Dejó el mundo del teatro, en concreto como técnica de iluminación, y volvió pal pueblo con todo el remango del que hacía gala. Noelia García Fernández, junto con Pablo Vélez Fernández, montó Pitasana, una granja de huevo ecológico que cuenta siete años de vida a sus espaldas ubicada en Armal (Bual). Ambos forman un tándem en el que se complementan a base de turnos y necesidades marcadas por las estaciones del año. Les gusta pensar que hay otra manera de hacer, de vivir, de alimentarse, y para ello trabajan desde este lejano pedazo de tierra, y léase lejano en tono reivindicativo, porque en su proyecto hay mucho de reivindicación.
Es la reivindicación por lo de antes adaptado a los nuevos tiempos; es la reivindicación por proteger áreas despobladas, alejadas de los centros, que se escapan por los márgenes; es la reivindicación por la visibilización de lo rural, de las mujeres del rural, de la cultura en lo rural. Es la reivindicación de que lo lejano siempre depende de la perspectiva de quien mira. De modo que es el centro lo que también está lejano.

Pablo Vélez y Noelia García, el alma de Pitasana. Foto: Elena Plaza
“Uno de los hándicaps de emprender en el occidente de Asturias es que es distancia: la tienes que recorrer para vender los huevos en el centro, también cuando tiene que llegar mercancías, cartones, envases… suelen tardar más en llegar. El tema de emprender en el mundo rural, cuando es rural de verdad y está aislado, alejado de la zona central, que es donde está todo en Asturias al final, siempre tiene un valor añadido por la valentía de emprender en esta zona y un valor añadido económico por el esfuerzo que conlleva sacar el producto de esta zona y llevarlo hasta el centro, el oriente o donde vaya”, se reafirma Noelia que, cansada del ritmo frenético de su anterior profesión, apostó por volver a su origen.
Hasta Armal viene mucha gente del centro, dice, pero también hay otra que no llega hasta este concejo “por estar en el occidente porque les parece una zona lejana. Y al final es el mismo recorrido del centro a Llanes que del centro aquí, pero a nivel psicológico desde el centro se tiende a tirar hacia oriente o interior y el occidente está, por alguna razón, más alejado mentalmente”. Las distancias psicológicas, al igual que el tiempo psicológico, tiene mucho más peso que el real.
Venden huevos en ecológico y también parte de su propia producción, “cultivamos un poco más de lo que consumimos al año. La huerta la tenemos para nuestro autoconsumo y los excedentes los vendemos en venta directa en la granja a las visitas que vienen”. Complementan con la actividad de granja escuela y talleres en la naturaleza, aunque cuentan que esta época covid también les ha afectado.
Toda la producción es a pequeña escala y los huevos solo los venden en Asturias, bien en locales o a las visitas que reciben. Destaca que se trata de una granja biodiversa, con diversidad de cultivos y de espacios, que produce de manera sostenible en ecológico pero que tiene que convivir con la normativa para granjas industriales, ésas que tienen 20.000 gallinas hacinadas en jaulas. “Tienen la misma normativa que una granja artesana ecológica que procede totalmente diferente con el medio ambiente y con los animales. Nosotros somos autosuficientes en cuanto a electricidad, con placas solares y baterías. No debería ser la misma normativa para las grandes industrias pensadas para abastecer ciudades que para las pequeñas granjas diversas que pueda haber en Asturias, granjas artesanas que abastecen a la zona local y que respetan y cuidan en todo momento el medio ambiente y el entorno y enriquecen la zona rural”.
Si el proyecto no es más rentable en parte es por la visión consumista existente en la sociedad, con productos, que no alimentos, baratos por el coste industrial para alimentar a mucha gente. En parte también por la limitación que supone la normativa, “pensada para la industria, para un tipo de alimentación pensada para abastecer ciudades y que todo sea grande y barato. Ahí no entramos las granjas locales y diversas”.

