La vida de Luz Cuadra (Managua, 1944) podría contarse enumerando las causas que ha defendido, como abogada y como activista, desde que salió a la calle para protestar contra la represión de Anastasio Somoza en su Nicaragua natal hasta los años como presidenta de Asturias Acoge. Hablaríamos del movimiento estudiantil antifranquista, de los inmigrantes sin papeles, la revolución sandinista, los despachos laboralistas, las mujeres divorciadas, los menores no acompañados…pero no estaríamos contándolo todo.
El de Cuadra es, o al menos fue, uno de los apellidos más linajudos de Nicaragua. El abuelo de Luz, Vicente Cuadra, fue presidente del país a finales del siglo XIX; y es la suya una familia de diplomáticos, académicos, poetas, periodistas y comerciantes. Luz creció en un ambiente conservador pero tolerante, con una gran biblioteca y una casa en el campo, y tanto en ella como en sus dos hermanas—ambas participaron en el derrocamiento de Somoza—germinó un instinto de rebeldía y solidaridad que sigue sosteniendo su existencia. Hace un año el virus la obligó a pasar a la retaguardia, y ahora ocupa los días cuidando a sus nietos y leyendo en su piso de Otero.
Cuando Luz se levantó para hacerse las fotografías se volvió hacia mí el joven venezolano que estaba en la mesa de al lado: “Mi hijo va al cole con su nieto, y desde que la conocí hace tres años siempre ha estado pendiente de ayudarme. Siempre preguntándome si podía ayudarme con lo que sea”. Luz, que no le ha oído, vuelve a sentarse y sigue repasando su vida.
Usted nació bajo la dinastía de los Somoza
Sí, cuando nací estaba en el poder Somoza el viejo, Anastasio Somoza. Mi padre era totalmente contrario al régimen, pero sin ser activo. Entonces funcionaba mucho lo de los apellidos, y Cuadra era un apellido respetado. Él se podía dar ciertos lujos que a otros no se les toleraban. Era del Partido Conservador y yo fui a un colegio de monjas, pero monjas un poco especiales. Porque no eran monjas somocistas, sino contrarias el régimen. Eran unas monjas españolas, de Barcelona, y luego muchas de esas monjas estuvieron de guerrilleras en la revolución.
¿Y cómo fue su infancia y adolescencia en aquel ambiente?
Tuve mi primer contacto en contra de Somoza a los 15 años, cuando hubo una matanza de estudiantes en León y salimos vestidas de negro. Me acuerdo que salimos desde el colegio, con el uniforme y ropita negra, y me encontré frente a frente con la Guardia Nacional con la bayoneta. Por eso cuando vine aquí yo me decía “va esto no es nada, son solo pelotazos”.
¿Por qué decidió venir a España?
Tenía la opción de irme a EE.UU. Yo tenía mucha familia allí, pero mi abuelita, que era de Madrid, me había contado maravillas de España. Yo tenía un mito de España desde pequeñita, la tenía muy mitificada. Vivía entusiasmada con España y me parecía el mejor sitio del mundo. Así me vine.
Y me vine porque hay un poeta muy conocido, Pablo Antonio Cuadra, que era primo de mi padre. Este señor había estado mucho en España y conocía un colegio mayor muy especial. Entonces me vine en el año 62 a ese colegio mayor, que había sido la antigua residencia de señoritas, formada por María de Maeztu.
Estaba en la calle Fortuny, en Madrid, y era un sitio divino, precioso, con un jardín alrededor y con una biblioteca muy completa y toda de madera. Luego lo tiraron e hicieron una cosa moderna, espantosa. Yo, que ya era una lectora voraz, me olvidé de que estaba en primero de Derecho y que lo que tenía que hacer era estudiar. Me iba a la biblioteca y me quedaba cuatro horas leyendo cosas que no tenían nada que ver con lo que estudiaba.
¿Ha sido muy lectora desde pequeña?
Desde muy pequeña. En mi casa se leía mucho. Cuando vine aquí, en el 62, me sorprendió que estuviera prohibido Lorca, y todos los de la generación del 98 como ocultos Y no podía entender que esas cosas, que yo había leído en el Bachillerato en Nicaragua, estuvieran aquí tenidas como en poca consideración. Era una cosa impresionante lo de la dictadura de Franco. Creo que no tenéis ni idea de lo que fue.
