‘La Jauría’, la variante con toga de ‘La Manada’

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Gabriel Santullano
Gabriel Santullano
Nació en Oviedo en 1941. Es autor de diversos trabajos sobre la prensa en Asturias, el movimiento obrero, la historia de la minería, la oposición al franquismo y la reacción absolutista de 1823.

A la diosa ASTREA, la primea mujer violada por LA JAURÍA.

Iba a hablar de la manada, de las numerosas manadas y de tantos salteadores sexuales solitarios que pululan por la selva de nuestros pueblos y ciudades cuando me di cuenta de que no merecía la pena. ¿Para qué hablar de ese grupo de jóvenes cobardes, salidos de los estercoleros de Sevilla, de Manresa, de Murcia, de donde sea, que tienen que sumar la fuerza irracional del número para encontrar una consolación brutal y triste a costa de mujeres incapaces de resistirse ante la furia desatada, ya sea por su debilidad, por su inexperiencia o por tener atrofiada su voluntad a causa de la droga? ¿Qué se puede decir de quienes desde el lodazal de las redes sociales han dejado la muerte grabada para toda su vida en el alma de las abusadas violadas o agredidas?

No salen de suburbios, sino de barrios altos, universidades y altas escuelas profesionales

No, no merece la pena hablar de esa gente. Deberían de ser solo objeto de estudio por parte de sicólogos, antropólogos, sociólogos, naturalistas o quizás veterinarios. Solo personas de fabricación defectuosa pueden usar el sexo de una manera tan rabiosa, tan insensible, tan inhumana, tan bárbara, tan dominante, tan violenta. Pero, sobre todo ¿a qué cuento viene hablar de la manada si cada día su violencia es superada por LA JAURÍA, una variante de la manada mucho más despreciable? Compuesta por hombres y mujeres respetables, de aspecto frailuno y católico, visten negras togas y se desplazan por estancias venerables con ritmo solemne y pomposo y gruesos tratados bajo el sobaco. No son ignorantes, ni surgen de los suburbios. Salen de los barrios altos y pasan por las Universidades y por las altas escuelas profesionales. Desde su juventud mamaron decretos, artículos y reglamentos.

Durante muchos años desayunaron leyes, han almorzado códigos, reglamentos, y han pasado días y noches, noches y días trepando por la aridez del Fuero Juzgo o las Pandectas. Han transitado pensativos por las farragosas avenidas de la jurisprudencia y, después de digerir toda esa sabiduría han accedido, frecuentemente a gatas, a las tribunas desde donde miran al resto de los humanos con superioridad supina para examinar sus acciones, porque saben que tienen un poder indiscutible, desmesurado, irracional, casi absoluto. Son superhombres o semidioses. Son la casta de los innombrables. Aquella de la que dijo Flórez Estrada que su arbitrariedad era más temible que el despotismo de los reyes.

Con sus sentencias y preguntas en los juicios prolongan los abusos y las violaciones

Sí, esta es la jauría que aparece siempre tras la manada en busca del menor resquicio para culpar a las vejadas, para banalizar las acciones de los violadores. Pero, sobre todo, utilizan su mente desatornillada y el enorme poder que les hemos otorgado para humillar a las humilladas. Con sus preguntas, con sus sentencias, a veces con su indolencia, prolongan las vejaciones, los abusos, las violaciones. Colaboran, enardecen y excitan a los bárbaros y sus émulos cuando preguntan a una agredida con mordaz sarcasmo si cerró bien las piernas; ofenden a la razón cuando exigen resistencia heroica frente a la brutalidad del macho; canalizan la infección y alientan su contagio por medio de sentencias que afirman que no hay violencia si la abusada o violada está sin sentido, porque en esa situación no puede haber oposición al asalto de los violadores; desprecian la lógica al afirmar con aire de superioridad que no hay violencia porque una niña de cinco años consintió un abuso continuado; deciden, seguramente con su sexo y olvidando el otro seso, que tan solo es una falta de consideración el que un jefe llame sistemáticamente chochitos a sus empleadas; o se burlan de nuestro sentido de la justicia, como ha hecho recientemente el Supremo al absolver a un matón porque pegaba a su mujer solo cuando estaba borracho, que era muy a menudo.

Es LA JAURÍA. Son los perros que participan en la caza de mujeres débiles, indefensas que han tenido el valor de acusar a los machos de su bestialidad, de su violencia, de sus abusos. Y es que tanta osadía tiene un precio: la humillación y el escándalo.

Dicho en voz baja y en estilo arcano, porque hay que protegerse de gente tan poderosa: son los innombrables, que participan en la caza de los débiles movidos por su conciencia destartalada. Sin duda, no todos son así, pero son demasiados y demasiadas los que en sus considerandos se enredan con demasiada frecuencia en las rancias marañas del patriarcado.

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