Noelia es una polvorilla con las cosas claras, así que desde COPAE, el sello de garantía de producción ecológica en el que también participa, han lanzado una propuesta a la Consejería de Medio Rural para diseñar una figura de producción de granja artesana que suponga, por otra parte, el mantenimiento de los caseríos asturianos “que siempre existieron y que, últimamente por culpa de las normativas, cada vez les cuesta más tener un proyecto de este tipo”.
“En otras comunidades ya se está empezando a trabajar en esto. Por ejemplo en Galicia ya tienen la figura de granja avícola artesana en la que pueden tener gallinas para criar, pollos… En Asturias sería muy interesante también para proteger al pitu caleya. Los gallegos también tienen activada la cooperativa formada por dos personas, algo que para lugares desfavorecidos o de poca población está genial para fomentar el cooperativismo”, relata en medio de un torbellino de ideas y proyectos. Pero todos ellos asentados y estudiados.
Habla también de otra figura, la SPG (Sistema Participativo de Garantía), en funcionamiento ya en muchas comunidades del estado. “Es un sistema de autocontrol en el que la propia organización gestiona la producción en ecológico, haciendo visitas y controles a las granjas, y haciendo venta directa. Se basa en la confianza entre productores y cliente final y la colaboración mutua entre todos los productores. Cada SPG tiene diferentes sinergias: por ejemplo la de Galicia está en Lugo y tienen un mercado donde van a vender todos sus productores. Luego hay diferentes organizaciones colaborativas dentro de este sistema que resultan muy interesantes para las zonas rurales y este tipo de agricultura”, explica.

Valientes emprendedores
“El emprendimiento no está hecho para todas las personas ni todas las personas deberían lanzarse al emprendimiento porque es una carrera de resistencia y de trabajar todos los días mucho, de enfrentarte con titanes para los que no tienes herramientas ni conocimientos para poder superarlos. Es difícil, muy difícil”, se sincera. “El emprendimiento es una herramienta que mucha gente coge porque no le queda otra opción, seguramente, pero no es un camino sencillo ni que se deba tomar a la ligera”.
Es consciente de que el covid modificó el pensamiento durante la pandemia de forma intensa, “pero después bajó toda esa intensidad y ahora nos viene gente a la granja desde otras comunidades con la idea de vivir en una casa en el campo, más cercanos a la naturaleza. En realidad sirvió para reforzar a los que ya pensaban así”.
En su caso y el de Pablo lo tenían claro porque querían vivir en el mundo rural, hacer un proyecto familiar donde poder criar a su hijo Xurde, que comparte años y experiencia vital con la granja. Desde el principio tuvieron claro la diversificación de la granja, de ahí que también organicen actividades para colegios, pero también llevan a cabo una clara apuesta por la cultura.