Usted había nacido en una dictadura, y podía comparar con lo que vivió allí
Era peor la de aquí. Era peor en el sentido de que era más ideológica. Había una represión terrible. Por ejemplo, podrías leer de Martín Gaite los “Usos y costumbres de la posguerra”, un libro que yo recomendaría a todos los jóvenes para que supieran el nivel de represión, ya no solo sexual, sino represión del pensamiento.
“La dictadura de Franco era peor que la de Somoza en Nicaragua”
¿Una dictadura más sutil, y no una dictadura de policías con bayonetas como había visto en Nicaragua?
Sí, sí. Y además yo decía: “¿De qué guerra me hablan?”. Si yo llegué en el 62, ¡y esta guerra se terminó hace cuanto! La gente todavía hablaba de la guerra en voz baja, y yo no podía entender aquello. Alguna me confesaba que su padre había estado en la cárcel, pero en secreto. Eran confidencias.
Fue una época de agitación contra la dictadura
Conocí a la gente de FUDE, la Federación Universitaria Democrática Española, del Partido Comunista. Me hice amiga de ellos y me empezaron a adoctrinar. Las lecturas, en vez de ser literatura, eran materialismo dialéctico, Sartre, Simone de Beauvoir…Toda la parafernalia de la época.
Conocí a alguien muy importante que se llamaba Ernesto Llorente Halffter, que era hijo de una hermana de Halffter, el músico. Esta hermana suya se había casado con un obrero y estaba completamente apartada por haber estado en el PC y había tenido que salir del país. Tuvieron dos niños, uno estudiaba económicas, que fue amigo de mi esposo, y otro que estudiaba derecho. Los dos se murieron muy pronto, y han sido un símbolo para mí porque fueron los que me metieron al partido.
Entonces, ¿su actividad política empieza en el movimiento estudiantil antifranquista?
Efectivamente. Y se me alargó tanto la carrera, porque tenía tantas cosas que hacer…Estudiar solo derecho era un rollo, y se me alargó, se me alargó, se me alargó…y así cogí la siguiente época de protestas, la del 67-68.
¿Por esa época conociste a tu marido?
A través de Ernesto Halffter. Hacíamos excursiones por el campo. Íbamos mucho al pantano de San Juan, y una de las veces vino él. Nos conocimos en abril, en una reunión para preparar lo que íbamos a hacer el 1 de Mayo. Decidimos que el 1 de Mayo comeríamos en Casa de Campo e iríamos luego a la manifestación.
Ese día era la segunda vez que lo veía, y lo detuvieron en la manifestación. Yo salí corriendo, perdí un zapato y todo, pero no me pillaron. Y ya no supe nada de él, porque no lo conocía de nada, hasta que un día me lo encontré en el comedor universitario y empezamos a hablar. “Entonces también estás en este rollo” y eso, y seguimos juntos en la lucha. Poco después le metieron en la cárcel por su actividad política. Yo no sabía ni cómo se llamaba. Para mí era Pepe El Maño, porque éramos compañeros políticos, pero no éramos pareja todavía.
Yo me fui un día a llevarle unas cosas a la cárcel de Carabanchel. Llegué allí con mi paquete y me dicen “¿para quién es este paquete?”. Y digo yo: “Para Pepe El Maño”. Y el guardia: “Ya, ¿pero cómo se llama?”. ¡Y yo no lo sabía! (Ríe) Y me volví con mi paquete porque no sabía cómo se llamaba Pepe El Maño.
Luego vino su familia de Aragón, su padre de hecho era falangista, pero no le sirvió nada. Ahí se quedó todo el mes en la cárcel, y luego nos trajo muchas consecuencias por los antecedentes. Acabamos los dos la carrera y ya no le volvieron a pillar, pese a que estaba en todas las historias. Y decidimos irnos a Ginebra, en el año 70, pero antes murió mi padre.

¿No había vuelto a Nicaragua desde que llegó a España?
