los autores la presentaban como la doctrina militar post guerra fría de los Estados Unidos. Según esta doctrina, hay que conseguir “afectar la voluntad, percepción y entendimiento del adversario para luchar o responder a nuestros fines políticos estratégicos a través de la imposición de un régimen de Shock y Pavor“. El objetivo es conseguir la impotencia y la falta de voluntad del adversario mediante la fuerza directa aplicada a los centros de control, de comunicación, a las infraestructuras, mediante la negación selectiva de información y la diseminación de la desinformación. Los autores pretendían conseguir el mismo desvalimiento que llevó a Japón al armisticio y la petición de paz incondicional después de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki. Mediante esta estrategia militar del shock y del pavor se podría conseguir que en unos 5 días los enemigos quedaran física, emocional y psicológicamente exhaustos.

¿Qué tienen que ver entre sí estos experimentos en psicología y esta doctrina militar? Cameron y sus colegas intentaban borrar la vida psíquica de sus pacientes con el fin de modificar sus pautas y llegar a su curación. Se trataba de llevarlos a un estado de privación sensorial, que consiste en que los cinco sentidos estén privados de estimulación. En esta situación de privación sensorial se produce un estado alucinatorio y una distorsión del espacio y del tiempo y, como consecuencia de la pérdida de coordenadas temporales, una regresión que lleva al paciente a considerar a sus captores como si fueran sus padres y a sí mismos como niños indefensos. La CIA financió estos estudios y posteriormente, en 1963, editó el manual Kubark, que es el que se aplicó posteriormente en la cárcel de Abu Ghraib y en Guantánamo. Pero no solo se trataba de aplicar en los prisioneros los resultados de la privación sensorial que había investigado Cameron. Se trataba también de aplicarlos a toda la población mediante un sistema de violencia rápida y desmesurada que dejara a la sociedad desvalida, reducida a la indefensión, amnésica y privada de voluntad, en estado de shock. El shock consigue vencer porque borra el recuerdo, desestructura la vida psíquica y arruina la voluntad.
Aún tenemos que referirnos a otra terapia de choque o política de choque, esta vez practicada en el terreno de la economía. Se trata del procedimiento pensado por Milton Friedman y Jeffrey Sachs y los que en adelante se conocieron como la Escuela de Chicago y que consiste en la liberación repentina de los precios y controles de divisas, la retirada de los subsidios estatales, y la apertura comercial inmediata dentro de un país, por lo general también incluida la privatización a gran escala de los activos anteriormente de propiedad pública. El precedente está en la introducción del marco alemán en 1948 como salida a la crisis del marco anterior, operación que se realizó en un solo día y provocó el llamado “milagro alemán”. La práctica de esta política de choque se llevó a cabo en la Chile del general Pinochet en 1975, caso que también estudia Naomi Klein, y en Bolivia en 1985.
Naomi Klein afirma que el procedimiento de choque militar, el económico y el psicológico forman parte de una estrategia neoliberal, que se aprovecha de situaciones de desastre
Tenemos, entonces, por una parte, un tratamiento psicológico, por otro lado una doctrina militar y en tercer lugar un procedimiento de economía política que tienen en común la violencia, la rapidez y el presentarse como una curación o una salvación. No es que la expresión shock o choque esté de moda en ámbitos tan diferentes. No se trata de una coincidencia. Naomi Klein afirma que el procedimiento de choque militar, el económico y el psicológico forman parte de una estrategia única de control del neoliberalismo, que se nutre de situaciones de desastre para aplicar esta terapia de choque y aumentar su dominio sobre la sociedad presentándose como salvadora de ese desastre. Lo primero que hay que conseguir dentro de esta estrategia psico-bélico-económica del shock es que una población se encuentre perdida, desvalida, necesitada, impotente, que solo se centre en su dolor y que olvide todo lo demás, que no se vea capaz de superar por sí misma el problema. En ese estado de privación es cuando se le puede prometer la salvación. Si hay una catástrofe natural que consiga provocar este estado, se aprovecha (es el caso de Haití o como en el caso del Katrina en Nueva Orleans); y si no hay desastre natural, se provoca uno artificialmente, mediante un golpe de estado (Chile) o una guerra (Gran Bretaña y la Guerra de las Malvinas, que sirvió para que la gente olvidara la política de Thatcher y la considerara la salvadora de la patria; las guerras del golfo).
Estos son algunos de los casos que estudia Naomi Klein en su libro, pero en una entrevista reciente considera que la pandemia del coronavirus ofrece el desastre perfecto. Con esto quiere decir que en esta catástrofe, que nos hemos acostumbrado a llamar crisis —utilizando un término de la economía— y que tendemos a monetarizar en términos de gastos de sanidad o de bajadas en las bolsas, el neoliberalismo, que es la versión actual del capitalismo del que hablaba Marx, puede encontrar la ocasión perfecta para aplicar su política de choque y cercar las propiedades sociales que son el producto de nuestro trabajo y de nuestra lucha social. Lo podrá hacer si consigue que entremos en estado de shock, de amnesia, de dependencia, de minoría de edad, de desvalimiento.

