La calle Galiana no está lejos del centro del mundo. Es una de las arterias peatonales que mantienen vivo ese corazón de acero y cemento del que está hecho Avilés, la tercera ciudad asturiana. Cada sábado previo al Antroxu (asina llamamos n’Asturies al carnaval), en Galiana se amontonaba un río de gente para navegar por una riada de espuma, alcohol y confeti. El Don Floro de Aviles estaba siempre abierto en la calle Galiana, en Antroxu o en cualquier otra fecha, para que entraran y salieran de él la gente y la música con todos sus ritmos mestizos.
Nunca fui al Descenso de Galiana, pero viví momentos eternamente felices en esa calle, entre las cuatro paredes de piedra y madera del Don Floro, donde retumbaba la buena música en directo, la buena cerveza y una mano agarrando la mía en una declaración de amor que yo llegué a creer que era verdadera. Por eso pienso que la calle Galiana no está lejos del centro del mundo.
Fachada del Don Floro. Foto: Tania González.
El propietario del Don Floro ha descolgado hoy el cartel del negocio, ha arriado ese estandarte de madera que durante años y décadas nunca se plegó a los vientos del Cantábrico por jodidas que fueran las borrascas. No se sabe a cuánta gente habrá tumbando ya esta crisis que pagará la gente de siempre (yo no he visto aún “arriar” su corbata a ningún representante político ni a ningún directivo de una multinacional) . Hoy se lleva por delante al Don Floro, y a mí me viene a la mente un puñado de tristeza y una canción de Johny Cash, que me parece que podría ser una banda sonora guapa y rebelde para una despedida.