Desde el año 62 no había vuelto a Nicaragua hasta la muerte de mi padre, en el año 70. Conservaba el contacto por cartas, porque entonces el correo en España era una maravilla, y llegaban en una semana. En ocho años hablé dos veces por teléfono con mi madre. Volví a la muerte de él y estuve ahí 3 meses. No llegué a su funeral.
Y se fueron luego a Ginebra, ¿a qué?
Allí conocimos a los grandes popes del Partido Comunista en el exilio, y entramos en el mundo de la inmigración española. Entonces estaban los convenios que, en teoría, se iban todos a trabajar a la industria con los papeles en regla, pero era mentira. Los tenían en unos barracones de madera, los suizos los trataban fatal…Era un horror cómo los tenían. Había un montón de irregulares, y organizamos muchísimas manifestaciones para pedir que les diesen papeles.
“La militancia durante el franquismo era un sinvivir, pero ahora la recuerdo como una aventura”
¿Ahí empezó su compromiso con los inmigrantes?
Exacto. Yo ya era abogada, y esa fue mi especialización. Las leyes suizas eran durísimas para la inmigración. Pero entonces, en diciembre del 72, fue el terremoto de Nicaragua, que destrozó Managua totalmente. Yo estaba en casa unos amigos viendo la tele y anuncian el terremoto, y me entró una angustia…No podía saber si le había pasado algo a mi familia.
Tenía una hermana que estaba en Barcelona, que era monja, aunque luego se salió, y le pregunté si sabía algo. El terremoto fue el día 23 de diciembre y hasta el día 1 de enero no supe que no les había pasado nada. Entonces decidimos volver a España, porque en Ginebra no teníamos a nadie.
¿Y adonde fueron?
Fuimos a Aragón, a casa de mi marido. A todo esto, sus padres no me conocían y no estábamos casados. Y esa es otra, porque no se podía andar por ahí sin casarse…Entonces aparecimos por casa de mis suegros, campesinos, y me decían “la peruana” (Ríe). Pero la verdad es que estuve bien con ella. Sobre todo con ella, con él menos, pero mi suegra me acogió muy bien.
Piensa que, entonces, las leyes eran que si un extranjero se casaba con un español adquiría la nacionalidad española. En aquella época las mujeres eran simplemente un apéndice de los hombres. Yo me casé por lo civil en el 73 y adquirí la nacionalidad española de inmediato. Salimos en el periódico como que se celebraban pocos matrimonios civiles, y los que lo hacían eran extranjeros (Ríe).

¿Volvió a la abogacía?
En Zaragoza tenía conocidos y empezamos con el derecho laboral, que era de lo que había mucho entonces. Comisiones Obreras montó un despacho, y la verdad es que fue tremendo. Una lucha tremenda. No había ningún derecho laboral; era una cosa terrorífica.
Ibas a pelear un despido y, si lo perdía tu defendido, perdía la asistencia sanitaria. Solo tenía asistencia sanitaria el que trabajaba. Era tremendo a lo que te exponías, y los años de los despachos laboralistas fueron muy duros. Esto fue del 73 hasta el 75 o por ahí.
¿Seguía con la militancia en el partido?
En el 73 era militante del PC y llevaba la propaganda de barrio. Mi marido, que había entrado a trabajar en Balay, estaba en el metal. Yo llegué a tener tres pisos a mi nombre, y ahí teníamos las vietnamitas. Era todo un día para hacer las octavillas, y otro día para entregarlas. Yo no podía tener ni una sola octavilla en mi casa, claro, y por eso andábamos alquilando pisos. Era peligroso pero al mismo tiempo divertido (Ríe).
Me acuerdo cuando mataron a Carrero Blanco, que salimos por piernas a escondernos a casa de un primo de mi marido, por miedo a las represalias. Era un sinvivir, pero ahora lo recuerdo como una aventura.
¿Su familia en Nicaragua sabía en qué andaba metida?
No, pero mis hermanas a su vez ya estaban metidas con lo del sandinismo. Salimos todas rebeldes.
“Ha habido una terrible corrupción y de aquel proyecto sandinista no queda nada”
¿Hasta cuándo estuvieron en Zaragoza?
