No es el primer libro de Alba. G (Fuenlabrada, 1991), ni es su primer proyecto escénico. Y tampoco la pandemia mundial como contexto es la razón que justifica los dos años de proceso concienzudo de creación que, en palabras de la autora, “ha sido cocinado a fuego lento y de forma aislada del contexto externo, con mucha atención y respeto a los tiempos propios de la obra”. Poeta, agitadora cultural, feminista y, ahora, dramaturga novel y empresaria en ciernes, Alba. G confiesa que de corazón siempre quiso ser cantante y por eso, además de la violencia como gran tema central que sostiene la pieza, la música ocupa un lugar destacado.
Madrileña de nacimiento y asturiana de adopción, desayunamos en una cafetería de Proaza, concejo en el que vive por elección, para conversar sobre Mordiendo la verdad, texto ganador del premio Escena contra la violencia sexista 2019, y que se estrenará -crucemos los dedos- el próximo 12 de febrero en el teatro Teodoro Cuesta de Mieres. Además, sigue abierto el verkami que recauda fondos para la autoedición del texto ampliado y revisado y mejorar las condiciones técnicas de la puesta en escena detrás de la cual hay un equipo -equilibrado en su composición femenina- que acompaña a la artista.
¿Cuál es el punto de arranque de un proyecto tan complejo y largo como es Mordiendo la verdad?
Por un lado, una clara influencia del teatro muy bestia de creadoras como Angélica Liddell. Tuve la decisión clara de hacer ese teatro salvaje para acercarme a la violencia. Por otro lado, una amiga hizo el ejercicio de escribir una carta a su padre y leerla delante de él y del resto de su familia, una experiencia que me pareció devastadora. Yo empecé a hacer mi propia carta entonces y de ahí salió la estructura base de Mordiendo la verdad y esta carta es sobre todo el fundamento del primer acto, que es el único en el que utilizo la ficción biográfica. En este sentido, el segundo y tercer acto salen del marco de la carta: el segundo es una parte muy cuidada, sin concesiones. Como he estado rodeada de montañas, naturaleza y un elemento bucólico (Risas) tuve la necesidad de resolver toda la historia de violencia de los actos anteriores en el tercero, que se constituye a modo de respuesta o, mejor, dicho, pequeña pincelada de respuesta, para evitar dejar todas las preguntas sin resolver.
Imagen promocional de “Mordiendo la verdad”.
¿Qué diferencias hay entre la pieza actual y trabajos anteriores? Porque parece que es importante para ti esa diferencia.
Mordiendo la verdad está pensada para ser una experiencia. No es especialmente arriesgada en su discurso, aunque sí recoge influencias y formas de hacer que llevan el texto a mi lugar, como por ejemplo la transformación de la copla “Los Piconeros” en “Las Piconeras”, donde estas son bolleras. Digamos que está creada desde una presencia extrema que exige a las espectadoras una presencia total: una hora y pico ahí, sin que puedas ausentarte.
“El montaje exige a las espectadoras una presencia total”
Entonces, texto, música y presencia son los elementos que organizan la obra.
Y austeridad. La austeridad en la puesta en escena es deliberada para que no puedas distraerte como público. De todas formas, el elemento central es la violencia. La sinopsis de la obra, de lo que va, es sobre la explicitación de la resistencia que hemos desarrollado hacia la violencia y que nos arruina la vida. Sobre lo duro que es ver la crudeza y devastación encarnada en una persona que te lo cuenta, en este caso yo sobre el escenario, y que ha hecho el ejercicio doloroso de verse a sí misma integrando esa violencia. Cuando dejas de huir de ella y te asomas a esa violencia puedes ver que al mismo tiempo te ha constituido y te integra. Los órganos del cuerpo aquí son esenciales (los actos se titulan el tejido, el hueso, el órgano) porque la violencia me ha modificado los órganos. En mi exploración encontré que mi uso de la comida había sido violento y que mi aparato digestivo, después de años de este uso, se había modificado a través de enfermedades. Más allá, los trastornos alimenticios han hecho lo mismo en mi familia y la mayoría de mis familiares tienen estómago o intestino dañados. El corazón es el órgano esencial en la obra, que se destroza más allá de su propio simbolismo.
