Tito Andrónico, de William Shakespeare
Versión: Nando López
Dirección: Antonio Castro Guijosa
Intérpretes: José Vicente Moirón, Alberto Barahona, Carmen Mayordomo…
Teatro Jovellanos, 17 de enero, Gijón
La acción de Tito Andrónico es brutal. Pocas obras hay más gore, incluso en el cine. Shakespeare la escribió en la juventud y a los jóvenes aficionados al teatro les encanta. El sexo y la violencia es la levadura de todas las historias, ya se sabe, aunque no en dosis tan desproporcionadas. En Tito Andrónico la sangre y las amputaciones zurcen una espiral de venganza ilimitada, autodestructiva. Las cabezas vuelan en sacas o plásticos clamando justicia, que no es más que el correspondiente desquite en un océano de atrocidades. Marc Norman y Stoppard le rinden un homenaje ejemplar en Shakespeare in love, con un niño de sonrisa maléfica y un ratón entre las manos a las puertas del teatro, negándose a entrar porque en la función “no se cortan cabezas como en Tito Andrónico” (algo así recuerdo). Víctor Zalbidea publicó hace mil años en Fundamentos una adaptación muy coqueta y reducida –versión muy libre, la llamaba– acorde a los principios del teatro de la crueldad de Antonin Artaud. Y no parece descabellado pensar en estos postulados para un planteamiento de cámara o de instalación, en sintonía con esas líneas de afirmación performativa y postmoderna (Angélica Liddell, etc.) que usan y abusan de la misma estética argumental. Como la violencia es el plasma que corroe y riega la pieza, las referencias al cine de Peckinpah, Tarantino o Park Chan-Wook, se hacen también inevitables.
En Tito Andrónico la sangre y las amputaciones zurcen una espiral de venganza ilimitada, autodestructiva
El montaje del Teatro del Noctámbulo dirigido por Castro Guijosa fue un trabajo para el Festival de Mérida de 2019, adaptado ahora a un formato a la italiana que no oculta el modelo ni el lugar de fabricación. Gran elenco de intérpretes, formato de gran envergadura, profesionalidad, creatividad compartimentada y, como desafío, el texto sugestivo de un autor clásico. Cualidades y características que de por sí despiertan el interés del espectador y lo predisponen a que se cumplan las máximas expectativas. Hoy las posibilidades de disfrutar de un espectáculo en estas condiciones son tan nulas o escasas que el aficionado agradece que la cartelera, de vez en cuando, le ofrezca platos aliñados con todos sus ingredientes. Tan acostumbrados estamos a la jibarización y el minimalismo que hasta nos olvidamos de que los textos han de representarse con la nómina artística al completo.
La propuesta de Guijosa tiene su fuerte en la dirección de actores y en la composición de cuadros y desplazamientos, aunque pierde músculo a la hora de mostrar su valor unitario y de conjunto. El batiburrillo estilístico que se establece con el vestuario –esa atemporalidad híbrida– y algunas de las exploraciones aleatorias que se plantean desde la tragedia, el humor, la farsa o las salidas de tono, no ayudan a definir la autoría del director ni a alcanzar la cohesión de impacto que la obra necesita para que el horror y la sangre centelleen con todo su esplendor. Si queremos que la tragedia sea significativa en el siglo XXI la puesta en escena tendría que ser más atrevida y alejarse de la indeterminación convencional, con unas claves referenciales más claras y confortables –más punzantes– para el espectador contemporáneo.
Foto: Jero Morales/Festival de Mérida.
Pero la gran baza que salva el montaje son los diez intérpretes que mantienen la llama de la calidad bien alta para que el horror nos ilumine. Empezando por José Vicente Moirón, que encarna a un Tito Andrónico magnífico, enérgico, de poderosa voz, con deriva a la locura a medida que se propaga la carnicería y le cortan una mano; la reina goda Tamora de Carmen Mayordomo, perversa y sibilina como una serpiente por la escena, seduciendo y engañando al sufrir la cruel pérdida de un vástago; Lucía Fuengallego en el papel de la dulce Lavinia, violada y amputada de manos y lengua, candorosa y desgarradora en su muda impotencia; Iván Ugalde como Aarón el malvado moro amante de Tamora… y el resto de actores que con sus diferentes registros, hacen avanzar la acción hasta ese final espantoso con banquete antropofágico incluido donde ya no queda títere con cabeza, y que aquí se sirve de manera desenfadada y grotesca a modo de parodia de la nouvelle cuisine, sin que haga falta tirar de la motosierra.
Al finalizar la representación, tras dos horas y media, incluida una pausa para tomar aliento, las ovaciones y aplausos se prolongaron durante unos minutos y los actores correspondieron saliendo cuatro o cinco veces a saludar. Prueba incontestable de reconocimiento a un libreto truculento del maestro de Stratford-upon-Avon, sí, pero sobre todo al buen hacer de la compañía. La excelente versión de Nando López, ligeramente peinada y expurgada de algunas expresiones racistas de la época que no aportan nada a la acción, sigue fielmente el original y su argumento.