En el 75 nació mi hija, y me cambió la vida. Hasta ese momento no había echado en falta a mi madre, pero entonces me di cuenta de que estaba sola. Fue un corte total. Él se iba a trabajar por los pueblos y el sábado se iba a las reuniones del partido. Yo estaba sola toda la semana con la niña, desesperada. Con lo cual dije: “Nos vamos a Nicaragua”, y nos fuimos en el 76 durante tres meses.
¿Con qué Nicaragua se encuentra?
Una Nicaragua alborotada con la posibilidad de una revolución sandinista. Mis hermanas estaban metidas en todo ese rollo, pero yo estaba con mi niña y al calor de la familia y no me involucré. Era el momento de la maternidad.

Y volvieron a España
Volví a Zaragoza al despacho de laboralistas de CC.OO, y un par de años después me monté despacho con otro abogado y a la vez monté el Comité de Solidaridad con Nicaragua en Zaragoza, para recoger fondos y mandarlos allá.
Y entonces en el año 78 decidí que si la revolución ganaba me volvía, y volvimos en el 80 a Managua. En el 79 mi hermana pequeña, con 26 años, se había metido de guerrillera. En el 80, un mes antes de ir yo, tuvo un accidente de coche y se mató. Nos tocó llegar para el entierro de mi hermana, que la enterraron con la bandera sandinista. Era un personaje de la revolución. Mi otra hermana había sido correo de la guerrilla, y las dos estuvieron muy involucradas en la historia.
Llegamos y a mí me ofrecieron ser Directora General de Trabajo, pero dije que no. No conocía Nicaragua, no conocía las leyes. No tenía sentido. Yo quería un trabajito de baja intensidad.
¿Y cuál fue?
A mi marido lo metieron en el comercio internacional, y yo me metí al trabajo más bonito que he tenido en toda mi vida. Era de formación a los trabajadores, para que conocieran sus derechos laborales. Entonces me iba a la fábrica a explicárselas. Porque había leyes, pero la gente no las conocía. Las clases eran una maravilla. Era estar con los trabajadores, conocer mi país realmente, ir a los pueblos cercanos. Fue una experiencia increíble.
Acababa de triunfar la revolución tras varias décadas de tiranía…
El ambiente era de pura euforia. Ibas al mercado y la gente estaba bailando y cantando. Por todos lados se veía un ambiente maravilloso, pero un año después empezó a venir la Contra y nos empezó a dar miedo por nuestra hija. Aparte de que el clima de Nicaragua es muy duro. Mi marido tiene un problema de estómago y se quedó así (Levanta el dedo meñique). Y entre el temor por nuestra hija y por su salud decidimos marchar.
Una cosa que nos sorprendió mucho fue la escuela infantil a la que llevamos a nuestra hija. Yo siempre he tenido mucho interés por la educación, soy una frustrada del magisterio, y en Zaragoza la habíamos llevado a una cooperativa con educación alternativa. Pues la escuela a la que la llevamos en Nicaragua tenía un programa mucho más avanzado que la de Zaragoza. Y es que todo el mundo quería hacer cosas nuevas, se respiraba en todos lados un aire de renovación.
¿Se ha sentido luego decepcionada con el rumbo de la revolución?
Es una pregunta difícil de responder en pocas palabras y sobre todo por mí, que llevo fuera de Nicaragua desde el año 2007.
Pero una cosa quiero diferenciar. La Revolución Sandinista del año 79 tuvo sentido en su momento, bien lo explicó García Laviana, que luchó por ella. Había un proyecto, aunque a veces el proyecto no tiene las condiciones culturales para ello, además de todas las circunstancias adversas con el boicot de Estados Unidos y la Contra. Pero se hicieron cosas estupendas. Solo como uno de los ejemplos más llamativos: la alfabetización. Y de esa Revolución nunca voy a renunciar.
Lo que vino luego en el 2007 es otra cosa diferente que no se puede comparar. Y no estoy en condiciones de hacer un análisis, ni siquiera comentarlo, pues a pesar de toda la información que puedes encontrar en internet, tienes que estar allí para saber lo que realmente pasa. Aunque sé que ha habido una terrible corrupción y que de aquel proyecto no queda nada.