Si el cuerpo y sus órganos son estructurales en tu aproximación a la violencia, ¿de qué forma lo encajas y relacionas con el feminismo que, al fin y al cabo, ha estado presente como vector de toda tu producción hasta la fecha?
Las feministas hemos teorizado sobre la violencia y hemos llegado a un conocimiento muy potente y preciso sobre ella, pero, digamos, no hemos encarnado todo ese conocimiento. Mi proyecto ha sido bajarlo al cuerpo, bajarlo a la experiencia particular y por eso mencioné antes que lo innovador en el caso de Mordiendo la verdad no es lo discursivo. Fíjate que he utilizado deliberadamente para el propio montaje técnicas de maltrato hacia las espectadoras y espectadores como la técnica de disco rallado o la del gaslighting (o luz de gas, una forma de abuso emocional) porque busco recrear esa forma de violencia para hacerla visible. Si la vives, no la ves. Si metes en la ecuación al público, a un tercero, se hace visible. El objetivo como ves es hacer tan visible la violencia que sea imposible negarla. El planteamiento es que tú, espectador, espectadora, asumas la violencia que te ha constituido y no que te responsabilices de ella. El planteamiento es traer delante la violencia real. Me encuentro habitualmente con un hecho de profunda dislocación: a pesar de conocer la teoría y los procedimientos que rigen una relación de violencia, cuando escuchamos por ejemplo el testimonio de una mujer que sufrió violencia machista nos sorprendemos. ¿Por qué? Porque no hemos hecho el ejercicio imprescindible de coger ese contenido violento que nos ha rodeado con mayor o menor intensidad en nuestras relaciones durante años y llevarlo “a casa”. Por eso, lo innovador no es lo discursivo sino el movimiento que planteo para mí como autora y actriz sobre el escenario: quedarme a solas con mi historia de violencia en un espacio en el que no estoy sola. Cuento mi historia de violencia, que no es una durísima, sino equiparable, y la sostengo en directo para que el público pueda hacer lo mismo, rodeada y acompañada, aunque eso no quiere decir que nadie tenga que protegerme.
“He utilizado técnicas de maltrato hacia el público”
El feminismo en todo caso es lo que da la posibilidad de enfrentar esa violencia que explicito, en la medida que ha desarrollado herramientas reales y al alcance. Y, además, nos permite reconocernos a nosotras y a otras identidades como sujeto competente, de tal forma que te puedes enunciar y contarte a ti misma. Lamentablemente parece que esto último no estaba plenamente instaurado y a día de hoy hay personas que no pueden enunciarse y ser sujetos competentes.
Hay entonces una voluntad de contar un tema universal como es la violencia en las relaciones (familiares, de pareja, contra las mujeres, sociales) utilizando todos los mecanismos que permitan la identificación catártica del público y, del mismo modo, un intento de conectar el aporte feminista sobre violencia con la experiencia concreta o la realidad social vivida.
Sí, pero en cuanto a lo primero, además he tenido en cuenta el matiz intergeneracional. No son los mismos mecanismos los que generan la violencia para el momento de mi abuelo o mi abuela, mi padre o mi madre, o yo misma. Pero, al mismo tiempo, cualquiera puede reconocerse en esos mecanismos, en la narración de mi abuelo, de mi padre, porque, en realidad, es siempre la misma historia de violencia.
Alba G.
Por otro lado, en cuanto a lo segundo, me pongo como ejemplo. En mi caso, yo me di cuenta de que estaba disociada de mi cuerpo: poseía autonomía y poder, pero eso no estaba incardinado en mi cuerpo. Mi capacidad y evolución de discurso, en ocasiones manejando un nivel de complejidad teórica y técnica muy alto, no estaba al nivel de mi desarrollo corporal: esa era la disociación. El trabajo teatral en este caso me ha permitido trabajar la presencia como estrategia de reconexión de esos dos ámbitos. No soy absolutamente mental, lo que ocurre es que me he construido durante años sobre el discurso. El cuerpo es una de las grandes conquistas de las mujeres y, además, no tiene posibilidad de engaño: puedes engañarte a ti misma a través de procesos mentales pero el cuerpo queda inmediatamente fuera de ese autoengaño.