Una pitafesta en un gallinero muy culturero
“Yo, que estuve trabajando en teatros, hecho muchísimo de menos esa parte. Lo cultural en el mundo rural escasea muchísimo. Empezamos a hacer encuentros culturales para poder compartir esa parte artística con gente que viene y animar a venir a lo rural, a darle esa luz de cultura que hace falta porque es una zona nada cuidada en ese aspecto. Como no hay gente, no se invierte dinero en cultura. Y para nosotros es súper importante esta parte en la granja y en nuestro proyecto”.
Así que se lanzaron a organizar un festival, Pitafesta, que se reedita este 4 de septiembre. Es un espacio de intercambio cultural donde la música tiene una importancia básica. De hecho Pablo es músico y compone. “Colabora gente del teatro, de la poesía, escritoras no profesionales, muralismo, músicos… Hacemos charlas sobre fijación de población en el medio rural, se presentan proyectos… La idea es intentar ayudar, dar ejemplo en las visitas para que vean cómo funcionan, si lo pueden trasladar a la zona de la que vienen. Tenemos que ayudarnos entre nosotros, y es difícil sin las instituciones. Luego están las casas cerradas, que no las quieren abrir…”.
Noelia sigue con su reivindicación, su lucha: “se pueden hacer muchas cosas desde abajo, pero es la unión de los ayuntamientos, las asociaciones, las granjas, la gente haciendo cosas y las instituciones atentas, colaborando. Hay que dar un giro a todo. Se llenan la boca hablando de ser ecológicos y de atraer y fijar población en lo rural, pero luego la realidad es otra y falta gente con conciencia ecológica y medioambiental”. Reconoce ser feliz en lo que denomina su búnker, pero le preocupa el cambio climático y quedarse sin producción: “¿qué hago entonces?”.
De mano ella, junto a su socio y compañero de vida Pablo, ponen su granito de arena y están arrancando un nuevo proyecto, El gallinero culturero, para potenciar el aspecto cultural en la zona: guardar las tradiciones locales también a nivel agrícola, la artesanía, impartir cursos, encuentros culturales, dar visibilidad a las mujeres rurales… Y ya van sumando e implicando a diferentes artesanas de la zona rural en ello. Se empiezan a fraguar sinergias, a tejer bonitas redes entre gente vitamina con muchas ganas e ilusión por cambiar el mundo, o por recuperar lo bueno del que había con respeto.

Todo ello bajo el lema Remango pal pueblo: “es cultura pal pueblo, es gente con ganas de vivir en el rural y de respetar, es ayudas pal pueblo, que el pueblo esté presente, que esté visible. Remango pal pueblo es el arte y la cultura en el pueblo, la sestaferia en los pueblos, que ahora casi hasta están prohibidas. Es la frase que utilizamos en la campaña de crowdfunding que hicimos hace un año para poder pagarnos un minitractor y unos ponederos nuevos y en la que nos apoyaron casi unas 300 personas. Considero que las xuntanzas o las sestaferias como se hacían antiguamente son súper importantes para la convivencia en un pueblo y en sitios así donde se trabaja con este tipo de proyectos. Por eso elegimos esta frase, que fue cosa de Enar Areces, de Puru Remangu. La hicimos en equipo con ella, que es otro proyecto feminista que está en Gijón, en la ciudad en este caso, pero que teje sinergias con otros proyectos”.
“En nuestro proyecto tenemos una parte social y cultural sin ánimo de lucro que lo hacemos con todo el amor del mundo para traer cultura al pueblo y dar visibilidad a esta zona, para dar dinamismo y sinergias. Y también el hecho de existir, de que haya podido sobrevivir un proyecto así durante estos 7 años también es un tema social porque, al final, estamos alimentando a nuestros clientes de forma ecológica y sosteniendo el medio ambiente y la zona, respetando con unos valores que muy poca gente defiende hoy por desgracia, y sosteniendo que otra forma de producir, de vivir, de consumir es posible. Es un ejemplo de constancia, de superación, de lucha. De que se pueden hacer las cosas de otra forma, que no hay que dejarse llevar por el consumismo y por el día a día que nos obliga, impuesto por todas partes ese ritmo frenético de consumo”, afirma con vehemencia.
Su ilusión sería tener una granja escuela que produzca alimentos sanos, ecológicos, que respete al medioambiente, que pueda criar sus propios animales y hacer venta directa en la granja siempre con la diversificación de las especies y de los cultivos. “Sería ideal que se pudiera hacer eso, que hubiera una figura que regulara estos proyectos”.
Y añade que “me gustaría destacar que no es nada nuevo. Ya lo hacían mis abuelos, y sus antepasados seguramente. La historia es poder seguir haciéndolo sin que nos ahorquen por ello, sin que seamos delincuentes. Poder seguir teniendo granjas diversas sostenibles en Asturias, en el rural, en zonas limítrofes, en zonas aisladas del centro sin que por ello nos ataquen. Que nos dejen trabajar. Es lo que reivindicamos. Y en realidad no estamos haciendo nada nuevo. Es, simplemente, lo que siempre se hizo”.