Hay intelectuales muy conocidos-Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez y Gioconda Belli– con gran reconocimiento internacional que son muy contrarios a los actuales dirigentes del país. Pero, como te he dicho antes, no estoy en condiciones de comentar este tema.
“Nunca he tenido sentimientos de española”
¿Volvieron entonces a España?
Nos fuimos en el 81 a Estados Unidos, porque estaba en Washington mi hermana. Supuestamente, íbamos a estar unos días y a volver a España. Pero mi hermana nos propuso quedarnos una temporada, y dijimos que vale. Fue una experiencia increíble lo de Estados Unidos, y eso que yo iba con mi manía contra Estados Unidos…
Llevamos a mi hija a un colegio de la comunidad y nos quedamos hasta que acabó el curso, y fue una experiencia curiosísima, porque encontré una sociedad diferente a como la imaginaba. Claro, estaba en la parte más desarrollada democráticamente y eran otros tiempos.
Entonces volví a España muy en contra de todo. Gran contradicción: odiaba España, odiaba haber tenido que volver. No quería saber nada de nada, no volví a trabajar. Mi hija tenía 7 u 8 años, y me dediqué a estar con ella, a estar en el colegio y a implicarme en la educación. Los niños salían del colegio y venían a mi casa. Inventé un periódico, funciones de teatro, me metí a los scouts…hice cursos de tiempo libre. No me arrepiento de mi decisión fueron unos años entregados al cuidado y que mi hija, y toda la familia, disfrutó enormemente.
Pero llegó un momento que ya pensé que tenía que volver a trabajar, y me reenganché en un despacho. Entonces ya no era tanto el laboralista, sino el divorcio. Me especialicé en ese asunto, que entonces era durísimo. Salías del juzgado con un guardia acompañándote, porque el tío decía que era por tu culpa que se había divorciado su mujer. Era en los primeros 80. La Ley de divorcio en España es del año 1981.

¿Y qué hay de la inmigración en esos años? Es cuando empiezan a llegar las primeras olas
En España no había ley de extranjería porque los extranjeros eran pocos. No es hasta el año 1985 cuando se dicta la primera y se impuso el visado obligatorio. En los 90 empezaron a llegar los inmigrantes en oleadas
En Zaragoza llegaron primero marroquíes, dominicanas y ecuatorianos. Más tarde empezaron los senegaleses. Entonces empecé con eso y lo que querían todos era hacer asociaciones. Yo estaba en SOS Racismo y empecé como abogada voluntaria en las asociaciones: de senegaleses, de peruanos, de argelinos…No recuerdo la fecha exacta, creo fue 1992, cuando montamos en Zaragoza el Servicio de Orientación Jurídica para la inmigración en el Colegio de Abogados, que fue el primero que hubo en España. Fue un gran avance, allí participe y en mis últimos años de estancia en Zaragoza impartí cursos de formación en la materia para los que se iniciaban en el turno de oficio especial de Extranjería.
¿Cómo recibía y trataba la sociedad española a esos primeros inmigrantes?
Mal. Siempre fueron mal recibidos los marroquíes. Los moros siempre fueron mal recibidos, como los gitanos. La misma sensación de mal. Las latinas eran consideradas todas unas putas; que todas venían a putear. Te lo decían en la cara, que toda eran putas, con lo cual yo me convertí en puta también.
¿No se había sentido extranjera en España hasta ese momento?
Exactamente. Hasta entonces no había sido extranjera. Yo tengo un físico que no está racializado, con lo que puedo pasar como española si no abro mucho la boca. Pero nunca he tenido sentimientos de española. Siempre he dicho “vosotros”. No soy española, y en aquella época menos. Entonces me sentía muy muy nicaragüense, más que nunca. Y me sentía muy cercana a todas las injusticias que se hacían.

¿Son cada vez más duras las leyes de extranjería?