Cambiando de asunto, la música te ha acompañado tanto en tu vida profesional, como vital y también como creadora. En este caso, a pesar de la austeridad deliberada en la puesta en escena, te acompaña sin embargo el músico Carlos García Marrón. ¿Qué lugar le has dado al elemento musical en Mordiendo la verdad?
La música ha estado desde el principio porque yo, de corazón, quiero ser cantante. De hecho, soy cantante y es lo que ya sé que me hace más feliz en el mundo. Quería también que se construyera desde una parte disfrutona en la que yo no tuviera que estar pensando una vez en escena, para poder respirar. Me gusta la música de autor, la copla, que no son géneros ligeros y están presentes en la pieza como punto de apoyo y como salto entre actos. La música no te pide nada, solo que te dejes y disfrutes y te conecta con otras partes del cuerpo, volviendo a lo anterior, y es capaz de producir de forma rápida cambios en el estado de ánimo. Definitivamente, la música es una de las protagonistas del espectáculo. Por otra parte, Carlos. Yo siempre he soñado con ser cantaora y tener mi propia o propio guitarrista acompañante. Y ahí estaba Carlos. Como músico, a él le gusta el género balkan, por el que más se le conoce en la actualidad, pero también, como a mí, los boleros, la copla, la música popular, etc. Un día le pedí ser mi guitarrista, casi como una pedida de mano en toda regla. Le dije, quiero que seas tú, que me acompañes, que tengas disponibilidad para ello. Carlos, además, encaja a la perfección en Mordiendo la verdad porque es uno de esos hombres diferentes.
Por último, Mordiendo la verdad es un proyecto complejo porque tiene forma de texto teatral, de espectáculo escénico (y musical), de libro revisado en el que pones el texto original a dialogar con invitadas y también tiene forma de artefacto audiovisual. Y, de hecho, ha resultado ir acompañado de tu decisión de explorar la vía empresarial para poder hacer de ello definitivamente tu forma de vida.
Esto último es fundamental. He querido tener la posibilidad de dedicarme a la gestión en el ámbito escénico, de tener mi empresa. Me pone además ser tía empresaria. Quiero disponer de recursos, remunerar bien y en condiciones al equipo. No depender de decisiones de nadie más. Mira, a las mujeres se nos ha incentivado menos para poder elegir nuestra profesión y para poder hacer una apuesta por profesionalizarnos en un campo que nos interese personalmente y en el que seamos buenas. Yo, como muchas otras, siempre me vi expuesta al recurso -en mi caso también marcado por la clase- de la eterna camarera. Y eso que a mí me gusta bastante ser camarera. Pero nunca me tomé demasiado en serio la posibilidad de tener una carrera profesional y autónoma en lo que me gusta, que se me da bien y que llevo ejerciendo años, como es el tema escénico. Entonces, el sesgo de género en este tema es claro: nos pasa a las mujeres que siempre sentimos que tenemos que tener un plan B más realista, porque no se contempla como realista poder ser empresarias o capacitadas para la gestión.
Mi salto al mundo empresarial es un puñetazo encima de la mesa que dice: si nadie cree en mí, voy a hacerlo yo y, además, no necesito la aprobación de nadie más. Por otro lado, desde el punto de vista de la gestión, tuve dos cuestiones claras desde el principio. Por un lado, que hubiera tías en el equipo que me acompaña y, especialmente, en los ámbitos más técnicos como son sonido, iluminación, etc. Por otro lado, está la apuesta desarrollar el proyecto quedándome en Asturies y, en concreto, en lo rural, sin tener que marchar a la ciudad o grandes capitales.