Lo que podemos extraer como conclusión de todo esto es que hay que estar alerta, que hay que aplicar lo que un personaje de Camus decía en una situación que es muy parecida a la nuestra: “Sé únicamente que hay en este mundo plagas y víctimas y que hay que negarse tanto como le sea a uno posible a estar con las plagas. Esto puede que le parezca un poco simple y yo no sé si es simple verdaderamente, pero sé que es cierto” (Albert Camus, La peste, pp. 198-199).
Porque en realidad lo que intenta conseguir la teoría del shock es que pensemos que la plaga del coronavirus es el origen de todos nuestros males y que nos pongamos en manos de esa otra plaga que está ahí siempre pero que en este caso se presenta como nuestra salvadora. Esta otra plaga es el capital y el estado de shock y de deprivación sensorial puede llevarnos a ser como niños en sus manos. Naomi Klein, en otra entrevista reciente dice: “La gente habla sobre cuándo se volverá a la normalidad, pero la normalidad era la crisis”. Y esto no hay que olvidarlo. Y el filósofo Byung-Chul Han, en un artículo publicado el 22 de marzo en El País ya nos alerta sobre la posibilidad de que, para salvarnos del virus, las autoridades occidentales introduzcan un sistema de vigilancia digital tan eficaz como el que hay en China para tener controlada la población. Este sistema implicaría la imposición del estado de excepción, un estado que, según el filósofo Giorgio Agamben, históricamente no tiene nada de excepcional, sino que ha sido de lo más común desde el momento en que la Alemania nazi lo introdujo para dejar a todo el mundo en lo que él llama la nuda vida, la vida que no es nada más que vida, despojada de derechos. A partir de entonces se ha venido reproduciendo en los “sin papeles”, en los refugiados, en los llamados terroristas. Se trata de una suspensión del orden jurídico, de un estado de anomia que tiene lugar en los casos en los que está en juego la vida (por ejemplo, la vida del monarca, la de la república, la de la gente como en este caso). El ejecutivo, en esos casos, se adueña de los tres poderes y puede llegar a desconectar la constitución.

Esta biopolítica se apoya en la idea de salvación: salvación de la raza, salvación de la patria, salvación de la economía. Hay que renunciar a la perniciosa idea de salvación. Si no lo hacemos así, esta pandemia corre el peligro de convertirse en un siniestro combustible de la economía del shock y, después de haber matado a muchas personas, terminar sirviendo a los intereses del neoliberalismo. No hay nadie que sea nuestro salvador: la salvación está en nosotras. No tenemos que permitir que la doctrina del shock que estudia y describe Naomi Klein como un fenómeno, no solo frecuente, sino constitutivo de la historia del siglo XX a partir de los años 50, vuelva a producirse y a tener éxito en esta ocasión. Necesitamos estar indignadas y continuar estando indignadas; ese es el único método de resistencia ente todas las plagas, las víricas, las informáticas, las medioambientales. Es la única manera de no ser víctimas ni tampoco convertirnos en plagas. Y nos convertiríamos en plagas o en cómplices de la catástrofe si nos limitáramos a esperar que otros nos salven. La doctrina del shock no es el único camino en tiempos de crisis. Es cierto lo que Milton Friedman pensaba: en tiempos de crisis lo que antes era impensable de repente se convierte en realidad. Entonces se trata de proponer cosas que nos sirvan a todas y no desperdiciar esta ocasión para abrir debates que parecían imposibles, como el de la renta básica o el de la soberanía sanitaria. Lo importante es quién piensa las cosas y para beneficiar a quién las piensa. El Green New Deal que propone Naomi Klein o el plan Marshall también pueden ser el resultado de un desastre como el que vivimos. Ahora tenemos la ventaja, con respecto a la crisis del 2008 por ejemplo, de que hemos desarrollado una política de redes de resistencia social que anteriormente no teníamos. La misma Naomi Klein nos pone como ejemplo a los europeos porque contamos con un sistema único de sanidad pública y de medidas sociales. Pero esto que tenemos lo tenemos que defender y que incrementar.
No tenemos que esperar tampoco que la crisis nos salve del neoliberalismo, pues ya hemos visto que el neoliberalismo es especialista en desastres y suele salir bien parado de ellos. Más bien tenemos que producir activamente una salida de la crisis diferente y eso solo lo podemos hacer si no nos dejamos pastorear por el neoliberalismo, como dice Villacañas. No tenemos que desaprovechar este espacio que se abre para la discusión y para la militancia, como dice Juan Ponte. Es muy importante no caer en un estado de indefensión que puede acrecentarse por la deprivación sensorial relativa que supone el estar encerrados en casa. Debemos fortalecernos y fortalecer nuestra lucha mediante la acción política, aunque sea desde nuestro confinamiento.
Referencias:
Naomi Klein: La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre (2007)
Albert Camus: La peste (1947)
Giorgio Agamben: Estado de excepción (2004)
Karl Polanyi: La gran transformación. Crítica del liberalismo económico (1944)
Michael Winterbottom y Mat White: La doctrina del shock (documental, 2009)
Sobre Naomi Klein: https://rebelion.org/el-coronavirus-y-la-doctrina-del-shock/
Marx desde cero: https://kmarx.wordpress.com/2013/05/14/marx-y-la-acumulacion-primitiva/
Instituto de estudios culturales y cambio social: https://www.ieccs.es/