Ahora hay más inmigrantes y la gente tiene más miedo. El miedo es a que me quiten el puesto y a que haya costumbres distintas, y lo peor es el discurso de odio que se ha impuesto
A partir de los años 90 toda mi vida ya corrió alrededor de la inmigración. No solo los casos que llevaba, sino también la vida personal. El cambio fue radical: aparecieron lugares donde se bailaba salsa, nuevos productos gastronómicos… Zaragoza se volvió menos gris, más alegre.
Y sin embargo las leyes de extranjería se han ido endureciendo cada vez más y haciéndole la vida a los inmigrantes más difícil. Creo que si la gente conociera lo difícil que es ser regular en España, y lo imposible que es venir con papeles, serían más comprensivos. Eso es así excepto si tienes mucho dinero. Entonces no tienes problemas y, si además eres famoso, te dan hasta la nacionalidad.
¿Y cómo es que acabó en Asturias?
Mi hija se vino aquí a vivir, no recuerdo el año, y su primer niño nació en 2010. Eso fue lo que me trajo a Asturias con mi marido. Ya había estado separada de mi familia, pero quería estar con los nietos. Cerré los garitos en Zaragoza y me vine para acá. Y es la mejor decisión que he hecho. Estar cerca de ellos es mi mayor alegría.
“Ahora hay más inmigrantes y la gente tiene más miedo”
¿Conocías a alguien aquí?
A la única persona que conocía en Oviedo era a Ana Taboada, porque ambas habíamos estado en SOS Racismo. Ella fue a una reunión en Zaragoza, y dio la casualidad de que nos conocimos en esa reunión. Cuando vine aquí fue a la primera persona que llamé. Luego empecé a buscar a todas las nicas que había, e incluso monté una asociación de nicaragüenses en Oviedo.
Entonces me metí en Ayuda en Acción, que trabajaba mucho en los pueblos, y tuve la ocasión de conocer las asociaciones de los pueblos de Asturias. Fue fenomenal.
También ha sido presidenta de Asturias Acoge
Un día por la calle vi un letrero de Asturias Acoge, y subí y me enganché con ellos. La experiencia fue francamente buena. Estuve ocho años, tres de presidenta. Lo dejé el año pasado por la pandemia. Yo no puedo recibir gente ni repartir comida ni nada. Ya se queda la gente joven.
¿Y ahora se dedica a leer?
Sí, sí. Estoy fatal por no poder participar en nada. Estoy en un club de lectura de la biblioteca del Fontán con un monitor estupendo y con el escritor Fernando Menéndez. He hecho compañeras de lectura muy interesantes, aunque ahora todo es por Zoom, claro.
Esto me ha llevado a conocer cosas nuevas. Un libro genial ha sido el de Álvaro Enrigue “Ahora me rindo y eso es todo”, sobre Gerónimo, el apache, pero con una versión diferente a la de la película. También el descubrimiento de Marta Sanz, pero hay muchas otras lecturas más.
¿Qué libros le siguen acompañando?
Sigo con muchos de mi juventud y de infancia, que en esa época leí muchísimo. Tengo mis clásicos: Faulkner, García Márquez, Borges, Álvaro Mutis…Pero actualmente los tiempos te llevan a otras lecturas.
Hay muchos conceptos nuevos que tienes que leer para poder entenderlos: el feminismo con la orientación hacia los cuidados como centro de la vida; la teoría queer, que me resulta muy complicada de entender; y el antirracismo. Me ha resultado muy interesante un libro de Desirée Bela-Lobedde, “La mujer negra en España”, y seguirla en su blog me lleva a conocer nuevas orientaciones acerca del racismo, que está tan arraigado y a veces no nos damos cuenta de que lo ejercemos o miramos para otro lado. Y también sobre educación, que es un tema que me apasiona y actualmente se están viendo nuevas orientaciones y con los nietos tengo que estar al día.
Cuando estuve en Nicaragua me sorprendió mucho la reverencia y el respeto que sentía la gente por la poesía. Cualquier niño te recitaba poemas de Rubén Darío
Sí, sí. De siempre. Y yo soy una maniática con eso. A mis nietos les meto la poesía como puedo. Mi hija me dice “¡qué pesada eres!” ¡Es que “Margarita” se la tiene que saber todo niño! Y me dice que es muy larga…Bueno, ¿y qué?